Asi detuvieron al abusador sexual

Vie, 05/11/2010 - 11:43
Diego Gutiérrez hizo cara de quererse morir cuando el Mayor de la Dijin empezó a leer la hoja que tenía en su mano derecha: “El objetivo de este allanamiento es dar cumplimiento a una orden de ca
Diego Gutiérrez hizo cara de quererse morir cuando el Mayor de la Dijin empezó a leer la hoja que tenía en su mano derecha: “El objetivo de este allanamiento es dar cumplimiento a una orden de captura contra el señor Diego Alejandro Gutiérrez González por el delito de promover la prostitución en personas menores de 18 años”. Al terminar la lectura, doña Leticia, mamá de Diego, y su hermana mayor rompieron a llorar pese a que no entendían qué estaba pasando. Eran poco más de las seis de la mañana del miércoles 3 de noviembre y Diego ya estaba listo para irse al Gimnasio El Escorial, donde trabajaba desde hacía más de dos años como profesor de física y coordinador de disciplina. De 32 años de edad, piel blanca, pelo rubio y ojos claros, su pulcritud lucía casi excesiva: las uñas perfectas, los zapatos impecables, la sudadera verde y blanco con las iniciales del colegio planchada con esmero. Su aspecto no era el de un supuesto corruptor de menores. Lo llevaban siguiendo desde comienzos de octubre gracias a una carta y a un CD con material sexual explícito entregado por un anónimo. Esa mañana, cinco agentes de la Dijin hicieron guardia en la casa de dos pisos del Barrio Salinas, cerca a los moteles que están en la vía al aeropuerto El Dorado, desde la cinco de la mañana, y una hora después golpearon a la puerta. Entraron con la cámara encendida para registrar la operación y para dejar constancia de que cumplían órdenes elementales como no maltratar civiles y no romper objetos. Antes de decir por qué están ahí, le piden la cédula a los habitantes de la casa, y cuando comprueban que el hombre presente es Diego Gutiérrez, empieza la lectura de la orden de captura por algo menos de un minuto. Entonces los cinco agentes –dos hombres, dos mujeres y el de la cámara– recorren la casa en busca de computadores donde es posible que Diego guarde material sexual con menores de edad. La banda sonora de la operación corre a cargo de las mujeres de la familia. La mamá llora, se queja porque sufre del corazón y se lamenta de haber regresado de Pereira, donde nació. La hermana, con una mezcla de tristeza y rabia, exige a gritos que apaguen la cámara, con la excusa de que le están violando su intimidad. El allanamiento sigue pese a todo, y de dos computadores sacan varios discos duros y un puñado de CD’s y memorias USB encontrados en los cajones del cuarto de Diego. Exploran la información y encuentran de todo: videos musicales inofensivos, películas, música pirata, fotos de menores, pero con ropa, y de mayores, pero desnudos, nada que sea punible. La búsqueda sigue su curso y minutos después llegan los de criminalística: cuatro agentes de bata blanca, guantes quirúrgicos color azul y maletines plateados que empiezan a enumerar las pruebas y a tomarles fotos. Para ese momento, a Diego ya le han leído sus derechos y se encuentra en el patio de la casa y posa para la cámara: de un lado, del otro, de frente. El fondo no es uno de esos muros con un metro para medir la estatura, sino de una pintura color verde. Van a ser las ocho de la mañana y su celular ha sonado varias veces. Sus colegas del colegio quieren saber qué le ha pasado, pero Diego no ha podido contestar. Timbra de nuevo y contesta una agente, que de manera seca y breve le dice a la persona que está al otro lado que Diego no puede hablar porque se encuentra en una diligencia judicial. Cuelga de inmediato y apaga el teléfono. La frase lo afecta, pierde el color y se pone aún más pálido cuando la misma agente le dice que su compañero, José Alfredo Corredor, ya ha sido capturado. Diego hace cara de aterrado, la agente le pregunta que si ahora ya sabe por qué lo están arrestando y responde que por promover pornografía entre los estudiantes. Diego se ha delatado solo, hasta el momento nadie había mencionado la palabra “estudiantes”. Luego se hace la víctima, tal vez para disimular su error, y pregunta si lo están arrestando por su condición. Leticia, su mamá, no entiende nada y le pregunta qué quiere decir con eso de “su condición”. Cuando Diego le revela en el menor número de palabras posible que es homosexual, el pecho de la mujer de 73 años se aprieta un poco más. Pero Leticia no tiene tiempo para quejarse. Deber hacerle la maleta a su hijo, con una pijama, sandalias, elementos de aseo y cobija. Estando todavía en su casa, Diego ya está en la cárcel. Mientras le toman las huellas dactilares, el acusado dice una vez más las palabras que ha repetido toda la mañana: “no entiendo nada”. Pero él sabe qué hizo. Un profesor de El Escorial encontró el 10 de octubre un sobre de manila que contenía una carta y un CD. La carta no venía firmada y aseguraba que Diego Gutiérrez le ofrecía dinero a los estudiantes varones para que tuvieran sexo con él. En el CD venían fotos y videos como pruebas de la acusación. En su interior había múltiples carpetas, cada carpeta era un estudiante. Gutiérrez escogía a sus estudiantes y les decía que por su físico podrían llegar a ser modelos. Luego les mostraba fotos de desnudos y después escenas de sexo entre heterosexuales. Por último les ofrecía entre cuarenta y ochenta mil pesos. Con José Alfredo, su cómplice, tenían una red a la que los mismos estudiantes llamaban para hacer casting. El sistema de Gutiérrez se había popularizado tanto que su captura parecía cuestión de tiempo. El profesor de física apelaba incluso a darle marihuana a los alumnos que la consumían para poder acostarse con ellos. Diego ahora deberá enfrentarse no sólo a un juicio, sino también a la vergüenza de verse a sí mismo, en las pruebas de video, acosando a sus alumnos.
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