Por:
@jcmentefacto
Un balazo en el pecho, puñaladas en los brazos, glaucoma, artrosis, artritis, un tumor en la cadera, un enfisema pulmonar y ser abuelo sin haber sido papá, fue parte de lo que le quedó a
Rafael Ayala Veis luego de 30 años de una desordenada vida en la que conoció el cielo, el infierno, la opulencia, la miseria, la vida y la muerte. Lea también:
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Su destino siempre tuvo que ver con la muerte. Los abuelos y la mamá de Rafael llegaron a Buenaventura el 24 de mayo de 1937 huyendo del
holocausto judío. A los quince años se enamoró de “la más hermosa del puerto” pero ella lo despreció y la solución que encontró fue sumergirse en el licor y la marihuana. "Empecé a tomar y probé por primera vez la marihuana y aunque no me gustaba mucho, me ayudaba a escapar de la realidad. Consumía todos los días, desde muy temprano en la mañana hasta muy tarde en la noche”. También lea:
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No pasó mucho desde ese primer acercamiento con la droga para dar un paso más hacia el abismo. “La cocaína la probé por primera vez cuando fui a conocer una cocina (lugar en el que se prepara el narcótico). No era un adicto en ese primer momento, era un consumo ocasional y tenía mucho control”.
Lo que Rafael nunca controló fue su obsesión por la plata. En sus años de rebelde adolescencia conoció a su mejor amigo y futuro socio en el mundo del narcotráfico, alias ‘El Rubio’, un muchacho que tenía contacto con ‘Los Paisas’, quienes para los setenta manejaban el negocio de envío de droga a
Estados Unidos desde Cali y Buenaventura.
La historia de un hombre que dejó las drogas por una empanada”
Esa banda les prometió mucho dinero. Solo tenían que llegar a
EE.UU. “como fuera”. Y así fue,
Rafael consiguió la visa usando documentación falsa y recibió su primera propuesta en este mundo oscuro.
El primer día en la mafia
“Alias ‘El Grillo’, un capo de Cali, me propuso llevar un kilo de coca en los zapatos a cambio de cinco mil dólares. Ellos ponían los zapatos, la droga y el pasaje, yo mis pies y mis cojones”.
Con
nostalgia, Rafi, como hoy le dicen sus amigos, recuerda el momento en que se despidió de su papá: “Sin inmutarse me preguntó: ‘hijo, ¿te vas de mula?’, sí señor, le respondí. No hubo ninguna bendición, tampoco reproche solo un triste adiós”.
La misión era entregar el kilo de cocaína en Los Ángeles y la cumplió sin problema. “Partí con una sola meta en mi mente: hacer realidad el sueño americano y conseguir billete”. Sin embargo sus socios le quedaron mal: “Duke, el gringo que me recibió las botas, me entregó 800 dólares y me dijo que el resto me lo entregaba en
Miami, no me gustó nada pero tuve que aceptar”.
Radicado en Miami esperó la llegada de su socio y amigo
‘ El Rubio’, quien apenas llegó lo citó en Los Ángeles para empezar a ejecutar la siguiente parte del millonario negocio que controló durante 22 años. El siguiente reto ocurriría bajo el agua: Un grupo de buzos entraba al mar del puerto de Seattle, se acercaba a los barcos desde los cuales se arrojaban los paquetes con la coca y rápidamente, luego de nadar unos 200 metros, la meten en el baúl de un carro que espera con las luces apagadas. Esta operación para sacar la droga del puerto, tenía que ser rápida, milimétrica, efectiva y
Rafi la sabía ejecutar muy bien.
“Me convertí en el buzo más solicitado para este tipo de trabajos. Empecé a tener fama de ‘duro’, me llamaban
Don Rafael, y no es para menos, era conocido por ser metódico y organizado en la logística. Pagaban muy bien, por cada kilo $ 1.500 USD.”
Rafael recuerda que debido a su eficiencia lo llamaron para trabajar en los puertos de
Houston, Baltimore, Seattle, New York, Los Ángeles y San Francisco.
“Nunca había tenido tanto dinero, pero para no levantar sospechas no me enloquecí, seguí viviendo con austeridad. Eso sí, me compré una estrella de David de oro, la más grande que encontré, y usaba un anillo de diamante en el dedo meñique, como los judíos.”
Así se veía Rafael Ayala Veis en su época de habitante de la calle
Las delaciones acabaron con el negocio de los buzos, pero Rafael encontró otra forma de ganar dinero. Su socio desde Colombia enviaba botas de gamuza con un kilo de coca en cada par. Antes de que las autoridades revisaran los embarques la mafia cambiaba las botas cargadas con coca por otra idénticas y limpias de droga. El método era efectivo, infalible y rentable. “Ganaba mucho dinero, en una noche podía ganar de 20 a 30 mil dólares. Al mes me podía ganar de 40 a 50 mil pero tampoco me enloquecí, hasta ese día”.
La estrafalaria boda de un mafioso
El día al que se refiere Rafael es el mismo en el que se casó. “Un día María, mi novia de esa época, me dijo:
‘Oye Rafa, y ese carro tan feo que tienes por qué’”.
“Tenía una camioneta Ford Azul vieja para no llamar mucho la atención. Pero al otro día fui al concesionario y compré el último modelo en carros deportivos:
Un Pontiac Trans Am con un águila dorada en el capo, rines dorados, llantas anchas, ‘una boleta’, después fuimos a una joyería y le dije que escogiera el anillo que quisiera porque nos íbamos a casar, ella escogió la joya más cara y en esa lobería de carro nos fuimos. Nos casamos borrachos en una capilla en Las Vegas”.
De ese primer matrimonio nació el primer hijo de Rafi. Pero él estaba tan obsesionado por el billete y el poder que no tuvo tiempo ni ganas de acompañar su crecimiento. Hoy se arrepiente de ello, es consciente que fue papá y ahora abuelo pero nunca se dio cuenta.
En la década de los ochenta hizo parte de los ‘Cocaine cowboys’ (los vaqueros de la coca), un grupo de mafiosos que usaban botas de vaquero en las que escondían el arma. “Miami estaba muy caliente, hubo masacres en parqueaderos públicos y centros comerciales”. La guerra entre los carteles de Cali y Medellín se exportó a Estados Unidos.
Afiche de una película sobre Cocaine Cowboys
Una pelea en un bar lo llevó a la cárcel. Lo arrestaron con 500 dólares falsos. En tres años de condena conoció más de diez cárceles norteamericanas. Sin embargo la cárcel no curó la ambición. Al salir “me asocié con un amigo y compramos un avión, un Aero Commander a que le decíamos ‘El Alemán’, nos valió unos 80 mil dólares y lo usamos para transportar droga. Empezamos a trabajar Colombia-México México- California. Era una verraquera, hacía viajes, me iba con los pilotos, incluso piloté. Eso eran unas aventuras en las que arriesgué mi vida muchas veces.”
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Trabajó y ganó más dinero durante un par de años. Se separó de su primera esposa e hizo intentos por cambiar su vida. “Estudié leyes en Fresno California, tengo un título como un investigador legal”, pero la ambición de nuevo rompió el saco.
La mafia le ofreció un negocio que aceptó con la ilusión de que fuera el último para pensar en el retiro.
“Tenía la ilusión de ganarme un millón de dólares. Mi trabajo era recibir y distribuir en varias fases diez toneladas de coca que estaban represados en México. Tuve mucha gente a mi mando, guardaespaldas y poder. Acumulé muchas tulas repletas de dólares, la plata se veía pero resulta que los que recibían el dinero, los lavadores, eran todos policías. Me tocó escapar.”
Rafi se pone de pie para explicar cómo escapó de los Estados Unidos. Gesticula, levanta los brazos, mueve los ojos y las manos. “Fue un escape digno de una novela policíaca.”
“Me siguieron cinco carros y un helicóptero. Pero tenía una ruta de escape. Mi guardaespaldas, un iraní llamado Hamed, conducía a toda marcha un
BMW 365, nos escondimos en unos cañones y luego nos devolvimos para meternos en una autopista de ocho carriles. Por el esfuerzo, el motor del carro se fundió cuando entramos al Parque Nacional de Los Ángeles caminamos hasta un pueblito, allí compré un carrito con el que pudimos llegar a Las Vegas, nos escondimos. Luego fui a Miami, de ahí a Venezuela, de allí a Medellín y de ahí a Bogotá.”
Atrás quedaron los lujos, los excesos, las fiestas y la danza de millones.
Un viaje al infierno
En Colombia perdió sus contactos gringos. Su amigo, 'El Rubio', había sido asesinado años atrás. Nadie, ni en su país ni en Estados Unidos, le contestó el teléfono. Lejos del poder y la plata Rafael Ayala Veis conoció la depresión y con ella el bazuco, una peligrosa y improvisada droga que se obtiene con la base de coca y una mezcla de químicos baratos: "un veneno".
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En un solo año lo perdió todo, se convirtió en un habitante de la calle y fue mendigo durante diez años. Rafael recuerda la primera vez que llegó al Cartucho, esa extinta calle de Bogotá en la que vivían cientos de personas entre droga, violencia y muerte. “Seguí a unos habitantes de la calle desde el Parque Nacional hasta El Cartucho. Llegué a la olla y fue como haber llegado al paraíso.
Aprendí a reciclar y mi vida se redujo a hacer dos cosas: reciclar y soplar. Cuando vivía en Estados Unidos le decían Mohamed, en la calle le decían ‘El Cucho’.
Rafael explica por qué un drogadicto no razona:
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“El bazuco me transformó, parecía un viejo de 80 años. Comí mierda (literalmente), tomé orines, dormía en la calle, nunca me bañaba y no importaba. Vivía por y para el bazuco. En el Cartucho vivía como un lobo solitario, no hay amistades. Después de dormir dos, tres días, me despertaba y me preguntaba ¿dónde estoy, quién soy? Me tomaba unos diez minutos y cuando me daba cuenta volvía a consumir.
¿Cuándo decide dejar de consumir? Ese día escupió a la muerte en la cara:
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Después de un accidente se internó en un centro de rehabilitación. “Estando ahí leí en un periódico que los judíos estaban retornando a Israel. Yo soy judío ¿y si me voy para Israel? Fui a la embajada, demostré que era judío y me pagaron el pasaje, me dieron la ciudadanía, salud, vivienda, cuenta bancaria, aprendí el idioma y al año me dijeron: ‘Bienvenido a Israel'. Empecé a trabajar, a aprender sobre Israel, el judaísmo a llenarme de cosas buenas. Aprender de dónde venía y para dónde iba.
“He llorado mucho. Tengo tres hijos, seis nietos y no puedo verlos, ni abrazarlos. Más castigo que ese no hay. Ya todos saben de mí y todos me aman, me quieren y estamos esperando el momento de la gran reunión. Cuando eso pase estaré completo. Ahora estoy en una misión: contarle al mundo que salí de ese mundo y que se puede. Por mi voluntad y porque recibí una ayuda. Llámela divina, espiritual, sobrenatural, como quiera. Y utilicé el corazón.”
La historia de Rafael es digna de una película o de un libro y así lo hizo. Se titula:
‘El Retorno, rescatado del infierno.’ “Terminando el año pasado me encontré solo y en nueve sábados lo escribí llorando y escribiendo pero sin parar. Lo escribí del corazón, como lo sentía sin adornos.”
¿Recaerá? “Cuando veo por televisión cómo prenden esa pipa, siento escalofrío. Pero mi cuerpo ya lo rechaza, huelo cigarrillo o trago y me da fastidio. Me da pánico pensar en esa posibilidad. Mi debilidad son las empanadas, pero también las tuve que dejar por el colesterol.”