Martha Amorocho: sobrevivir a la tragedia de El Nogal

Dom, 29/04/2018 - 03:10
“Soy Martha Luz Amorocho Micán. Quiero recordarles que la violencia en Colombia lleva más de 50 años. Soy Amorocho y hace más de 120 años en Socorro, Santander, mi abuelo de siete años, en un
“Soy Martha Luz Amorocho Micán. Quiero recordarles que la violencia en Colombia lleva más de 50 años. Soy Amorocho y hace más de 120 años en Socorro, Santander, mi abuelo de siete años, en un episodio de violencia, vio asesinar a su papá, a su mamá y a cinco personas más”. Estas fueron las primeras palabras que pronunció Martha ese 1 de octubre del 2014 en La Habana, Cuba. Hacía parte de la tercera comisión de víctimas que participaba en las negociaciones de paz entre el Gobierno y la guerrilla de las Farc. No la invitaron por los trágicos acontecimientos que enfrentó su abuelo paterno, ni por los que vivió también su familia materna. Fue invitada porque el 7 de febrero del 2003 su hijo, Alejandro Ujueta, murió a sus 20 años como resultado de la bomba de 200 kilogramos de explosivo C4 que estalló en el Club El Nogal en la ciudad de Bogotá. Fueron 36 personas las que fallecieron aquella noche, y más de 200 resultaron heridas en medio de un atentado incomprensible para Martha y su esposo Francisco. Una noche que parecía normal se convirtió en una absurda tragedia: la muerte de su hijo menor. También trajo como consecuencia que Juan Carlos, el mayor, estuviera doce días en coma. La tranquilidad de aquella noche quedó eclipsada por la zozobra de la violencia. Alejandro salió hacia El Nogal, a tan solo dos cuadras de su casa, para encontrarse con su hermano luego de ver una película con sus papás. A los pocos minutos Martha sintió un golpe seco, “como cuando se estalla una bolsa de papel”, contó. “Me acerqué a la cortina a ver qué había sucedido, pero no vi nada. No vi llamas ni escombros, como sí aparecía en el noticiero. Cuando salí con mi esposo a ver lo que había pasado, unos jóvenes decían ‘huele a político corrupto chamuscado’. Así piensan muchos del atentado, que fue en contra de los ricos. Lo que no se alcanzan a imaginar es que fue un acto en contra de la sociedad en general. Murieron socios, que no todos son de estratos altos, entre ellos mi hijo, empleados y dos guerrilleros”. Esas fueron horas de angustia buscando en todos los hospitales alguna noticia de Alejandro y Juan Carlos, pero todo parecía en vano. Pasaron varias horas y el no tener ninguna información era como una pesada carga en los hombros de Martha. Finalmente un amigo de la familia descubrió que un N.N de 42 años entubado y en estado de coma en el Hospital Militar era realmente Juan Carlos, que tenía 22, pero los terribles golpes provocaron que su cráneo estuviera al doble de su tamaño, haciéndolo ver mayor. Pocos minutos después, también se descubrió que Alejandro estaba en la lista de fallecidos. Cada palabra que sale de su boca es elegida con cuidado. Recuerda a la perfección ese día. Cada detalle y recorrido se quedó marcado en su memoria. El quiebre de su voz y las lágrimas que intenta reprimir a toda costa son muestra de ello. Sin embargo, no es excusa para dejar de sonreír cada momento y no se cansa de repetir que está agradecida. [caption id="attachment_862866" align="aligncenter" width="1024"] Kienyke.com[/caption] Un hijo muerto y otro más en coma no parece ser una buena razón para agradecer. Pero el paso del tiempo demostró lo afortunada que fue la familia Ujueta Amorocho. El diagnóstico de Juan Carlos era negativo. No volvería a hablar ni caminar y su memoria se afectaría. Pero contra todos los pronósticos hoy es profesional, camina y habla perfectamente, y es padre de una pequeña niña de un año. “Uno está acostumbrado a ver en las películas cómo una persona se levanta del coma perfectamente consciente. Pero eso no pasa en la realidad. Juan Carlos tuvo que pasar por un sinnúmero de tratamientos y terapias. No se acordaba de cosas tan simples como usar un cubierto, pero su terquedad le ayudo. Pequeñas cosas como negarse a usar un caminador o la ayuda de su papá para andar es perfecta muestra de su valentía y del milagro del que fuimos testigos”, narró.

Escuche aquí la entrevista de Marta Ruiz a Martha Amorocho

Esta situación pudo ser la excusa perfecta para echarse a la pena. Constantemente le preguntaba a Dios por qué pasó lo que pasó. Pero con el tiempo se dio cuenta de que lo importante no es el por qué sino el para qué. Está segura de que detrás de toda tragedia hay un propósito, y en su caso es poner su grano de arena para reconstruir la sociedad colombiana. Hoy está dispuesta las 24 horas del día a contar su historia a quien quiera escucharla. También dicta terapia de duelo a hombres y mujeres, enseñándoles lo mismo que aprendió para superar las marcas que la violencia le dejó implantadas en su memoria.
“La persona debe reconocer su pérdida, no negar la situación por medio de un montón de mecanismos de defensa de la mente. Una vez la acepte, debe hacerse cargo de su vida, entender que ésta no terminó, sino que debe avanzar, encontrar el para qué de su situación”.Martha Amorocho
Ese propósito era el perdón. Recuerda a la perfección el momento en que sintió por primera vez esta sensación tan profunda y difícil. En una oportunidad fue invitada al IV Congreso de Responsabilidad Social, Paz y Reconciliación en los Territorios, en el que un desmovilizado, Regis Ortiz, le pidió perdón de manera pública. [caption id="attachment_862867" align="aligncenter" width="1024"] Kienyke.com[/caption] En privado, se abrazaron con fuerza. Luego, en el auditorio, ante miles de personas, sus manos se entrecruzaron involuntariamente. Fue una sensación única. Por momentos sintió un gran afecto por ese desconocido joven de gran estatura que con dolor en sus ojos le pedía perdón por la muerte de su hijo. “Fue la primera vez que no levanté la mirada mientras me hablan. Solamente me limité a asentir con la cabeza. Entonces, sin darnos cuenta, nuestras manos se juntaron en un gesto único de humanidad, en un acto de valentía y complicidad tan simple como unirse para salir juntos adelante”. Está convencida de que el perdón es necesario para lograr realmente la paz. Cree que todas las formas de violencia, desde las vividas en la calle o al interior de un hogar disfuncional, son resultado de los duelos y los traumas no resueltos. “Una víctima que no perdona es un nuevo victimario”. Por eso cuando Martha Amorocho recibió la llamada para ir a La Habana como miembro de la tercera comisión de víctimas, no lo dudó ni un instante. Fue en compañía de personas como Alan Jara, Aida Avella, el general Luis Mendieta y muchos otras personas que sufrieron, como ella, el rigor de la violencia. En medio de un salón totalmente alejado del mundo exterior, tuvo 15 minutos para hacer su intervención. Jefes guerrilleros y miembros del Gobierno escuchaban atentamente y en absoluto silencio cada una de sus palabras, sin derecho a intervenir. “No sabía qué decir. No iba a hacer un recuento de lo que viví en El Nogal, era absolutamente innecesario. Entonces me acordé de las historias de mis abuelos, de cómo los Amorocho fueron desplazados de Socorro, Santander, y lo mismo le sucedió a los Micán en Une, Cundinamarca. Ahí me dí cuenta de algo: no somos ocho millones de víctimas, como dicen las estadísticas, somos 48 millones, todo un país que a lo largo de la historia, al menos en un momento, sufrió por una violencia ininterrumpida durante dos siglos”. Esa mañana de octubre del 2014 se paró en frente del auditorio y, contando la historia de los Amorocho y los Micán, expresó el sentimiento de todos los colombianos que sin querer vivieron el dolor que deja la guerra a su paso. Pidió verdad y reparación, no solo económica, sino también espiritual. Silencio. Nadie habló. Había una evidente tensión entre cada mesa. En medio de este ambiente llegó la hora del almuerzo. Cuando Martha buscó un asiento, solo dos mesas tenían puestos disponibles: una que estaba totalmente vacía y otra en la que se sentaron tres líderes guerrilleros. Sacando fuerzas de donde no las tenía, se dirigió hacia ‘Sonia’, Pablo Catatumbo’ y ‘Marcos Calarcá’.
“Lo único que pensaba era: Dios mío, si lo que quieres es que perdone, esta fue la manera más directa de pedírmelo”, asegura Martha, siempre con su sonrisa expresiva.
Por minutos, nadie dijo nada. De un momento a otro reunió todo el valor que tenía escondido y pronunció unas palabras poderosas que expresaron todo su dolor: “¿Por qué escogen a personas como nosotros para hacer lo que hacen? ¿Para qué les sirvió la muerte de mi hijo?”. Cada uno de los guerrilleros le hizo varias preguntas. Su respuesta ante ellas fue clara: “Sin verdad no puede haber justicia, sin verdad no puede haber reparación, sin verdad no puede haber reconciliación y sin verdad no puede haber garantías de no repetición”.  
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