¿Por qué hay tensión en la Península arábiga?

Lun, 05/06/2017 - 07:58
Este domingo, 7 países –Arabia Saudita, Emiratos árabes, Baréin, Yemen, Libia, Egipto, y República de las Maldivas– rompieron relaciones diplomáticas con Catar. La decisión
Este domingo, 7 países –Arabia Saudita, Emiratos árabes, Baréin, Yemen, Libia, Egipto, y República de las Maldivas– rompieron relaciones diplomáticas con Catar. La decisión se basaría en el posible apoyo que estaría dando Catar a grupos terroristas, entre ellos al Qaeda y el autodenominado ‘Estado Islámico’. Cinco aerolíneas han suspendido sus vuelos a Doha. Baréin ha solicitado a sus funcionarios diplomáticos que antes de 48 horas abandonen el país. Las fronteras entre Catar y Arabia Saudita han sido cerradas, igual que el espacio aéreo. [single-related post_id="416687"] Al respecto, el gobierno de Doha ha dicho que las sanciones son “injustificadas” y que no tienen evidencias para las acusaciones que han lanzado. En esa medida, la manzana de la discordia es el papel que ha tenido cada país frente al crecimiento y desarrollo de grupos extremistas. Podría decirse que el camino que condujo a la crisis actual empezó en 2014, cuando varios países de la Península Arabiga acusaron a Catar de haberse entrometido en sus “asuntos internos”. Hace algunas semanas, se filtraron unas grabaciones en las que se podía oír al primer ministro de Catar Sheikh Tamim bin Hamad al-Thani, lanzar duras críticas contra Arabia Saudita. Al respecto, al-Thani dijo que había sido una “desvergonzado crimen cibernético”. Sin embargo, los problemas entre los países de la península son aún más antiguos; la crisis actual –una de las más fuertes ocurridas hasta ahora– es, entre otras cosas, producto de diferencias históricas que no han permitido una unión fructífera entre los países árabes.
La decisión se basaría en el posible apoyo que estaría dando Catar a grupos terroristas, entre ellos al Qaeda y el autodenominado ‘Estado Islámico’
Partamos de que, tanto Catar como Arabia Saudita, principales protagonistas de este ‘drama’ son monarquías absolutas. Una monarquía absoluta es un modelo de gobierno en el que todo el poder se concentra solamente en una persona. En Catar es el jeque Tammin bin Hamad Al Zani, y en Arabia Saudita es el rey Salman bin Abdulaziz. [single-related post_id="439102"] Ambos modelos tienen en común que se rigen, para el gobierno, por las leyes del Islam, concentradas en la Sharia y el Corán. Sin bien, ambos se rigen por la dureza de las leyes religiosas, es en Arabia donde con más claridad se ve cómo esas leyes atraviesan cada espacio de la vida de todos los habitantes. En esa medida, Arabia es celebre en el mundo, primero, por el tratamiento que le dan a las mujeres en su territorio –discriminación y libertades fuertemente restringidas–; y segundo por la constante violación de los derechos humanos. En cambio Catar es un poco más ‘moderado’ en la aplicación de la Sharia. Eso no implica, sin embargo, que no sea una sociedad ampliamente desigual, dura, con las propias características de un gobierno autoritario. En cuanto a las tensiones con Arabia Saudita, país más poderoso de la región, es necesario tener en cuenta varios elementos. Desde siempre, ha habido una fuerte rivalidad, ya que cada uno, desde sus propias características, ha intentado convertirse en un bastión del Islam. Históricamente ha sido Arabia quien, por su poderío económico, militar y religioso, ha llevado la batuta. Ahora, no obstante, Catar, también muy rico por las rentas del petróleo, se levanta como una opción diferente entre quienes no se han identificado con la línea contraria, caracterizada por su cercanía a occidente, especialmente a los Estados Unidos. La tensión que, por la desconfianza mutua, nunca ha dejado de existir, se ha ido recrudeciendo en la medida que desde los medios oficiales de cada país se han venido lanzando, constantemente, ataques de uno contra el otro. [single-related post_id="701675"] Desde ña Primavera Árabe, en 2011, se han intensificado los desencuentros, especialmente porque Catar se ha mostrado más abierto a los cambios de corte revolucionario que se han dado en la región, mientras que Arabia, siempre más radical, ha hecho cuanto le sea posible tanto como para evitar levantamientos en su propio territorio, como para luchar contra los que se han alzado en su vecindario. La Hermandad musulmana es una organización política –declarada terrorista por Rusia y Egipto–, que tiene por objetivo imponer el Corán y la Sunna como “único punto de referencia para...ordenar la vida de la familia musulmana, el individuo, la comunidad y el Estado...". Cuestionan fuertemente algunos valores de la sociedad saudí, por lo que no son del todo bien aceptados por la monarquía. En cambio en Catar se les ve positivamente en la medida que la clase de revolución que llevan la Hermandad podría ayudar a que la religión de Mahoma se extienda más ampliamente por el mundo.
Sin bien, ambos se rigen por la dureza de las leyes religiosas, es en Arabia donde con más claridad se ve cómo esas leyes atraviesan cada espacio de la vida de todos los habitantes.
El apoyo que ha mostrado Catar, no sólo a la Hermandad, sino a otros grupos –entre ellos, posiblemente, Daesh­ y al Qaeda–. La implantación del ¿Califato Islámico, parece, también interesa en Doha. Si bien, fuentes de inteligencia europeas y de los Estados Unidos han determinado que no hay, como tal, un envío de dinero directamente por parte de la monarquía catarí, si ha habido cierta “indiferencia e ingenuidad”, que ha permitido que instituciones y personas hagan llegar muy fácilmente los recursos a los grupos extremistas. Así, la tensión en los países árabes se sostiene, especialmente, en un cuestionamiento mutuo del statu quo. De un lado –Arabia Saudita y demás– se quiere evitar a toda costa que grupos extremistas lleguen a cuestionar ese orden y a imponerse por sobre los increíbles beneficios de una monarquía, anquilosada al poder, poco amiga de los cambios y las revoluciones. Y muy amiga, además, de occidente. En el otro lado está Catar, monarquía también, tan pegada al poder como su contraparte, sólo que un poco más inclinada a que el Califato que se quiere imponer por vía del terror, sirva como instrumento posible, no sólo para afianzar su poder en Oriente, sino para hacerlo llegar a tantas partes del mundo como sea posible.
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