Como todo padre de un hijo despistado, el padre de Joan Miró procuró mandarlo a estudiar comercio, para que tuviera un futuro asegurado; y como todo joven creativo, Miró procuró rajarse rápido en todo y dedicarse de lleno a la pintura.
La carrera artística de Miró fue una de ansiosa búsqueda de nuevos medios de expresión, ambiciosa producción y constante colaboración con los movimientos y los artistas de su tiempo. Empezó exponiendo en Barcelona, su ciudad natal, junto con los post-impresionistas y los cubistas, de los que aprendió mucho y tal vez por eso mismo abandonó rápidamente.
Entonces viajó a París y empezó a experimentar con iconografías y símbolos en los cuadros, y con escultura. Conoció a Picasso y expuso algunas obras, de las que no vendió ninguna a pesar de que la crítica le fue favorable. Uno de los cuadros más famosos de esa época es La Masía, que representa la granja de campo de su familia en Mont-roig y que después de mostrarla a varios galeristas, uno de los cuales le recomendó dividirla en cuadritos pequeños para venderla mejor, guardó en el sótano de un amigo, frustrado e indignado. Sin embargo, al poco tiempo un galerista le vendió el cuadro a Ernest Hemingway, y ahí la suerte empezó a cambiarle a Joan Miró.
Conoció a los artistas del movimiento Dada y a algunos de los surrealistas, entre los cuales André Bretón, quien lo animó a trabajar en esa línea. Entre las mejores obras de ese período está el Carnaval de Arlequín, que expuso al lado de obras de Paul Klee, Picasso, Man Ray y Max Ernst.
Pero eventualmente las relaciones con los surrealistas se fueron deteriorando a causa de las afiliaciones políticas de algunos de ellos. Miró escogió el camino de la pintura, y siguió trabajando por su cuenta, ahora experimentando con el collage y haciendo litografías para los libros de Tristan Tzara. Para entonces Miró ya era un maestro a nivel europeo, y dividía su tiempo entre París y Barcelona. También había empezado a hacer murales de cerámica, los más famosos de los cuales son los que le encargó la Unesco para la sede de París, y grabados para libros de poetas y escritores como Paul Éluard.
La producción artística de Miró es particularmente abundante, en parte por la intensidad con la que siempre trabajó, y en parte porque lo hizo hasta los noventa años, cuando le llegó la muerte, sin tomarlo demasiado por sorpresa, en su casa de Palma de Mallorca.