Una mirada desde la logoterapia y el acompañamiento espiritual
En mis asesorías de acompañamiento emocional he escuchado un patrón común: muchas personas viven atrapadas en una culpa que no entienden, que no saben nombrar y que, en silencio, erosiona su energía interior. La culpa aparece en rostros agotados, en voces quebradas, en miradas que se evaden. Algunos la cargan por años sin saber que, bien trabajada, puede transformarse en una de las fuerzas más sanadoras de su existencia.
Desde la logoterapia, la culpa no es una condena sino un llamado al sentido. Y desde la dimensión espiritual, es una señal del alma que susurra: “No estás actuando en armonía con tu verdad. Regresa.” Entender esto cambia todo.
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La culpa aparece cuando actuamos contra aquello que consideramos significativo: la lealtad, la coherencia, la ternura, la sinceridad, el respeto, la responsabilidad. No nace de afuera; nace dentro, en el espacio donde nuestra conciencia reconoce que pudimos responder mejor.
Para Viktor Frankl, sentir culpa es una prueba de que aún conservamos la capacidad de elegir, de reflexionar y de corregir. La culpa revela que todavía queda en nosotros un criterio interior que distingue entre lo auténtico y lo que nos aleja de la mejor versión que podemos ser.
Y como coach espiritual, lo he visto una y otra vez: la culpa bien conducida despierta el deseo de volver al centro, de recuperar la dignidad y de sanar relaciones.
Hay una culpa que ilumina y otra que paraliza. La culpa que ilumina señala el error y abre caminos de responsabilidad. La culpa que paraliza repite una y otra vez el mismo reproche interno:
—“¿Por qué hice eso?”
—“No merezco perdón.”
—“Soy lo peor que me ha pasado.”
Esta forma de culpa se convierte en vergüenza tóxica. Deja de decir “me equivoqué” y comienza a decir “no valgo”. He visto a personas cargar durante años culpas magnificadas por el miedo, la soledad, la infancia herida y la autoexigencia extrema.
En esos momentos, lo digo con claridad: nadie se libera castigándose. La libertad aparece cuando uno comprende, asume y repara.
La culpa bien orientada: un punto de inflexión hacia el crecimiento
Como logoterapeuta, ayudo a la persona a rescatar la dimensión sana de la culpa: la que señala un valor traicionado y un aprendizaje pendiente. La pregunta clave no es “¿qué hice?”, sino: “¿Qué quiere enseñarme esta experiencia?”
Aquí la espiritualidad aporta otro ángulo: la culpa invita a reconciliarnos con nuestra esencia, no a arrancarnos la piel emocional. Es un llamado suave, aunque incómodo, para elegir con más conciencia. Cuando la persona entiende el valor que vulneró, aparece algo inesperado: una dirección. La culpa deja de ser un látigo y se convierte en brújula.
Ahora bien, ¿por qué evitamos asumir nuestra responsabilidad? Porque nos asusta mirarnos sin máscaras. Culpar a la pareja, al destino, al estrés o a la infancia es mucho más fácil que reconocer: “Sí, actué mal. Y sí, ahora quiero actuar distinto.”
Pero, la responsabilidad tiene un efecto profundamente espiritual: nos devuelve poder. La evasión nos deja en la infancia emocional; la responsabilidad nos lleva a la adultez del alma.
La logoterapia enseña que somos libres incluso ante los errores cometidos. Libres para responder, libres para reparar, libres para elegir una actitud más elevada.
Por eso, le pido a muchos pacientes que escriban lo que sienten. Es un acto simple pero transformador.
Al escribir:
- la culpa se vuelve concreta
- el dolor se nombra
- el miedo se reduce
- aparece la comprensión
- surge el valor de reparar
En ese sentido, escribir es un encuentro honesto con uno mismo. Una forma espiritual de depuración.
La reparación: donde comienza la libertad
Reparar no siempre significa recuperar un vínculo, pero sí recuperar la dignidad. Reparar, es decir: “Hice daño, lo reconozco, y quiero ofrecer algo mejor.”
En este punto, la psicología, la filosofía y el espíritu se toman de la mano. La reparación:
- restaura la confianza
- libera la conciencia
- sana el alma
- abre posibilidades nuevas
De hecho, las personas más transformadas que he acompañado no son las que nunca fallaron, sino las que se atrevieron a enmendar.
La libertad que llega después de la culpa no es euforia. Es calma. Es un suspiro profundo. Es un “por fin puedo respirar”. Es saber que el error no define nuestra identidad y que el futuro sigue abierto.
La culpa no desaparece por completo, pero se vuelve memoria, no carga. Se convierte en un recordatorio sano de quiénes queremos ser. Este es el tránsito más humano y espiritual que conozco:
- del error al aprendizaje
- del aprendizaje a la responsabilidad
- y de la responsabilidad a la libertad interior.
Siete reflexiones para un nuevo camino
1. No hay culpa inútil cuando se escucha con honestidad.
2. La responsabilidad es el puente más directo hacia la libertad.
3. El error no te define; te revela un valor que olvidaste.
4. Reparar es una forma de sanar el alma.
5. La culpa madura no castiga: orienta.
6. Perdonarte no es excusarte; es permitirte crecer.
7. La libertad aparece cuando eliges actuar según tu verdad interior.
