
La entrevista con Juan Eduardo fue una de esas conversaciones que se sienten más como un reencuentro que como un ejercicio periodístico. Frente a mí estaba un hombre sereno, sencillo, que con su tono pausado transmite una calma que tanto hace falta en estos tiempos de gritos y urgencias.
Juan Eduardo es maestro, aunque nunca se lo propuso. Ha dejado huella en generaciones de periodistas que encontraron en su forma de ejercer el oficio una brújula: discreta, firme, ética. No es de los que buscan protagonismo, pero su voz, clara y reflexiva, ha acompañado momentos clave del periodismo en Colombia. Su legado está en la coherencia con la que siempre ha ejercido esta profesión.
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Durante la charla, habló de cómo llegó al periodismo casi por intuición, por esa necesidad de contar lo que pasaba y de servir a la gente. Nunca lo hizo desde la estridencia ni la vanidad. Lo suyo fue siempre escuchar, explicar, dar contexto y recordar que la verdad no necesita adornos. Esa, dice él, es la esencia del periodismo.
Mirando la profesión de hoy, reconoce los cambios inevitables que trajo la tecnología y las redes sociales. Pero insiste en algo que no debería perderse: la ética. “Sin rigor, sin verificación y sin respeto —me dijo con firmeza—, lo que se hace deja de ser periodismo y se convierte en espectáculo”.
Sus palabras están llenas de lecciones que van más allá de las redacciones. El periodismo, asegura, le enseñó a escuchar sin prejuicios, a comprender realidades distintas a la suya, a valorar cada historia como un aprendizaje. Y en esa humildad se nota el maestro que muchos reconocen: alguien que no dicta cátedra, pero que inspira con el ejemplo.
Cuando se refiere al periodismo colombiano actual, lo resume en una palabra: falta serenidad. La prisa por informar, la necesidad de ser el primero, la confrontación permanente, han hecho que el oficio pierda calma y contexto. Para él, el periodismo debería volver a ser puente y no muro, un espacio que explique y acerque en vez de dividir.
La conversación con Juan Eduardo deja la sensación de estar frente a un hombre íntegro, que supo hacer del periodismo no solo su oficio, sino también una forma de vida. Su voz, tranquila y coherente, es un recordatorio de que en medio del ruido, aún hay espacio para contar la verdad con respeto, serenidad y humanidad.