Hoy discutía con una amiga sobre el derecho a decir “no” y el temor cultural de los colombianos a esa corta y “subversiva” palabra.
En mi país de las mariposas amarillas nos cuesta un trabajo decir “no”. Lo disfrazamos con bonitas palabras, lo escondemos debajo de “tapetes rosaditos”, de mentiritas piadosas, nos comprometemos con ese “sí” culturalmente obligado para huir cuando toca huir; es decir, cuando ya no podemos sostener el “sí”:
-¿Quieres salir a comer conmigo? –
-Sí… claro, pero es que tengo … eeh … una mano de trabajo ¿Por qué no me llamas la próxima semana y cuadramos?- (y la próxima semana por supuesto no contesta el teléfono)
- ¿Ya terminaste el trabajo? –
- Eeh sí... claro… me faltan unos detalles, pero si me das un rato te lo entrego- (Nadie ha preguntado si ese rato son minutos, horas o días)
- ¿Me lo quiere dar? – sí que rico… pero en este momento…¡tengo un dolor de cabeza! ¿Por qué no lo dejamos para mañana?- (sin palabras)
- ¿Me consigue trabajo? – ¡sí claro! Toca esperar, pero cuando gane seguro – (este último es pura ficción, no vayan a imaginarse que esto pasa en la vida real)
Somos “diplomáticos” por naturaleza, y en el país de la diplomacia a quien le interesa reivindicar un irreverente “no” cuando hay tantos recibos por pagar, o hay tantos votos que ganar o “uno nunca sabe si se vuelve a encontrar con ese paisano después”… toca dejar las puertas abiertas, así esas puertas se conviertan en un portal de espera interminable que finalmente se rompe cuando ya la paciencia, de tanto esperar, se agota.
Yo he sido una abanderada del “no” aunque debo reconocer que me ha tocado moderarlo, cosa que mis amigas aún no aprenden. Y me ha tocado moderarlo en aras de mi supervivencia. Hoy le decía a mi amiga, tratando de explicar esta repentina y extraña sumisión mía a la convención social, que es que ha sido muy verraco andar suicidándome a punta de “no”. Por decir “no” ando sola, por decir “no” me he ganado la antipatía de jefes y compañeros de trabajo, por decir “no” no me invitan a las fiestas… ¡el “no” ha reducido mi vida social de una forma dramática! Entenderá el lector que, o lo moderaba de una buena vez, o esta sociedad devota del “si” me iba a lapidar. ¿Cómo hacemos? Ese sobrevivir hace que la irreverencia del “no” deba guardarse en un cajón para poder tener novio y pagar los recibos a tiempo, y en este momento, aunque no tengo novio, al menos pago mis cuentas…
Sin embargo, debo reconocer que cuando llegué a mi casa me dejaba insatisfecha esa coherente explicación que le di a mi amiga y que por fortuna, o no sé si por desgracia, no logró convencerla del todo. Comparto enteramente su discurso ¿por qué nos cuesta entregar un sincero “no”, y en cambio regalar un engañoso “si”? ¿Por qué tenemos que sonreír cuando no queremos sonreír? o ¿Por qué tenemos que soportar la presencia de alguien cuando no la queremos soportar? Por qué no podemos decir con franqueza y tranquilidad no quiero, no me apetece, no me gusta, ¡no me da la gana!
La razón es el temor, el temor porque nosotros mismos preferimos la esperanza hipócrita del sacro santo “sí” a la genuina crudeza y sinceridad del “no”.
Nos flagelamos y regodeamos en un eterno y superficial “bienestar” del “sí” y exigimos, a su vez, respuestas sinceras a nuestros requerimientos… ¡qué contradictorios somos! Nosotros no queremos escuchar la verdad, nosotros, nuestro preciado ego, lo único que quiere escuchar es un “si” acompañado de una dulce sonrisa... Nos quejamos de la libertad que no tenemos y no nos damos cuenta de que el verdugo de esa libertad ha sido justamente nuestro venerado y nunca bien ponderado “si”.
En el fondo y no sé si en el fondo de mis lectores, yo prefiero un “no” rotundo a un “sí” que hable bajo y me ponga a esperar en un eterno silencio. Dígame “no” por favor y después de cascarlo, seguro, al día siguiente, le estaré eternamente agradecida. Ese “no” sincero y descarnado, ese “no” diabólico y desalmado es lo que en últimas me va a hacer respetarlo más, porque con ese “no” su honestidad me está respetando a mí también. Ojalá mis lectores sintieran lo mismo a ver si desterramos de una buena vez la tiranía del “sí”
Por todo esto que le digo y con esta misma reivindicación del “no” que hoy hago, no se sorprenda si mañana me encuentra sola sentada en la mesa de un restaurante y mientras usted intenta sentarse conmigo a compartir el almuerzo del día, yo le diga:
“No, por favor, no se siente en mi mesa, que a mí me gusta almorzar sola”…
@weneardi
Reivindicación del “NO”
Lun, 06/05/2013 - 16:36
Hoy discutía con una amiga sobre el derecho a decir “no” y el temor cultural de los colombianos a esa corta y “subversiva” palabra.
En mi país de las mariposas amarillas nos cuesta un
En mi país de las mariposas amarillas nos cuesta un
