Aunque la tendencia a prolongar las fiestas de Navidad y Año Nuevo se ha generalizado en todo el mundo por razones comerciales, conozco pocos países como Colombia en donde la cosa puede durar varios meses. Las emisoras empiezan con la murga de sus gingles navideños el 1 de noviembre y hasta bien entrado enero siguen saludando a sus entrevistados deseándoles feliz año. En lugares públicos mantienen adornos de Navidad cuando las fiestas ya están lejos y hay particulares -sobre todo en algunos pueblos- que mantienen los adornos de Navidad todo el año. En Medellín la EPM empieza a instalar los “alumbrados” en agosto y el año pasado, en una alarde de provincianismo muy propio, los encendió en noviembre porque llegó una cantante norteamericana.
En cierta ocasión fui a la casa de un personaje de la vida pública colombiana a finales de febrero y ante mi sorpresa por encontrar en su salón un frondoso árbol navideño a aquellas alturas del calendario, con toda su parafernalia de bolitas de colores, luces encendidas y reluciente estrella en lo alto, el personaje en cuestión me confesó: “es que mi nieta no permite que lo quitemos”. Muchos colombianos, como la niña de este cuento, quisieran que todo el año fuera Navidad. Pero, como la realidad es testaruda, las facturas que hay que pagar a comienzo de año suelen indicar que la fiesta se acabó.
En Bogotá, una ciudad que lleva una racha de malos alcaldes como si sobre ella se abatiera una maldición bíblica, el fin de fiesta ha llegado de la mano de un impuesto de valorización que para muchos es un verdadero cañonazo a su economía doméstica. Conozco personas que, además de pagar cuatro millones de pesos de impuesto predial por su casa, este mes han recibido un saludo de Año Nuevo de la Alcaldía que les supone un desembolso extra de otros cuatro millones y medio por valorización.
Esa modalidad de impuesto que antes se miraba como un instrumento de progreso, hoy la gente lo ve inevitablemente como un abuso. La valorización siempre tuvo una relación directa entre el cobro y la obra realizada hasta que se instauró la modalidad de hablar de beneficio general y que esa contribución se perdiera en el sumidero negro de las malas gestiones. La fórmula es: “pague usted primero que luego la obra se demora indefinidamente, el dinero recaudado se devalúa, se enreda en contratos oscuros, se disparan los costos y vuelta a empezar el año entrante, después de las fiestas”.
El 8 de enero pasado día que, a pesar de los rezagos navideños que había por todas partes, empezaba verdaderamente el año, la gente que estaba en muchas colas de bancos, oficinas de entidades de salud y otros servicios tenía un ánimo que no era precisamente para encender juegos pirotécnicos de felicidad.
En las oficinas de Colsanitas, por ejemplo, una prestadora de salud de origen español que si hiciera lo mismo en España yo me imagino lo que iba a pasar, mucha gente protestaba por haber tenido un incremento del 23 por ciento en el recibo del servicio de medicina prepagada. La gente estaba furiosa y hacía colas de más de media hora para recibir por parte del encargado del servicio al cliente la misma explicación: “Es el incremento que hemos presentado a la Superintendencia Nacional de Salud en base al servicio prestado a personas de un rango superior a los 65 años y que nos ha sido aprobado, si quiere quéjese allí”.
El número de personas que había en aquellas oficinas protestando era casi el suficiente para formar un frente guerrillero pero como se trataba de gente tan mayor, tan desencantada de la política y con tantos achaques no les vi muchos ánimos de tirarse al monte. Tampoco estaban para irse en algarada hasta la plaza de Bolívar como los Indignados que últimamente ocupan las calles y plazas de Europa; había algunos con marcapasos y un solo de bombo o una papa explosiva podría dejarlos tendidos sobre el pavimento para siempre. Pero la furia era grande.
Como ahora está muy de moda entre los gobernantes hablar de la percepción –que si en la seguridad ciudadana, que si en la lucha contra la guerrilla, que si en el empleo- entre los usuarios que había en aquellas oficinas existía la percepción de que su gobierno les miente. ¿En que país del mundo hay una entidad gubernamental que permita un incremento del 23 por ciento en la prestación de salud de un día para otro?
Cuando el presidente Juan Manuel Santos anunció el mes pasado con bombo y platillos su reforma tributaria dijo que uno de los objetivos era “bajar a la mitad, del 10 al 5 por ciento el IVA de la medicina prepagada, beneficiando a cinco millones de personas que utilizan este servicio”
O usted, presidente Santos, no se entera de que hay entidades de su gobierno que están permitiendo asaltos a la gente de este calibre o miente cuando dice que a la gente le va a bajar el recibo de la salud, cosas ambas que son igualmente graves.
Se acabó la fiesta
Jue, 17/01/2013 - 10:06
Aunque la tendencia a prolongar las fiestas de Navidad y Año Nuevo se ha generalizado en todo el mundo por razones comerciales, conozco pocos países como Colombia en donde la cosa puede durar vari