Adivinanza sexo-política

Mar, 15/11/2011 - 00:02
Cuando fue elegido Gobernador ya se especulaba mucho sobre sus verdaderas inclinaciones sexuales, que confirmó luego con varios nombramientos ajustados a la sospecha.

Lo que nadie llegó a imagina
Cuando fue elegido Gobernador ya se especulaba mucho sobre sus verdaderas inclinaciones sexuales, que confirmó luego con varios nombramientos ajustados a la sospecha. Lo que nadie llegó a imaginar es que su esposa terminaría, al cabo de los años, conviviendo abiertamente con otra mujer, a quien conoció en un alto cargo oficial. Las dos atienden hoy espléndidamente a sus amigos e invitados, sin ocultar su largo y cálido romance. Los protagonistas de esta historia pertenecen a la alta sociedad bogotana, que ya no se sorprende ni se escandaliza ante hechos que antes eran extremadamente censuradas. Los moralistas severos de antaño tienen poca cabida en estos tiempos. El ejercicio de la cosa pública va por un camino y la vida privada, por otro, siempre y cuando la segunda se maneje de puertas para adentro, o –por lo menos- con relativa prudencia. Hoy, todo es posible, “en un mundo colmado de señales confusas, en la extraña fragilidad de los vínculos humanos”. ¿Tenían los dos una sexualidad indefinida cuando se casaron? Algunos creen que el matrimonio fue una cortina para ocultar lo que, en su momento, era mal visto en un joven político que prometía tanto, aunque los haya habido por montones (no jóvenes prometedores, sino homosexuales) en la historia de la política colombiana. Todos coinciden en que fue en su gobierno cuando se soltaron las amarras de la prudencia, y floreció como nunca el jardín de los homosexuales, casi todos hermosos y bien educados. Académicamente brillantes y buenos funcionarios. Sin querer decir que todos los bonitos llevados al gobierno, tuvieran obligatoriamente esa condición. Exitoso en su profesión de abogado, brillante escritor, respetado consejero y sobrio en sus comportamientos públicos, ocupa hoy un pedestal de la vida nacional, por encima de sus preferencias sexuales, que lo son para sus malquerientes, pero no para quienes lo rodean y admiran. El amor –dice Darío Jaramillo Agudelo- es instinto del cuerpo, acostumbramiento maniático de la líbido. Lo que sigue después es un pacto, un contrato que termina en nada o en el intercambio mezquino de dos egoísmos enfermos que se necesitan para sobrevivir. Los chistes de mal gusto que algunos osados han llegado a soltarle en público, son recibidos con indiferencia, sin que aparentemente hagan mella en su espíritu y en su semblante. Lo he visto reír a carcajadas, ante un cuento de homosexuales. (“Hombre que no ríe es capaz de matar a su madre”: San Isidro de Sevilla). ¿Es usted homosexual?, le preguntó un truculento joven, al escritor Truman Capote, no a nuestro personaje político. Con una pausa perfectamente medida (relata Gerald Clarke, su biógrafo) Truman le echó encima al joven un torrente de carcajadas a su vez: “¿Es una proposición?”. ¿Y cuál es la situación de su esposa? Al parecer, sus gustos eróticos nunca incluyeron a las mujeres, y nadie vio jamás el más ligero indicio que hiciera pensar que le gustaban. Por eso fue una sorpresa su cercanía íntima, cada vez más notoria, con la referida funcionaria, separada de su esposo y galanteada por compañeros y políticos, que se deslumbraban con su belleza. Así es el amor, sin entrar en más detalles sobre el proceso de conquista, que terminó en este encuentro de dos almas que parecen gemelas, que han hallado la manera de respetar a sus exparejas, y siguen amando, por encima de todo,  a sus hijos. -¿Qué más tendría que haber hecho para retenerlo?, se preguntó ella, el día que se negó a tolerar más infidelidades, cada día más abiertas, con supuestos alumnos o compañeros de oficina. Y se respondió como la mujer campesina que va a la consulta con Giacomo Casanova, en La Amante de Bolzano, de Sándor Marai: “Se lo he dado todo, todo lo que una mujer puede darle a un hombre: pasión y paciencia, hijos y aventuras, calma y seguridad, ternura y despreocupación”. Golpeada por la indiferencia de su marido, renuente a conseguir un amante, terminó en los brazos de otra mujer, que se convirtió, primero, en paño de lágrimas y después en la compañera comprensiva, en socia de la vida, con quien emula intelectualmente y disfruta la existencia sin premuras. ¿Y qué piensan los hijos de todo esto? Entender, sólo entender y querer, comentó uno de ellos (crecido y exitoso). En el campo de las decisiones, las mujeres son más vehementes. Ella se presenta en reuniones sociales con su pareja, mientras él guarda rigurosa reserva. El chisme ha triunfado al confirmar lo que era un secreto a voces. Ellos, todos, se pusieron por encima de las habladurías y gozan sus vidas con independencia.
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