Alfredo Molano mi compañero de sueños

Vie, 08/11/2019 - 05:31
Desde la bruma de los recuerdos de los años de 1963 ya tengo presente la figura juvenil y entrañable de Alfredito Molano. Al frente de la cafetería Central de la Universidad Nacional, sentados en e
Desde la bruma de los recuerdos de los años de 1963 ya tengo presente la figura juvenil y entrañable de Alfredito Molano. Al frente de la cafetería Central de la Universidad Nacional, sentados en el prado, charlábamos un grupo de jóvenes de sueños y tropeles donde sobresalían las voces de los jefes estudiantiles del momento: Guido Gómez y Carlos Pantoja. El bello edificio de la facultad de sociología no había sido construido aun y en el centro de lo que hoy es esa joya arquitectónica de Rogelio Salmona se levantaba allí una estatua, que las masivas y duras protestas estudiantiles del año anterior 1962, habían derribado para siempre y que correspondía al poeta ocañero y fundador del partido conservador José Eusebio Caro. En la cafetería central y a la hora del almuerzo por los altos parlantes tronaba la voz de Fidel y del Che llamando a los pueblos sufridos del mundo a levantarse contra los opresores: “Porque esta gran humanidad ha dicho:  ¡Basta!, y ha echado andar. Y su marcha de gigantes ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia, por la que ya han muerto más de una vez inútilmente. ¡Ahora!, en todo caso, los que mueran, morirán como los de Cuba, los de Playa Girón, ¡morirán por su única, verdadera, irrenunciable independencia!” (II Declaración de La Habana).
Allí, comenzando a construir esta amistad granítica entre sueños libertarios y gestas de liberación nacional, ese grupo de jóvenes iban tomando dimensiones de galaxia. Siempre al lado de Alfredo, recuerdo ver su alter ego y amigo del alma Fernando “el mono” Rozo, unidos por su niñez y anécdotas bogotanas.
Nuestro emblemático capellán y juicioso profesor universitario Camilo Torres Restrepo, ya oficiaba como intérprete de los sueños y aspiraciones revolucionarias de esos jóvenes aun imberbes, a los que había acompañado, cuando la ira juvenil incontrolada había salido a marchar y a protestar por la expulsión de sus líderes estudiantiles encabezados por la dirección del periódico juvenil de medicina “Bisturí”,  que en un profundo arrebato libertario se había atrevido a publicar completa la “Segunda Declaración de La Habana”. Nos vimos algunas veces en la capilla de la Universidad Nacional, donde yo acostumbraba a ir, desde el momento en que mi santa madre, angustiada por mi soledad en una ciudad tan peligrosa como Bogotá, me recomendó encarecidamente ir a buscar como guía espiritual al capellán universitario para que orientara mis pasos; y yo acogiendo el consejo maternal había ido para encontrarme con ese ser extraordinario y habitante de otros planetas de galaxia, que era Camilo Torres Restrepo. Después se nos vino ese vendaval social y político que decidió encabezar Camilo con su histórico movimiento “Frente Unido del Pueblo”. Allí, como consecuencia lógica, estuvimos con Alfredo Molano, hasta el tope. La inesperada muerte del gran capitán marcó nuevos y dramáticos rumbos y abrió nuestros senderos. Yo consideré la situación y me vinculé con el ELN, siguiendo la huella del inolvidable Camilo. Me sorprendió no encontrarlo en esas guerrillas. Años después y ya en el grupo “Replanteamiento”, en una oportunidad estando con Jaime Bateman, le pregunté por qué no había ido al monte y en forma clara y contundente, me respondió: “No me mamé al militarista y altanero de Fabio Vásquez, que le tocó a usted”. Le dije: Si Alfredito, tenes toda la razón. Por eso creamos e impulsamos El Replanteamiento”. Ya cayendo los años nos encontramos y trabajamos en la Defensoría del Pueblo en proyectos de Derechos Humanos con comunidades campesinas que siempre fueron su preocupación y ante la cual no ahorraba ningún sacrificio. Su extensa e inolvidable producción política, sociológica y literaria fue una reafirmación a sus sueños y esperanzas de poder construir una sociedad humana, respetuosa de los derechos inalienables de los humildes y olvidados de la tierra. La noche del día de su muerte fui hasta la funeraria Gaviria a despedirme del compañero de sueños y mi amigo del alma. Estaba en su féretro con su pañuelo rojo, rabo de gallo, anudado a su cuello como tantas veces lo vi. A su lado sus infaltables tenis “convers” con los que recorrió la extensa geografía nacional para dar testimonio de su pluma comprometida con los colonos y campesinos desarraigados de Colombia por los terratenientes y las mafias en el poder. Al salir de la funeraria después de haberles dado mi abrazo solidario a Gladys Jimeno, a los hijos, familiares y amigos, me topé con el gran biógrafo de Camilo Torres Restrepo y escritor consumado Joe Broderick. No pudimos impedir el llanto. Y recordamos que fue precisamente Alfredito Molano, el que me dijo: “Tigre, Joe Broderick está escribiendo un libro sobre el cura Manuel Pérez, quien fue jefe del ELN y a quien usted conoció bastante. Ayúdele al viejo Joe”. Para mí fue una orden fraternal. Fue así que nos fuimos Joe y yo para la Calera y le trasmití todo lo que sabía del sacerdote español y guerrillero, mi vivencia con él en la serranía de San Lucas y la admiración que las bases del ELN guardaban por él. De esta manera Joe Broderick dio forma final a su otro famoso libro: “El Guerrillero Invisible”. Al salir a la carrera 13 una ráfaga de viento frío y húmedo que arreció desde Monserrate acompañó mis lágrimas, mientras recordaba a: Alfredito Molano, mi compañero de sueños y esperanzas.
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