No soy objetivo en mi juicio. Acepto que, de los ocho años de Santos, los últimos siete me parecieron malísimos. El santismo es el sinónimo de todo lo que considero tiene atrasado a este país. Es un modelo de gobierno centrado en el amiguismo y la intolerancia. Los niveles de corrupción superaron lo conocido en nuestra historia. Pero de lo malo de Santos, lo más insoportable es su descaro al afirmar que todo era inmejorable, que su gobierno era el mejor y que pasaría a los anales de la historia como nuestra edad de oro.
La verdad es que Santos dejó una sociedad profundamente dividida, una economía exhausta y una crisis institucional sin paralelo. Los poderes públicos- manoseados hasta el cansancio con mermelada y amenazas- están en una crisis de legitimidad total. La justicia, más cargada que nunca, el legislativo untado de contratos que le quitan toda independencia y el ejecutivo de espaldas a los problemas nacionales que no quiere reconocer pues implica aceptar el fracaso de dos cuatrienios.
Los ocho años de Santos sólo fueron buenos para sus amigos, las FARC y el mundillo mamerto que se ganó la lotería sin haber votado por él en el 2010. Ocho años de desgaste para una nación que hoy está agotada del estilo intrigante y pequeño con el que se han manejado los asuntos de Estado. Un gobierno que derrochó en medio de la pobreza, insensible a los reclamos de las víctimas de la guerrilla, que fue implacable con sus opositores y generoso con lo poderosos.
Dirán los beneficiados de Santos que nos deja la paz. Sólo ellos creen que eso sea cierto. Las 220 mil hectáreas de hoja de coca son la garantía de que volveremos a la violencia o sucumbiremos al poder del narcotráfico. No habrá paz porque de la impunidad no puede salir el perdón. Los únicos que se han beneficiado de la paz santista son las ONGs y cuanto lagarto internacional ha podido pelechar de los generosos presupuestos asignados a todo tipo de iniciativas sin coherencia ni eficacia. Estos son los áulicos que, taqueados de dinero, insisten en que el acuerdo de paz es una maravilla y Santos es el nuevo Gandhi de la humanidad.
Admiro a Iván Duque que en medio de este desastre que recibe, mantiene su ecuanimidad y serenidad. A este joven le compete asumir el liderazgo nacional en las más difíciles condiciones posible. Le corresponde ser, nada más ni nada menos, que en el conductor de la esperanza de los millones de colombianos que han sobrevivido al santismo.
Altas expectativas
Lun, 06/08/2018 - 06:55
No soy objetivo en mi juicio. Acepto que, de los ocho años de Santos, los últimos siete me parecieron malísimos. El santismo es el sinónimo de todo lo que considero tiene atrasado a este país. Es