Sergio Ramírez pudo haber usado mejor unos testimonios maravillosos, los de Gloria Tinoco, Marina Carmona y la cantante Manuela Torres que se parecen a Vera Tinoco, Lilia Ramos y Chavela Vargas para construir La fugitiva, novela, biografía, o crónica sobre Amanda Solano, inspirada en Yolanda Oreamuno. Debió enlazar con mayor sofisticación las huellas de esas tres voces para intensificar el reto del lector que arma o desarma el rompecabezas de una vida convertida en mito. O en varios mitos: el de “la bella peligrosa”, el de Yolanda, “alias la tragedia griega” y el ícono o accesorio de moda después de 1970.
No obstante, el libro editado por Alfaguara cautiva: es la evocación de una mujer fascinante cuyos dones fueron su maldición. “Cuesta creerlo, pero su belleza fue siempre su desgracia…La veían los hombres y se enamoraban perdidos de ella, y si no les hacía caso, venía enseguida la calumnia. Que era liviana, que se le metía a los hombres casados, que destruía matrimonios por placer, que no le importaban las edades; en fin, en lugar de amor terminaba despertando odio. Ya hubiera querido yo la mitad de su belleza, pero, claro está, ni la cuarta parte de sus pesares”, dice Gloria, ahora de noventa años. Yolanda o Amanda, que siempre escogió a los hombres de acuerdo a su real gana.
Costa Rica sin drama, sin contrastes: hasta las montañas eran inofensivas. Daba miedo destacarse: al que quería sobresalir empezaban a bajarle el piso, hasta que se volvía al nivel de los otros. Así no podían surgir personalidades fuertes, singularidades, pensaba Amanda. Por eso huyó. Fugitiva escapándose hacia dentro de sí misma no encontraba la salida, estaba encarcelada por su yo interior, por el ambiente, por su rebeldía. Se trasladó a Guatemala, a Estados Unidos y regresó varias veces a su patria. Murió en México siendo ciudadana de ese país donde fue enterrada de forma anónima. La trajeron a Costa Rica a otra sepultura sin nombre. El 7 de julio de 2011, como acto de desagravio, esta tumba tuvo una lápida.
De rebeldía oscilante, contradictoria, Amanda fue víctima y victimaria a la vez. Reina y modelo, dama refinada con ansias de figuración social, amiga de personalidades. Izquierdista, cercana a los líderes del Bloque de Obreros y Campesinos, de donde salió el Partido Comunista, opositora de los falangistas de Primo de Rivera. Amo mucho y amó mal. Fracasó en su ambición de moldear al hombre perfecto. En recuperar a su hijo, en dos matrimonios. Tenía un talento prodigioso, pero no sabía manejar su vida. “El mundo que me rodea es incompatible conmigo”, aseguró. “Tal vez yo me salvo únicamente porque dispongo del territorio ubérrimo de mi fantasía. Yo sigo yéndome…viajando…descubriendo las islas de la agonía y los montes de la estupidez ajena”.
¿Y la escritora? ¿Dónde está la escritora? ¿Dónde quedó? ¿Por qué no escribió todo lo que concebía? ¿Será que su pasión era autodestructiva, que todo se consumía en su fuego interior? se preguntan las entrevistadas. Vivía preocupada por escribir como su gran ídolo Marcel Proust, pero de eso pocos se acuerdan: su historia personal opaca a la autora. ¿Se perdieron las obras? ¿Fueron censuradas? Fue un genio de la novela, dicen muchos. La brillantez intelectual se convirtió en otra condena para Amanda Solano, muerta a los 40 años, en 1956. La ruta de su evasión, su obra de ficción publicada, insinúa el boom, funda la modernidad literaria costarricense porque, diferencia de los textos realistas de sus contemporáneos, se enfoca en la intimidad de sus personajes. El único universo que era suyo.