Tenía toda la razón Aristóteles cuando afirmó que el hombre es un ser social por naturaleza. Aun con la posesión de todos los bienes intelectuales y materiales, nuestra existencia carecería de sentido al estar completamente solos. El hecho de que tengamos uso de razón, pero que seamos imperfectos, que tengamos distintas capacidades pero también limitaciones y necesidades, nos ayuda a complementarnos unos a otros. Dos manifestaciones de la naturaleza social del hombre, son el amor y el deseo de reconocimiento que, a la vez, podrían ser considerados como dos motores que impulsan el actuar humano.
Somos tan esencialmente sociales que, en gran parte, nos motiva más la percepción que los demás tienen sobre nuestros actos, que nuestros actos mismos. Así como es inherente al ser humano vivir en función de servir a la sociedad, también es natural que queramos ser reconocidos por lo que hacemos. Es un sentimiento sano y muy humano pretender que nuestro talento y esfuerzo, sea retribuido con admiración. Por ejemplo, quizás al multimillonario, más que acumular riquezas que probablemente no va poder disfrutar en vida, le interesa ser reconocido como una persona poderosa, que posee mucho y muy talentosa para multiplicar sus recursos. Es posible que la aspiración de un artista comercial sea ser admirado por las masas; y la de un artista independiente, lograr el reconocimiento de las élites. Probablemente al Papa Francisco también lo motivará ser recordado como el Papa más humilde, comprensivo y misericordioso de la historia.
Pero tampoco podríamos tener una naturaleza social, si nos limitáramos exclusivamente a pensar en nosotros mismos y no reconociéramos la humanidad del otro. Todas las situaciones conflictivas del ser humano proceden del egoísmo. Existe otra fuerza que motiva nuestro actuar y representa lo más sublime; que resume todo el afecto, la bondad y la compasión del ser humano: el amor. La madre que cuida a su hijo, más que por ser apreciada como una buena mamá, la motiva el bienestar de su criatura. El misionero que atiende a los pacientes de ébola en África, lo hace para dignificar a quienes sufren, nadie arriesga la vida en esas proporciones por vanidad. Una persona que en un cajero automático acepta hacer una donación para una causa social, no lo hace porque van a admirar su generosidad, porque nadie la está viendo, sino porque sabe que otro puede estar pasando necesidades.
El amor y el deseo de ser reconocidos, son dos realidades humanas que no deben considerarse contradictorias sino complementarias. Ser generoso en reconocer los méritos de los demás, es una gran expresión de amor. Podríamos decir que el amor es sinónimo de dar y el reconocimiento es sinónimo de recibir. Siempre nos costará más dar que recibir. Esto no implica que recibir tenga una connotación peyorativa, todo lo contrario, es totalmente positiva porque es la consecuencia de dar. Completamos lo que somos tanto dando a otros, como recibiendo de ellos.
Por lo general, las personas que más dan, son las que más reciben. Pero lo verdaderamente preciado son los actos que causan admiración, no la admiración en sí misma; porque así no haya reconocimiento, lo valioso jamás perderá su valor. Amar depende de nosotros mismos, mientras que el reconocimiento en sentido estricto, es ajeno a nuestra voluntad.
Amor y reconocimiento
Vie, 21/11/2014 - 18:10
Tenía toda la razón Aristóteles cuando afirmó que el hombre es un ser social por naturaleza. Aun con la posesión de todos los bienes intelectuales y materiales, nuestra existencia carecería de s