De los biógrafos que tuvo en vida el notable crítico gramatical Roberto Cadavid Misas, “Argos”, el único que lo puso a hablar sobre la intimidad de sus disciplinas periodísticas y literarias que lo hicieron tan famoso fue nuestro pupilo Édgar Artunduaga Sánchez.
Nosotros --amigos de convertir las efemérides en columnas-- rescatamos el episodio al cumplirse este miércoles (16 de agosto) veintiocho años de la desaparición de este original guardián de la lengua castellana que llegó al diarismo colombiano de la mano del periodista Rodrigo Pareja Montoya, cuando comandaba la redacción de El Espectador en Medellín.
El cronista huilense llamó la atención acerca de una situación bien sui géneris: que el filólogo nacido en Andes, Antioquia, hubiese arribado a la prensa escrita cuando contaba 63 años, y ya había sido admitido en el club de la tercera edad, tras dejar a un lado la ingeniería civil, que fue su oficio de toda la vida y por el que su papá lo apodó “pión graduado”. Con su espléndido sentido del humor, el mismísimo ‘Argos’ se apoyó en don Feliciano Ríos, el zapatero remendón salido de la rica imaginación del escritor manizaleño Rafael Arango Villegas, para referirse a su llegada, algo tardía pero efectiva, al periodismo nacional:
“… En lo que sí le sonó la flauta fue en los periódicos. Cómo les parece que hace unos cinco años, cuando dejó el trago –que ya le estaba cogiendo ventaja— le dio por comentar esas metidas de pata que salen en los periódicos, y eso se lo publicaron y como que le gustó a la gente. Porque a todo el mundo le encanta que critiquen a los demás, pero a uno no. Así se fue encarrilando por ese lado y dejó la ingeniería. También es cierto que ya estaba jubilado, y lo hicieron periodista a la brava. Yo creo que es el único en el país que ha pasado de ser doctor a ser don Roberto. O no más que Argos”.
Démosle la palabra a Artunduaga: Don “Argos” nos enseñó con fino humor a escribir correctamente el castellano; a hablar con propiedad nuestra lengua nativa y a deleitarnos con la historia –sobre todo la mitológica— convertida en su fascinante pluma en una deliciosa y divertida aventura.
Se levantaba a las tres de la madrugada; se duchaba con agua fría (inclusive en Bogotá) y comenzaba a escribir, ¡sin camisa!, porque sentía mucho calor. Era un mecanógrafo experto que muy pocas veces repisaba, pero siempre redactaba en borrador, corregía a mano y volvía a pasar todo el texto en limpio.
Durante tres días permanecía en Bogotá, en casa de una hermana, en el Barrio Galerías (antiguo Sears). Escribía en un improvisado estudio que era más una mesa de dibujo de su sobrina, pequeño, aislado, con un baño inmediato, cerca de la cocina, lo ideal para no molestar a nadie a las tres de la mañana.
En Medellín, en cambio, vivía en un apartamento sin su familia, solamente acompañado por miles de libros, sin sus doce hijos. Allí era donde investigaba y preparaba sus implacables gazaperas. ”Argos” se deleitaba con su música brillante y a su ritmo perforaba cuartillas. Raras veces escribía por las tardes y nunca de noche. A las nueve caía profundo en su cama. Nunca oía radio, ni veía televisión. Detestaba la política y no escribía al respecto, ni siquiera para encontrar gazapos. Tomaba apuntes en papeles pequeños que con abundancia guardaba en sus bolsillos. Tenía buena caligrafía, pero pocas veces escribía a mano. ¡Genio y figura hasta la sepultura!
La apostilla: En una crónica maestra publicada en el desaparecido Magazin Dominical, de El Espectador, titulada ‘los cien ojos de Argos”, escribió el poeta Juan Manuel Roca, con inspirado acento: “Si se dice que errar es humano, el libro ’Gazaperas gramaticales’. editado por la Universidad de Antioquia, es un manual de humanidad, de errores capturados con la pinza de su humor”.
Así era 'Argos' en la intimidad
Sáb, 12/08/2017 - 14:20
De los biógrafos que tuvo en vida el notable crítico gramatical Roberto Cadavid Misas, “Argos”, el único que lo puso a hablar sobre la intimidad de sus disciplinas periodísticas y literarias