El presidente Santos se ha dedicado a mejorar la imagen y la participación de nuestro país en los escenarios internacionales. Es reconocida su habilidad y su preparación para ello, e indiscutibles los éxitos logrados. La maltrecha imagen dejada por el anterior Gobierno al identificarse plenamente con el Gobierno Americano más criticado de la historia, y al abandonar todos los otros espacios de la diplomacia y las relaciones exteriores, ha sido corregida y es un mérito que hay que reconocer a nuestro mandatario: bien por esa.
Pero la falta de atención a otros problemas como el de la infraestructura y la prevención de desastres previamente anunciados por causa del cambio climático, ha llevado a que sucesivamente en dos periodos invernales nos caigan las peores tragedias de que se tenga registro, con millones de conciudadanos damnificados e inmensas pérdidas en la capacidad productiva del país. A esto el actual Presidente poca atención ha prestado tanto en la presencia física como en la dirección personal de su administración. La delegación en una entidad administrada ‘con criterios empresariales’ y en parte sin institucionalidad no ha dado los resultados esperados, y el primer mandatario no ha tomado ‘el toro por los cuernos’ sino más bien le ha hecho el quite ‘a la torera’. Amigo como es de las citas de Churchill, debería recordar cuando aquel imprecaba a sus comandantes diciéndoles que los había nombrado en esos cargos para que superaran los obstáculos que encontraban no para que los usaran de trincheras para disculpar su ineficiencia. Es verdad que hemos sufrido los peores aguaceros de la historia, sin embargo aceptar que las explicaciones sean el exceso de lluvias, las explotaciones de los parajes cerca a las carreteras, el acumulado de muchos años sin atacar los mismos problemas, o la ineficiencia de Alcaldes o Gobernadores, es justificar la incapacidad de aquellos a quien puso a cargo de esos manejos, pero al mismo tiempo renunciar a subsanar las fallas cometidas, evadir la responsabilidad por la falta de acción desde la pasada temporada de lluvias, y decretar como única actitud para el país la resignación: mal por eso.
Hasta donde se ve el Primer Mandatario ha permitido y casi que propiciado que la Administración de Justicia devele los horrores sucedidos en anteriores años. El respeto por la autonomía de la Administración de Justicia contrasta con el pasado. Al no interferir con las Cortes ni con los órganos de control (Fiscalía, Contraloría, etc.), se ha adherido a una especie de política de enmienda ante la impunidad por abuso del poder y contra los principios de la democracia; y con las leyes propuestas y algunas ya tramitadas (aún sin ser perfectas) se ha reconocido que el Estado en alguna forma debe responder por haber desatendido o casi cohonestado la barbarie del paramilitarismo. Bien por esa.
Pero la principal herencia maldita del pasado es la inercia de buscar más una victoria que una solución al conflicto armado, y esa no ha cambiado. El Dr. Santos ha afirmado que guarda en el bolsillo la llave de los acuerdos de paz. Es difícil pensar en no seguir la misma estrategia (aún si aportó más de frustración que de éxito), aún más difícil vender esa idea a quienes la promovieron porque creyeron en ella; y más aún a quienes ha sido determinante en su vida: para los militares, a los rasos que se alistaron más como una solución de vida que para ‘defender a la patria’, y/o a los altos oficiales para quienes ha sido su formación; y ni se diga para quienes en una u otra forma se las acabó –las víctimas o sus familiares que física o psicológicamente quedaron afectados para siempre-. Adicionado esto a un cierto triunfalismo por los golpes asestados a las Farc, parece haberle hecho olvidar al Primer Mandatario que la paz se puede alcanzar por medios distintos a la guerra -o la violencia o las armas-, que por otros caminos la inversión en dinero y en recursos humanos es inmensamente menor y que los resultados son mucho más positivos y reales; que la mayoría de los guerrilleros son personas que no escogieron ese destino, sino víctimas también de sus propias circunstancias, y que casi sin excepción también fueron objeto de otras violencias irresistibles que trastocaron sus existencias. Ante el hecho que entre 153 países tabulados por el Índice Global de Paz hemos ido cayendo del puesto 116 en 2007, al 130 en 2008, al 138 en el 2010, y al 139 al 2011, el no buscar caminos alternativos al de usar la capacidad de violencia del Estado es un error. Mal por eso.
Pero sobre todo los resultados macroeconómicos (crecimiento del PIB, inversión extranjera, aumento de las exportaciones, etc.) serían un motivo para congratularse con el gobierno –podrían ser un ‘bien por eso’-, de no ser porque el proceso se acompaña -y pareciera que sienten que les permite desentenderse- del deterioro de los indicadores de la brecha de desigualdad, del incremento en la concentración de riqueza, y del mismo Índice Global de Paz o del drama que se vive con la temporada de lluvias, que nos muestran no solo con la peor situación de toda América Latina sino como prácticamente los únicos con una tendencia a empeorar. No es posible ser tan ciegos como para no entender que en alguna forma las dos dimensiones son simultáneas porque están ligadas la una a la otra, porque ambas son manifestaciones de un modelo político y económico que produce resultados económicos positivos pero desatiende los resultados sociales. Mal pueden ante lo que está padeciendo el país hacer una especie de plagio y modernizar una famosa frase convirtiéndola en ‘el gobierno va bien pero el país va mal’, y menos en forma tan cruda como lo dijo el ministro de hacienda al proclamar que ‘el gobierno del Dr. Santos está en el hasta ahora su mejor momento’. Por lo tanto: Mal por eso.