Berlín La Caída: 1945

Sáb, 11/02/2012 - 00:02
Antony Beevor
Memoria Crítica
14 impresión
Barcelona, España, 2007
Antony Beevor es realmente
Antony Beevor Memoria Crítica 14 impresión Barcelona, España, 2007

Antony Beevor es realmente uno de los cronistas históricos de mayor renombre. Sus obras como El Día D, Stalingrado, La Batalla de Creta, La Guerra Civil Española y Berlín 1945 han merecido varios reconocimientos a nivel internacional.

Beevor no toma realmente partido de los acontecimientos. Los va narrando, cual bitácora de combate, desde la orilla del observador imparcial, curtido y riguroso. Su crónica responde a horas y horas de estudio en anaqueles, archivos, documentales y a miles de horas de entrevistas con los protagonistas. Ahí radica su importancia y credibilidad.

Los acontecimientos finales del III Reich, que debía durar mil años según lo esquizofrénica palabrería de sus instigadores, son dramáticos y están reflejados en este libro.

Después de la derrota del VI ejército alemán en Stalingrado ya no vinieron más victorias para los hombres de la Cruz de Hierro. Solo retrocesos. Cuando llegan los ejércitos soviéticos a las orillas del Vístula para tomar Varsovia, es volver a empezar. Ya se está en Polonia, aquella que había sido repartida por los rivales de ahora en dos. La Operación Barbarroja que había sido el nombre de la invasión nazi a la Unión Soviética rompió ese pacto de no agresión. Después de ahí, por virtud de la escalada de la violencia y odio ciego se convirtió en pesadilla y muerte para millones de personas.

Volver a Polonia, a sus campos de exterminio, fue para el Ejército Rojo el inicio de su Venganza, con letras mayúsculas. Es la hora de exponer la “noble furia” contra el régimen y pueblo que los había desvastado. La invasión a Polonia, la toma de su capital, de sus ciudades, ocurren en los primeros días de enero de 1945. La población de la Prusia Oriental, con su capital Konisberg, cuna de uno de las más grandes exponentes de la filosofía alemana, Kant, comienza a desplazarse a las “zonas seguras” al oeste. Se tiene miedo de la represalia de las “odiados  hordas eslavas” que la propaganda nazi había estado incubando desde años atrás.

Con la invasión vienen las liberaciones desprovistas de humanidad. Aunque hay actos de caballerosidad, la media es que las violaciones masivas, las ejecuciones son pan de cada día, producto de un resentimiento por haber profanado la Madre Patria.

Nunca (y hasta ahora no se ha vuelto a repetir) se había concentrado tanto número de soldados, materiales de guerra, blindados, aviones para poder arrasar al enemigo fascista.

Con el paso de los días se va desmoronando el imperio nazi; primero el Vístula, la toma de Silesia, Prusia Orienta, luego el Oder,  la Pomerania y así avanzando hasta Berlín.

En su bunker de la capital, la cúpula nazi y el Führer, otrora poderosa, son remedos de una tragicomedia que raya en lo absurdo. Se envían batallones de niños y de ancianos a repeler a la máquina militar soviética. Simplemente son carne de cañón en el desvarío de la irrealidad.

Son esos ejércitos bisoños, acompañados de unas cuantas divisiones curtidas quienes defienden todo el oriente de Alemania. Hitler en su fantasía las considera ejércitos formidables y todo aquel que quiera retroceder es considerado traidor y sujeto a la ejecución.

Las cumbres de Seelow, en la antesala oriental de Berlín, se convierten en el cementerio del porvenir alemán. Igual sucede al sur de Berlín y al Norte por la Pomerania. Miles de jóvenes mueren avasallados por el avance de los mariscales Zhukov, Konev y Rokossovsky, quienes cada uno quieren tener el honor de ser el Conquistador de Berlín. También mueren muchos atacantes dada la demencial orden de atacar sin mediar en las consecuencias.

Beevor describe en detalle todas esas batallas; los sufrimientos de la población civil; la angustia de las mujeres por el temor real de la violación masiva; el saqueo; los suicidios por el miedo de ser apresados o deportados; el desprecio por la vida, tanto de defensores como de atacantes. No hay espacio para la compasión; “la justicia de la piedad no ha lugar”. Espacio especial merecen las violaciones a las mujeres, con lo que como dice Beevor “este hecho tiende a sugerir la existencia de una zona oscura en la sexualidad del hombre susceptible de salir a la superficie de un modo demasiado sencillo, sobre todo en tiempos de guerra, en los que desaparecen todas las restricciones sociales y disciplinarias”. También muestra Beevor, que al final dadas las circunstancias de miseria, muchos pobladores aceptaban cualquier cosa con tal de no morir de hambre, recordando la frase de Brecht: “primero la comida, después la moral”.

Igualmente, Beevor describe lo que sucede con los aliados occidentales en las orillas del Rin y del Elba; el error de cálculo de Eisenhower de no darle importancia a la toma de Berlín; la ambición de Montgomery para ser él el conquistador de la capital alemana; los pormenores de la conferencia de Yalta en donde se decidirá con un Roosevelt moribundo y un Stalin exultante el destino de la Europa Oriental.

Narra Beevor los detalles de lo que sucede en el Bunker de Hitler; la abnegación y fidelidad de Eva Braun, la amante del dictador, luego su esposa; los intentos de Himmler, segundo en la línea de mando, de buscar desesperadamente un acuerdo con los aliados occidentales; la ostentación de Goering, su ambición e incompetencia; las tramas de Bormann, su fiel ayudante, para urdir tramas contra sus otros compañeros; las diatribas fantasiosas de Goebels. En fin todo lo que puede pensarse de un grupo que llevó a la humanidad a la deshumanidad. En fin “se trataba del Apocalipsis de la corrupción autoritaria, y el submarino de hormigón de la Cancillería del Reich proporcionaba un escenario perfecto para un infierno que más de diría propio del teatro existencialista”.

Al terminar de leer Berlín: La Caída solamente queda el mensaje de que una historia como esta de locura y paroxismo, alimentada por el odio, no debe repetirse. “En su desaparición, la incompetencia del régimen nazi, su enfermizo rechazo a aceptar la realidad y su inhumanidad todavía se hicieron más evidentes”.

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