Se necesita mucho temple para aguantarse la rabia que produce una humillación pública y para contenerse cuando a uno lo están atacando. Ese temple lo tuvo el sargento García cuando era sacado a empellones del lugar que le habían asignado para vigilar. Apenas unas lágrimas reflejaron el terremoto de sentimientos que lo invadió y con esas lágrimas ha conseguido dignificar el papel de las Fuerzas Armadas y conmover a la opinión pública. ¿Un soldado llorando? ¿Un militar que no acude a la fuerza para defenderse? ¡Eso si que es raro! Y eso si que es bueno en estos momentos de confusión y violencia que vive el Cauca.
El sargento nos ha dado una lección: las armas en manos de las fuerzas institucionales no pueden utilizarse para agredir a la población; son para la defensa de la ciudadanía, para salvaguardar el orden público, nunca para hacerle daño a quienes protestan, así la protesta nos parezca desbordada. Pero también con su actitud, este militar ha recalcado la gran diferencia que debe existir entre las armas legítimas del Estado y las armas en manos de grupos ilegales.
Este comportamiento digno, pero extraño, en medio de la agudización del conflicto debería ser un elemento a considerar seriamente por las partes involucradas porque en el Cauca lo que sobra es la ilegalidad y lo que falta Estado y desarrollo.
El gobierno ha ofrecido iniciar el diálogo ya, sin ceder espacio militar, pero los indígenas insisten en la retirada de las fuerzas militares y cuestionan la delegación encabezada por el Aurelio Iragorri, porque se niegan a hablar con personas que para ellos no tienen poder de decisión.
No creo que María Jimena Duzán tenga razón cuando afirma que el gobierno “Por temor a aparecer débil y blandengue ante ese uribismo recargado… ha ido desechando olímpicamente todas las ventanas de diálogo que se le han abierto con los indígenas”. Lo que se ha visto es precisamente lo contrario, un gobierno con disposición al diálogo y a la no utilización de las armas para afrontar el conflicto, un gobierno que a riesgo de parecer “blandengue” sigue ofreciendo alternativas y unas fuerzas militares respetuosas de las órdenes presidenciales.
Tanto ha cedido el gobierno que hasta un Antonio Caballero nos sorprende con su análisis, al afirmar que: “Tienen razón los indios Nasa, que quieren que se vayan los contendientes a otra parte. Pero no se puede porque el gobierno también tiene razón: no puede haber territorios vedados a las fuerzas del Estado, que se convertirían de inmediato, si no lo son ya, en santuarios guerrilleros.” (El resaltado es mío). ¡Así es!, como dice Caballero el diálogo no puede hacerse a costa de la falta de Estado y en esto tenemos que rodear y apoyar al gobierno.
Así como el sargento García se contuvo, se tragó la rabia y nos dio una lección, así esperamos que las autoridades indígenas contengan su rabia ancestral y no dilaten más las conversaciones con premisas imposibles de cumplir, como es la retirada de las fuerzas militares.
¿Cambiar los interlocutores? Eso sí puede ser. Que no se acepte al consejero Iragorri es entendible pues podría ser visto como un representante de esas élites caucanas de las que los indígenas han sido contradictores históricos. Pero extraña que ahora los líderes Nasa exijan la presencia del “alto gobierno”, cuando hace apenas una semana esos mismos dirigentes, en medio de una fuerte rechifla, se negaron a reunirse con el Presidente Santos, que había viajado con sus ministros hasta Toribío precisamente para escucharlos.
Esperemos que el gobierno sepa sortear con éxito ese campo minado que es el conflicto del Cauca, donde las explosiones pueden provenir de amigos y enemigos o de opositores que como el expresidente Uribe se sobrepasaron más de una vez en lo político, lo militar o lo paramilitar; ojalá que a Santos no le pase como en otras ocasiones y se deje asustar por un simple triquitraque, de esos que se usan en la Semana Santa en Popayán, cuando lo que se oye son unos simples trinos destemplados.
Campo minado o triquitraque
Mar, 24/07/2012 - 01:01
Se necesita mucho temple para aguantarse la rabia que produce una humillación pública y para contenerse cuando a uno lo están atacando. Ese temple lo tuvo el sargento García cuando era sacado a em