Su gran capacidad para trabajar y comunicar se ven reflejados en sus altos niveles de admiración popular. Son muy pocos los líderes en Latinoamérica cuyas opiniones generan tanta amplitud y resonancia en el imaginario colectivo. Pero, los dirigentes que influyen en esas proporciones, deben tener en cuenta que, “a mayor liderazgo, mayor es la responsabilidad”. Si sus posturas son adecuadas pueden beneficiar enormemente, pero si están equivocadas pueden de la misma forma causar bastante daño. Podríamos afirmar que la gran destreza que usted tuvo durante su mandato de generar entusiasmo, es directamente proporcional a su facultad de incentivar negativismo hacia nuestras aspiraciones de paz. Esto no le conviene al país, no olvide que las personas que se sienten en usted representadas, también se van a favorecer, si se da por terminado el conflicto.
No podemos negar que en las democracias modernas, la oposición política es un elemento imprescindible; encarna las inconformidades sociales, elevando la voz de quienes no tienen la posibilidad de ser oídos. Pero cuando la oposición se limita a adoptar una función obstruccionista, ocurre entonces, que la lucha por las reivindicaciones sociales deja de ser autónoma, pasa a ser subordinada por la disciplina partidaria y conlleva a la desnaturalización de su función. La ausencia absoluta de cooperación con un gobierno que no dista mucho del suyo, termina desvirtuando la credibilidad en su partido. Para la ciudadanía es más convincente que el punto de partida del debate político sea: “todo puede hacerse mejor” y no: “todo se está haciendo mal”. Haber concentrado todos sus esfuerzos en deslegitimar el mandato de Santos, con la creencia de asegurar así el triunfo en las elecciones, fue lo que paradójicamente más afectó al Centro Democrático en los comicios presidenciales: el miedo a que la alternancia política implicara la interrupción de todas las iniciativas del actual gobierno, entre ellas, la de poner fin al conflicto, fue un elemento determinante para la derrota de Zuluaga.
Su determinación de debilitar militarmente a la guerrilla, retomar el control territorial del país y recuperar la confianza inversionista, fue lo que en gran parte permitió empezar a construir un nuevo rumbo en nuestra nación. Sus iniciativas de gobierno fueron muy importantes y provechosas, pero no menos beneficioso y trascendental es el diálogo que se adelanta en La Habana y el proceso de postconflicto que se avecina. La realidad se caracteriza por ser esencialmente dinámica. Todo fluye, nada permanece inmóvil y fijo, todo cambia y se transmuta sin excepción, incluidas las circunstancias que dieron origen a su política de seguridad democrática. Y más, cuando nos damos cuenta de que la solución a los problemas más graves de nuestra nación, son de carácter adaptativo y no técnico. Si se tratara de una solución ya conocida, gracias a la experiencia y al método, muy probablemente usted hubiera solucionado el problema de la violencia como factor constante de nuestra vida cotidiana. Pero cuando nuestras principales problemáticas son de carácter adaptativo, aumenta la complejidad ya que se requieren cambios en las sociedades y entran en juego las personas, la educación, la cultura, los signos, los valores y los hábitos. En este tipo de coyuntura histórica como la de hoy, que está de por medio la reconciliación de todo un país, podemos afirmar: “cuando las personas no son parte de la solución, son parte del problema.”
Muchos podrán considerar que esta carta sobrepasa los límites de lo posible, pero hay una serie de hechos que me hacen pensar que las concesiones necesarias para dar por terminado el conflicto, no son totalmente ajenas a su voluntad. En 1992, usted fue uno de los principales promotores de un proyecto de indulto total para los miembros de la guerrilla del M-19. De igual forma, a través de la ley 796 de 2003, usted pidió facultades para que su gobierno pudiera facilitar la reincorporación a la vida civil de los grupos armados al margen de la ley, que se encontraran vinculados decididamente a un proceso de negociación y se pudieran establecer circunscripciones electorales especiales de paz. De igual forma, según los periódicos del 4 de octubre de 2006, usted manifestó: “Hay que permitir que quienes han cometido delitos que no son considerados políticos, como es el caso del homicidio o el secuestro, entre otros, puedan llegar al Congreso de la República”.
Muchas generaciones de colombianos no conocieron la paz, yo pertenezco a una generación que desea fervorosamente ayudar a construirla y conservarla para el futuro. Siempre abrigaré la ilusión de que un líder de su talante esté dispuesto a revaluar su posición para promover la cultura de paz y a construir nuevas y mejores soluciones. Estoy seguro que la paz en Colombia puede hacerse sin usted, pero debo reconocer que con su voluntad, el proceso de reconciliación nacional sería mucho más completo. No se equivocaba el escritor ruso León Tolstoi cuando afirmaba: “A un corazón grande, ninguna ingratitud lo cierra, ninguna indiferencia lo cansa”. Usted siempre afirmó tener un corazón grande. Como colombiano, la paz también le pertenece a usted, y si le pertenece, es también responsable de ayudar a conseguirla.
Reciba la expresión de mi más alta consideración y un atento saludo,
Jorge Piotrowski
Carta abierta al Senador Álvaro Uribe
Jue, 25/09/2014 - 18:49
Su gran capacidad para trabajar y comunicar se ven reflejados en sus altos niveles de admiración popular. Son muy pocos los líderes en Latinoamérica cuyas opiniones generan tanta amplitud y resonan