Chovinismo del Siglo XXI

Dom, 30/08/2015 - 14:34
La decisión del presidente venezolano, Nicolás Maduro, de emprenderla contra los colombianos que viven en ese país no es ni mucho menos una medida para controlar el contrabando. Cualquiera que se h
La decisión del presidente venezolano, Nicolás Maduro, de emprenderla contra los colombianos que viven en ese país no es ni mucho menos una medida para controlar el contrabando. Cualquiera que se haya arrimado por la frontera descubre de inmediato que este delito campea básicamente porque existe corrupción en la guardia del vecino país. Tampoco es creible para nada la versión según la cual la arbitraria medida es para combatir el paramilitarismo. Los paramilitares saben que allí se acogen a los miembros de las FARC y del ELN pero para ellos pasarse a Venezuela sería como meterse en la boca del lobo, más aún en momentos en que son los principales aliados de la guerrilla y determinantes mediadores en las negociaciones de La Habana. Ambas respuestas de Maduro son espectacularistas con el objetivo de generar opinión calenturienta en vísperas de elecciones. Pero esto no es solo un acto de barbarie oportunista del jefe de estado del vecino. Lo peor es que refleja los alcances de lo que se ha dado en llamar el Socialismo del Siglo XXI. Esa curiosa mezcla de populismo y caudillismo disfrazado de izquierdismo que ha terminado por conquistar el poder en varios países latinoamericanos, sensibilizando a los más pobres y desprotegidos y convirtiéndose en una aparente respuesta a la desidia, el abandono y la corrupción de las tradicionales élites políticas en el continente. No se necesita ser uribista para comprender que estos experimentos reactivos a lo único que han conducido ha sido a sumir en el atraso y el empobrecimiento a los pueblos latinoamericanos que han caído en manos de este tipo de gobernantes, que a veces rayan inclusive en lo demencial y que en la mayoría de los casos responden a liderazgos adquiridos a punta de mentiras y simbologismos estrafalarios, los cuales son su arma fundamental para montar proyectos de gobierno que cabalgan sobre los más bajos instintos de sus gobernados y explotan a cual más el resentimiento que ha generado la centenaria negligencia y la indolencia de los poderes tradicionales. No se necesita ser proyanqui para darse cuenta de que la manera en que el chavismo ha conducido a Venezuela lo ha llevado a pasar de ser un país rico para convertirse en un país cada vez con menor poder aqdquisitivo, donde día a día se empobrece más la clase media, mientras a los pobres se les calienta el oído con soluciones cortoplacistas e insostenibles que aparentemente los benefician. Se clienteliza a ciertos sectores bajos de la población y se les involucra en una especie de policía política lumpenizada. Ni se necesita ser derechista para saber que por desgracia para ese país el heredero de Hugo Chávez resultó tamaño ignorante, por supuesto irresponsable y atrevido, lo cual lo puede llevar a decir o hacer cualquier tipo de barbaridad sin sonrojarse. Por eso hoy vale la pena imaginarse lo que se estarán preguntando los defensores del chavismo en Colombia. Empezando por el alcalde Gustavo Petro, quien justamente ponía como primera condición para ser integrante del Polo Democrático Alternativo que se respaldara el régimen chavista. Y qué se estará preguntando toda esa recua de mamertos irredentos que apoyaban cuanta bestialidad se le ocurría a Chávez y más recientemente habían optado por defender las chambonadas de Maduro, con el pretexto de que lo que se difundía eran tergiversaciones de la derecha o malinformaciones proimperilistas. O incluso qué se preguntarán antiguos amigos y ex camaradas o compañeros de viejas luchas populares que siguen ilusamente remando contra la corriente humanista creyendo defender justas causas sociales. Me llega a la memoria una reunión fundacional del Polo, por allá a principios del 2003, en la que se preparaba la candidatura de Lucho Garzón para la Alcaldía de Bogotá y me atreví a decirle a Petro, a propósito de su exigencia, que no compartía las adscripciones internacionales porque todavía tenía la cara roja de vergüenza por haber apoyado el sanguinario régimen de Polt Pot en Camboya en la década del setenta. Petro manoteó la mesa y dijo que era reaccionario comparar a Chávez con Polt Pot. Le respondí que en efecto con quien se podría comparar era con el régimen de Nicolae Ceasescu en Rumanía, porque era una camarilla militarista y corrupta. Por supuesto no fui fusilado porque ya no se dirimían las contradicciones a plomo. Aquella no era una frase mía. Se la había robado al ex embajador en Venezuela, German Bula Escobar, quien además terminó estigmatizado por Petro por haber sido el embajador cuando el empresario Pedro Carmona pidió asilo en Colombia. Para el hoy alcalde bogotano resultaba insólita la imagen en la que el diplomático colombiano tomaba del brazo al opositor venezolano para acompañarlo al avión que lo trasladaría a Colombia. Ese gesto protocolario le indicaba a Petro que Bula era golpista y así lo macartizó por el resto de su vida. Por supuesto desde una notoria ignorancia supina sobre las normas universales respecto del derecho del asilo. O desde su oportunismo ideológico según el cual el asilo es un derecho para los izquierdistas pero no para los derechistas. Hoy vale la pena imaginarse, a la luz del gobierno de Chávez y de Maduro, lo que sería un gobierno de Petro en Colombia, para el que ya se prepara en el 2018. Las leyes de la democracia no son precisamente sus estandartes. A propósito, otra anécdota con Petro cuando fui Comisionado Nacional de Televisión. Primero salió a respaldar mi elección e incluso se atribuyó el triunfo como si hubiera participado en ese ejercicio democrático. Pero luego, cuando se le ocurrió que había que bloquear al entonces presidente Alvaro Uribe para que no fueran transmitidos los Consejos Comunitarios por los cableoperadores privados, terminó excomulgándome porque no quise completar la mayoría para vetar a Uribe, ya que eso significaba coartar el derecho a la libre expresión en la televisión privada, con el pretexto de salvaguardar la ley de garantías. En otra ocasión Petro se inventó un desayuno con Angelino Garzón, que era como un padrino del comisonado Darío Montenegro, quien también asistía, con el comisionado Eduardo Noriega, que era su amigo y yo, que hasta ese momento era su copartidario. El desayuno tenía por objeto formalizar una alianza antiuribista con el argumento de que había que defender la CNTV de los antidemócratas liderados por Uribe. Cuando le dije que una alianza contra los antidemócratas se tendria que hacer con demócratas se paró, dejó el desayuno servido y por sustracción de materia la reunión fracasó, aunque alcancé a gritarles que la democracia es un arte, según Humberto Maturana, y que debiera ser un estilo de vida, algo que algunos ex camaradas de la izquierda jamás comprendieron, como aquellos que golpeaban a sus mujeres mientras hablaban de democracia. Vale recordar el oportunismo de antiguos amigos mamertos que aún me cobran en la calle el hecho de no haberles nombrado gente en la Comisión por haberme apoyado, como Roberto Romero, periodista de Voz que levanta el dedo y dice ¨tu me la debes¨. O como Gabriel Fonseca, quien fue mi asesor y presentó una renuncia sin fecha con el claro propósito de demandar y, en efecto, luego le ganó una millonaria suma a la CNTV. Si ese es el llamado Socialismo del Siglo XXI habrá que temerle. Y si en Venezuela se exacerban los ánimos nacionalistas con fines electoreros habrá que denunciar este Chovinismo de nuevo tipo. Aunque no es raro que Maduro salga con que defenderá el Chavinismo del Sigló XXI porque se lo dijo un pajarito.
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