Colombia inundada de coca y jóvenes naufragando en el vicio

Vie, 14/07/2017 - 08:33
El informe de Naciones Unidas presentó oficialmente lo que era un grito a voces. Colombia incrementó en más de un 50%  el área cultivada de coca.  El país pasó
El informe de Naciones Unidas presentó oficialmente lo que era un grito a voces. Colombia incrementó en más de un 50%  el área cultivada de coca.  El país pasó de tener 40 mil hectáreas en 2010 a 140 mil en 2016. Volvimos a ser el mayor productor de cocaína del mundo. Una vergüenza nacional. Dos hechos nos llevaron a esta caótica situación; en primer lugar el Acuerdo de la Habana, que convirtió el narcotráfico en delito conexo al político y permitió que las Farc continuara con el negocio y fomentara los cultivos de mata de coca con la promesa de pago por arrancar y claudicando en los esfuerzos de erradicación. La segunda razón tiene que ver con promover la legalización como la gran salida al problema, un debate académico desde el punto de vista económico, que relajó todos los esfuerzos de lucha contra las drogas y la prevención. Como resultado de esta falta de compromiso y voluntad política para combatir el narcotráfico, ya no solo exportamos droga, aprovechando la situación cambiaria, sino que nos convertimos en un país consumidor. El microtráfico emergió y se tomó las principales ciudades del país; sin temor a equivocarme, diría que es el principal fenómeno que está deteriorando la seguridad y la calidad de vida de la mayoría de municipios de nuestra Colombia. Los parques y colegios se convirtieron en el escenario donde grupos, pandillas y bandas inducen a los niños y jóvenes al vicio de todas las drogas: marihuana, bazuco, cocaína y las sintéticas. Un par de tennis colgando en los cables de energía de un parque o de una cuadra significan “Este territorio es mìo, aquí vendo yo”. Cada combo marca su territorio, esconde la droga en los árboles, debajo del pasto o entre la basura. Si son capturados,  por ser jóvenes, no son penalizados o sin son mayores de edad, le argumentan al policía su derecho a la dosis mínima. Colombia está perdiendo una generación de jóvenes a merced de las drogas y de la adicción que estas generan. Afecta su salud mental, ponen en riesgo su integridad y los convierten en carne de cañon para ser convertidos en delincuentes juveniles. A la vez, el consumo y el tráfico local son los mayores generadores de violencia, riñas e inseguridad en los barrios. De hecho hay temor de acercarse a estos espacios públicos en la noche, son lugares vedados para el resto de la comunidad. Después del Acuerdo de Paz con las Farc se argumenta que será esta guerrilla la que ayude a combatir y a eliminar este mal. Que pesar que sea el país el que tenga que pedirles permiso y concesiones para acabar con el peor flagelo de su juventud. Al inicio decían que la paz solucionaría el problema del narcotráfico, ahora que es un fenómeno tan complejo que no se puede y que es mejor legalizar y despenalizar. Esta tolerancia al negocio de narcotráfico es nefasto para el futuro del país y no es solo una cuestión de tener un debate simplista de legalizar para solucionar. Se requiere acciones decididas y a la vez prácticas; iniciando por la prevención, ingentes esfuerzos deben enfocarse en que los jóvenes no se inicien en las drogas. Hay que combatir con decisión los cultivos ilícitos, con erradicación forzosa y voluntaria y ampliar los programas de tratamiento, en particular para los jóvenes y adictos más pobres o vulnerables, que no tienen como pagar un tratamiento y que ninguna EPS reconoce y concede para las adicciones con sustancias psicoactivas. En Bogotá los niños están empezando a consumir las drogas desde los 11 años, inician con tabaco y alcohol, luego siguen con la marihuana y el bazuco. Son policonsumidores. Los padres no saben que hacer con ellos y la sociedad es cada vez más tolerante al consumo de este tipo de sustancias. No podemos seguir en este camino, está corroyendo los cimientos fundamentales de las familias, de la cohesión de los barrios y del sentido cívico y solidaridad de las comunidades. *Diego Molano Concejal de Bogotá
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