Con los calzones abajo pillaron al pastor Álvaro Gámez Torres, fundador de la iglesia cristiana Salem —homónima de la ciudad de las brujas en EE. UU.—, en Pasto. Y no porque lo hubiera atacado de repente una necesidad fisiológica de fuerza mayor, sino porque estaba haciendo una de las cosas que más le gusta hacer, según testigos, aparte de echar sermones y aprovechar limosnas: tener sexo con ovejas de su redil. Algo así como ejercer de cabrón de la manada. Qué pena, pero eso es lo que he aprendido en National Geographic. (¿Se imaginan a este señor suelto en el Serengeti?).
Ese día —el de la pillada—, el divino pastor no había notado que a la orquídea que adornaba su despacho le había salido un pétalo nuevo: una mini cámara que, al fin, lo dejaría en evidencia y, casi, en pelota picada ante el mundo. Por primera vez, no iba a ser su palabra infalible de jefe poderoso contra los balbuceos temerosos de quienes osaban protestar por los abusos, ni iba a poder utilizar la furia defensora de su fanaticada, a manera de escudo protector; lo filmado, filmado estaba. Y está.
Hasta hace un mes, el feligrés que se rebelara a su santísima voluntad era declarado indigno por Gámez y, además de cargar con la rabia y la impotencia de ser humillado, tenía que soportar maldiciones y señalamientos de los propios compañeros de fe. Pero, gracias al valor de unos pocos, la Red de Apoyo a Víctimas de Sectas tomó cartas en el asunto. Se abrió el telón de Salem y tras bambalinas se encontró de todo. Bueno, escobas voladoras, no lo sé.
“El Señor nos dice que tienes que darle besos. Por el lado de la barriga porque ahí hay uvas. Tú tienes que cogerlas con la boca”, cuenta en KIEN&KE Andrés Caicedo (el de la camarita), que ordenaban las acólitas —proxenetas las llama él— a las chicas que iban a ser bendecidas por el elegido de Dios. ¡Guácalas! Fellini hubiera inmortalizado la escena ignominiosa en un largometraje: un predicador, de corbata y sin calzones, dando rienda suelta a sus instintos libidinosos con jóvenes mujeres que desde niñas pertenecen a la secta —fue fundada en 1997—, mientras en el salón contiguo un grupo de asistentes al culto elevan cánticos de alabanza al protector. (Me viene a la memoria la extraña oración de Rosaura —Como agua para chocolate—, cada que tenía que cumplir con los deberes conyugales: “No es por vicio, ni por fornicio, sino por traer hijos a tu servicio”. Claro que ella no la recitaba por tartufa). Increíble.
Increíble lo que sucede al interior de algunas comunidades seudorreligiosas, cuyos mesías se aprovechan de la buena fe, de la ignorancia, de la desorientación y de la necesidad que tiene mucha gente de encontrar la salvación, para disfrazar de senda espiritual lo que en castellano puro y duro se denomina negocio. Increíble que haya tantos incautos que no solo se dejan reclutar, sino que terminan tan enredados en las directrices que les imponen que pierden todo poder de discernimiento; lo digo, tanto por las ingenuas que se han prestado a pescar uvas, panza abajo del pastorcillo mentiroso, como por los obnubilados que están convencidos de que cuanto diga y haga el líder es bendito.
Increíble que Gámez esté por ahí merodeando, a pesar de las pruebas aportadas por las afectadas. Increíble que Abelardo de la Espriella sostenga que no hay delito porque el sexo fue consentido. (¿Qué entienden defensor y defendido por “sexo consentido”?, me pregunto. “Ellas admiten que no actuaron bajo efectos de hipnosis, de licor o drogas, requisito para que se configure el acto sexual con persona en incapacidad para resistir”, alega el abogado. ¿Será que nuestra ley es tan obtusa que no considera indefensión a la alienación mental a la que son sometidas las personas en este tipo de grupos? ¿Será que considera que quienes acceden a ciertos comportamientos bajo la amenaza de condenación eterna, por ejemplo, lo hacen con pleno consentimiento?).
Increíble que por cuenta de una leguleyada se quiera ahora voltear la torta y demandar por injuria y calumnia a víctimas y denunciantes y, por prevaricato, al fiscal de Pasto que ordenó el arresto del macho alfa de la iglesia cristiana. “Las víctimas van a apelar”, afirmó la coordinadora de la Red, quien añadió: “No puedo dar su nombre, pero la peor de las sectas está en Colombia y estamos en plena investigación”. Ojalá la terminen antes de que tengamos que lamentar cualquier acción delirante del calibre de un suicidio colectivo. Ha habido varios en la historia reciente. Con el fanatismo, nunca se sabe.
Increíble, también, que un humilde pastor pueda contratar al penalista de última moda en Colombia. A no ser que haya protagonizado una milagrosa multiplicación de los panes, pero con billetes. O que se lo haya financiado la señora del ábaco: la que, cuenta de la Espriella, estuvo cien veces con Gámez. ¡Y las contó! Increíble. Para surrealista, la realidad.
Dobleclick: Dizque el pastor Gámez decidió no volver a cultivar orquídeas en su despacho.
Con los calzones abajo
Jue, 19/07/2012 - 01:01
Con los calzones abajo pillaron al pastor Álvaro Gámez Torres, fundador de la iglesia cristiana Salem —homónima de la ciudad de las brujas en EE. UU.—, en Pasto. Y no porque lo hubiera atacado