Este mes de abril (“aguas mil”), de violentos aguaceros y terribles tempestades en diversos lugares de Colombia, coincide con la primera campaña hacia la Presidencia. Y coincide con una interminable y densa temporada de vientos huracanados, pronósticos apocalípticos y profecías infernales alrededor de dos nombres: Iván Duque, candidato del Centro Democrático, y Álvaro Uribe, el líder máximo de tal partido. Nombres que están excitando la creatividad de los analistas antiuribistas, sobrecogidos con dos escenarios: 1) la muy posible llegada de Duque, “candidato de la derecha recalcitrante” (según María Jimena Duzán, Semana, marzo 17) a la primera magistratura, y 2) el papel que en su gobierno pueda tener el expresidente Uribe, “que actúa como un mafioso” (Javier Ortiz, El Espectador, abril 1).
Es tal el pánico que los analistas “uribofóbicos” están sintiendo y creando, que el profesor Antanas Mockus tuvo que implorar “de rodillas a Humberto de la Calle y a Sergio Fajardo una alianza ética y política para enfrentar a una derecha envalentonada”, afirma Álvaro Restrepo (El Espectador, abril 1). Por ello, la rotunda advertencia de Daniel Coronell en Semana (marzo 17): “El paso de Gustavo Petro a la segunda vuelta solo garantiza el regreso del uribismo al poder”. ¡Rayos y centellas!
Pero veamos, de modo apretado, lo que varios de los analistas opuestos ardientemente a Duque y Uribe han dicho de estos dos tsunamis. Indico sus nombres, el medio y fecha en que lo han manifestado, todos del año en curso, 2018.
Iván Duque. Si este “novillote” (Antonio Caballero, Semana, marzo 31), “candidato ligero e inexperto” (Guillermo Perry, El Tiempo, marzo 11), arriba a la presidencia, “querría decir que aquí no pasó nada, que los muertos quedaron enterrados, que los exmilitares y los terratenientes pueden estar tranquilos, que seguiremos fumigando la coca y explotando el subsuelo” (Hernando Gómez B., El Espectador, abril 1). A lo que G. Perry (El Tiempo, marzo 4) agrega que su triunfo pondría “en peligro la estabilidad macroeconómica del país”, pues anda “dedicado a halagar a los grandes inversionistas con promesas de rebajas de impuestos inmediatas”.
Pero eso no es nada. Rudolf Hommes (El Colombiano, marzo 11) logra cotas más altas de pánico al sostener que, con Duque, “el Estado colombiano adquiriría de nuevo categoría de fallido”, tras lo cual añade (ojo): “Al día siguiente de su elección … sería el comienzo de otra era de barbarie como la que tuvo lugar entre 1985 y 2016, que dejó un saldo de más de siete millones de desplazados y más de doscientos veinte mil muertos”. ¡La catástrofe! Ello explica la pregunta de María Jimena Duzán (Semana, marzo 24): “¿Volveremos, acaso, en un gobierno uribista, a hacer de la seguridad la espina dorsal de la política porque el odio a Santos les impide reconocer que la guerra con las Farc se desactivó?”. Al fin y al cabo, “Duque no sería un mandatario, sino un vengador; llegaría no a gobernar, sino a pasar cuentas de cobro” (Ramiro Bejarano, El Espectador, marzo 10).
En otros términos, lo que el candidato quiere es “dar un golpe definitivo a la democracia y al liberalismo” (Francisco Cortés, El Colombiano, marzo 13), por lo cual “hay que enfrentar las pretensiones de la extrema derecha, cargadas de odio, mensajes de venganza y violencia” (Jaime Fajardo L. –quien no dice nada de la extrema izquierda–, El Espectador, abril 2).
¡Terrible este Iván Duque!
Álvaro Uribe. Quienes sufren de “uribofobia”, y de falta de serenidad, también inducen al pánico y al desespero al creer que, con el probable triunfo de Duque, el expresidente Uribe retorna al poder. Lo insinúa el ya citado Hernando Gómez al preguntar: “¿Será Duque el que dejó que Uribe regresara en puntillas a ser el presidente?”. Eso significaría que el expresidente gobernará “en cuerpo ajeno para poder tomar venganza en contra de quienes él considera sus enemigos” (Felipe Zuleta, El Espectador, abril 1), en lo que coincide M. J. Duzán, ya referida, que señala esta cosita: “A Uribe no le importa que se le noten las ganas que tiene de llegar al poder para imponer su dogma y vengarse de sus detractores”.
Los analistas con el “síndrome de RAU” (rencor a Uribe) creen que “es impensable que, si Duque llega al solio presidencial, quien decida todo no sea Álvaro Uribe” (R. Bejarano). Percepción en la que repara G. Perry (El Tiempo, abril 1) al decir: “No importa que Duque carezca de experiencia porque cuenta con la guía de Uribe”. A quien un latinista “uribófobo” lo acusaría de ser, respecto de Duque, socia rei humanæ atque divinæ, su asociado en lo divino y lo humano. Un perverso asociado.
No sorprende que estén empanicados. Cómo no estarlo, si Uribe es “un líder autoritario que pasa por encima de las instituciones democráticas” (G. Perry, El Tiempo, marzo 25), que con “su lenguaje tóxico, su retórica belicista y su actitud camorrera” (Vladdo, El Tiempo, abril 4) es “el responsable de la polarización” en Colombia (Matador, Caracol Radio, abril 5).
¡Este Uribe! ¡Vade retro, Satanás!
El panorama que pintan los analistas (escogí apenas unos pocos) es sombrío, catastrófico. Fuera de toda racionalidad. Delirante. Obtuso. Folclórico. Para huir del país, en desbandada, el 7 de agosto en la noche si gana Duque. Quien, si triunfa, podrá recitarles este verso del canto VIII del círculo V de “Los Iracundos”, del Infierno, de Dante: “Tú, aunque me veas protestando /, no tiembles, la victoria será mía, / por mucho que allí dentro estén tramando”.
¡A correr, pues! Es que viene Iván el Terrible…
En su columna sobre Petro en El Tiempo del 2 de abril, Paola Ochoa dice: “A mí no me van a meter miedo con Gustavo Petro”. ¡A mí tampoco ni con Duque ni con Uribe! Por mucho que lo digan muchos.
INFLEXIÓN. Quienes más se quejan de la polarización “de la derecha” son los que más polarizan. ¿No quedaría claro en lo expuesto aquí?
