Desde Lima, en donde se prepara para una vida religiosa, mi joven ahijado Ricardo Andrés me hizo las siguientes preguntas: “¿Cómo promover una acción decidida de la población que le apueste a Colombia? ¿Cómo movilizar a los que alimenten esta necesidad? No quiero pensar que seguimos siendo una nación de indignados y no hacemos nada, por lo tanto ¿cómo empezamos a cambiar cada uno de nosotros para poder hacer aportes a los cambios que requiere el país?”
Preguntas como estas se empiezan a escuchar insistentemente entre los colombianos suscitadas por la grave situación que atraviesa el país. En charlas entre amigos se siente la preocupación por nuestro destino y la necesidad de actuar para impedir que sigamos cayendo en el abismo. De ahí podrían constituirse pequeños grupos de estudio en dónde se discutieran los problemas y se plantearan posibles soluciones con un discurso sereno sin llegar a la desesperación. De esta forma podríamos hacer uso del derecho a imaginar y plantear posibilidades prácticas con las que vislumbremos el país que anhelamos.
Desde hace años nuestra hermana Venezuela cuenta con un movimiento de oposición consolidado. Con valentía sus líderes han enfrentado a un estado ilegal que ya lleva un largo camino hacía el autoritarismo. En Colombia la oposición no conforma un movimiento como tal pero contamos con unos críticos que son voceros de la comunidad, con los que nos sentimos identificados y a quienes pedimos con urgencia orientación.
Con mucha altura presentan los problemas y cuestionamientos mientras que el presidente insulta y descalifica tildándolos de extrema derecha y de extrema izquierda, diciendo que se encuentran unidos contra él, que “son sus enemigos y enemigas del optimismo”. Ha llegado al extremo de acusar a sus opositores de ser miembros de la mano negra: “Dos manos negras están representadas, la de la extrema izquierda por el terrorismo, y la de extrema derecha por el pesimismo” y de ser los “enemigos de la paz”, colocándolos en una posición de riesgo frente a los terroristas quienes han demostrado ampliamente de lo que son capaces.
Como lo manifestó el senador del Polo Jorge Enrique Robledo, “Santos está satanizando a la oposición, acudiendo a la agresión y al insulto de quienes le criticamos el fracaso de su gobierno”.
A cambio de responder con argumentos, el presidente día a día nos sale con cuanta locura se le ocurre. Los medios se afanan por editar sus falaces declaraciones para hacerlas pasar por grandes verdades en vistosos titulares de primera página, mientras sus opositores cada vez tienen menos espacios en dónde expresarse libremente -con lo que nos acercamos cada vez más a la situación de los países vecinos en cuanto a la ausencia de una verdadera libertad de expresión-.
Hace unos días el presidente propuso que enfrentaría a cualquiera de los que cuestionan su gestión, reto que quedó en el aire luego de la amplia respuesta de contradictores dispuestos a asumirlo. A las 89 observaciones de Álvaro Uribe -que al paso que vamos podrán sobrepasar las 150 en el año que resta-, Juan Manuel Santos respondió diciendo que “Uribe le ha hecho mucho daño al país” y ante las críticas de su primo responde: “Usted conoce a ‘Pachito’, es un chiste”.
Con actitudes como estas el presidente demuestra lo lejos que se encuentra de las palabras de Carlyle: “La sinceridad profunda, genuina, es la principal característica de cualquier hombre heroico” y más lejos aún de la dignidad que le otorga su cargo -con una pizca de ella ya habría renunciado-.
Mientras en Venezuela acallan a los diputados sus mismos colegas con golpes, acá no se quedan atrás: los senadores opositores que quieren independizarse de un partido que se conformó para seguir unas tesis que fueron traicionadas, se encuentran secuestrados –como lo está casi todo el país- al no permitirles el retiro de la colectividad. Allá, golpes físicos a los diputados. Acá, golpes a la integridad política a quienes han demostrado gran altura en las críticas con un discurso claro y la búsqueda incansable de posibles soluciones para sacar al país del despeñadero.
A pesar de todo esto, la oposición en Colombia tiene ya su rumbo y podría convertirse en un movimiento de resistencia. A través de las redes sociales, el Twiter y los medios virtuales podríamos convocar a quienes se oponen a las erradas decisiones políticas actuales.
Por otro lado, con los más poderosos medios de comunicación que muestran de manera amañada los serios planteamientos de los opositores al gobierno colocándolos como simples politiqueros, es necesario crear medios propios que refuercen la titánica labor de quienes con valentía cuestionan y denuncian a diario las acciones del gobierno.
Denuncias como la que hizo recientemente Fernando Londoño en La Hora de la Verdad de los vínculos del Incoder con las FARC y la de Ricardo Puentes sobre los intereses de este grupo terrorista en las Zonas de Reserva Campesina, quedan pendientes de un estruendoso eco mediático con un fuerte impacto en la sociedad.
Es de tal gravedad este momento que nos vemos en la obligación de asumir esa resistencia a partir de un lenguaje cada vez más claro, sin ironías ni apuntes ligeros. Lo que se juega el país requiere de un compromiso de cada uno de nosotros hecho con seriedad y responsabilidad. Estamos definiendo el destino de nuestra nación que es el de nuestros hijos.
De la oposición a la resistencia
Mar, 13/08/2013 - 16:11
Desde Lima, en donde se prepara para una vida religiosa, mi joven ahijado Ricardo Andrés me hizo las siguientes preguntas: “¿Cómo promover una acción decidida de la población que le apueste a C