El más añejo y doloroso tema entre los colombianos es el de la paz. Y el más reiterado en la práctica para las guerrillas Farc-ELN es el de la guerra, puesto que han sido esas organizaciones ilegales las que escogieron el camino de las armas y la violencia para llegar al poder desde hace casi 50 años. Como no lo han logrado, siguen en el mismo camino. Por lo tanto al Estado no le queda otra alternativa que combatirlas y defendernos a los ciudadanos de sus pretensiones.
Como la confrontación continúa, no obstante el avanzado, pero relativo triunfo militar sobre la guerrilla y la total victoria política de la democracia aceptada por el 98% de la ciudadanía que respalda las instituciones y a sus diversos gobiernos, la violencia de los ilegales trata de ser justificada con envolturas ideológicas y políticas como disfrazarse de abanderados de la “justicia social” y, sobre todo, de héroes que hacen la guerra para buscar la paz. ¿Cuál es la paz que quieren los marxistas leninistas de las Farc-ELN? Aquella donde el poder esté en sus manos o al menos parte de él para instalar un sistema de gobierno con un solo partido, con unas fuerzas armadas compuestas íntegramente por sus cuadros militares, con la propiedad en manos del estado o intervenida por el gobierno, con la educación homogénea basada en la filosofía marxista, con las libertades suspendidas y los derechos humanos restringidos. Esas son las metas, esos son los alcances que se han propuesto en sus programas, en sus cartillas educativas del partido para los militantes, sindicalistas, profesores y maestros, campesinos, activistas urbanos y rurales, algunos sacerdotes e intelectuales.
La guerrilla escogió el camino de la guerra contra el estado, contra el pueblo colombiano. Nunca ha hecho autocrítica de esta vía. Es más, tiene trazada una larga marcha hacia el poder por medio de la “guerra popular prolongada”, una estrategia que tomó de los vietnamitas y los chinos. Pero esta es Colombia, Timoleón. No importa cuánta gente muera ni cuanta destrucción haya que causar. No importa que caigan sus propios combatientes y su cúpula militar porque ellos serán los mártires necesarios para alienar a los jóvenes reclutas. En tiempos del Caguán y en el “reinado” de Andrés Pastrana, el Secretariado del Estado Mayor de las Farc estaba compuesto por Manuel Marulanda, Alfonso Cano, Jorge Briceño, Timoleón Jiménez, Raúl Reyes, Iván Márquez e Iván Ríos. Solo uno de ellos sobrevive y es el actual comandante. ¿Pueden el Partido Comunista y las Farc formar otra generación de dirigentes históricos que tengan el reconocimiento y la experiencia de los desaparecidos que demoraron casi 50 años para alcanzar esos mandos? La deserción, la desmoralización, las traiciones hacen huecos inmensos en las filas guerrilleras. La guerra tiene su lógica aunque sea una guerra irregular. El Estado colombiano y sus Fuerzas Armadas tienen 200 años y nunca han sido vencidos, nunca se han rendido ni capitulado, a pesar de las guerras civiles y de las aspiraciones extranjeras. Las divisiones y luchas fratricidas entre colombianos, son ciertas, pero han terminado en armisticio, en tratados de paz, en reincorporación a la sociedad civil. Con bajas, pero con perdones. Con dolores, pero con reencuentros y amores. Hasta con cien años de soledad. ¿Van a repetir las Farc-ELN otros cien años de soledad en la manigua colombiana o en las llanuras del Arauca vibrador?
En la era corta del nuevo comandante Timoleón Jiménez hemos conocido varios pronunciamientos con algunos tintes literarios de mitología greco-romana. Lo cual indica que a su crueldad suma pinceladas de Wikipedia. En el último vuelve a los lejanos pasos de Caguán y pide al gobierno retomar esa agenda para dialogar en función de la paz. Como el fallido experimento del Caguán es hijo natural del expresidente Pastrana, este sale al escenario para decir que lo del Caguán fue hecho de frente al país y lo de Ralito fue hecho a espaldas del país. La diferencia, Doctor Pastrana, es que Ralito culminó con la desmovilización de las AUC y la ley de Justicia y Paz. En cambio el Caguán no desmovilizó a nadie ni obtuvo las armas de ningún guerrillero. Pero Pastrana va más allá: “esta es una buena oportunidad para comenzar a estructurar una solución negociada de un conflicto que debe terminar”. Y agrega más adelante: “estoy convencido de que la única salida es la solución política negociada”. Esta fórmula que ya es una jerga, es la misma que escriben los quintacolumnistas de las Farc-ELN y la guerrilla misma. Porque solución negociada exige un pronunciamiento claro, contundente sobre qué es lo que se negocia. La paz es el resultado de cómo y qué se negocia. Sobre los asuntos anteriores Pastrana señala: “hay muchas cosas en las cuáles nos podemos poner de acuerdo y así ir construyendo un proceso. ¿Qué pasa si las Farc proponen que Procurador y Fiscal sean elegidos por voto popular o que en el Senado haya representación de todas las regiones?”. Esta es la cima de la charlatanería. ¿De manera que las Farc hicieron y hacen la guerra 50 años y 500.000 víctimas para elegir Procurador y Fiscal por voto popular y llevar al Senado representantes de todas las regiones? ¿Acaso la voz de Pastrana es la que abre el postigo para estas simplezas y luego la puerta para una Constituyente donde la guerrilla tenga la mitad de los asambleístas escogidos por el Secretariado? La negociación se enriquecería, Señor Pastrana, con la propuesta de que la mitad del Estado Mayor Conjunto de la Fuerza Pública sea nombrado de los cuadros militares de las Farc-ELN.
“La solución negociada”, en abstracto, es una receta que la hemos oído en boca de los jerarcas de la Iglesia, de las ONG zurdas, de sindicatos ídem. También de demócratas serios y de personalidades académicas. Su ambigüedad conduce a que de ella se apropien los que tienen intereses encubiertos. Díganos Señor Pastrana y Señor Presidente de la República qué es lo que se negocia y sabremos de cuál Colombia estamos hablando. El dónde y el cómo lo ponen ustedes y las Farc. El qué lo ponemos nosotros los ciudadanos demócratas.