Por estas semanas asistiremos a los comicios papales que permitirán a la iglesia cristiana, católica, apostólica y romana entronizar a su nuevo dirigente.
Las discusiones de corrillo, de cantina y de opinión en los periódicos se han orientados básicamente hacia lo tangencial, lo evidente: ¿Tuvo razón el actual papa, Ratzinger, mejor conocido como Benedicto XVI, en renunciar sin esperar morir en el trono como lo han hecho la casi totalidad de sus predecesores? Pamplinas bizantinas, ¿a quién le cabe en mente que un anciano, cansado y desmotivado por el desgobierno palaciego que no supo manejar, tenga que permanecer apoltronado esperando que la parca se apiade y lo saque del entuerto? A nadie, excepto a algunos fanáticos del medioevo. Ha de hacerse justicia con algunos medios, por cuyas imprentas sí han circulado un buen número de detalles aclaratorios y non sanctos de lo que ha realmente acaecido en esa fortaleza casi inexpugnable, bueno si se descuentan algunos alpinistas que la coronaron con la bandera vatileaks, el mayor escándalo, pero gran esclarecedor del tejemaneje, de este periodo papal. Lo que se concluye es que la iglesia –la única y verdadera– es un nido de ratas y de intrigas, y que está dividida al menos en dos bandos, sin que el achacoso gobernante a quien solo le interesa la teología, lograra darle la unidad de la que se ufana la institución. Hecho en realidad poco extraño: así ha vivido el papado y su grey desde tiempos inmemoriales, incluso en muchos casos solucionando las grandes fracturas a punta de acciones bélicas; sí, en ese organismo en donde dizque resplandece la paz por mandato divino. En el caso de nuestros días, la división se presenta debido a la gran resquebrajadura entre los verdaderos timoneles del Vaticano que materializan en tierra la trinitaria invención: el cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado de Wojtyla, Juan Pablo II, y el otro peso pesado, el cardenal Tarcisio Bertone actual ocupante de ese cargo, además de camarlengo (léase: el vicepapa), el hombre más poderoso del vaticano y al mismo tiempo más odiado de esa jauría con pretensiones celestiales. Es vox populi el pugilato fuerte que por años han mantenido el ex y el actual, en disputa del poder, la influencia, el manejo de dinero y la ideología. Dos vertientes ambiciosas, calculadoras y no convergentes. Sí, y todo eso en el remanso espiritual en donde solo hay cabida para los edulcorados trinos de dios. Sodano –de quien se sospecha es el responsable de las filtraciones de vatileaks que incriminan a Bertone– es progresista, si así se puede tildar a una sotana atada a pretéritos que dejan poca cabida a la innovación, pero claro es progresista en contraste con Bertone, quien su sola presencia delata su atadura al medioevo, conservador extremo, ambicioso, afín a regañadientes del concilio Vaticano II, y a quien el rostro le oculta con dificultad su nostalgia inquisitorial. Estos dos arcángeles han dado tal batalla campal que su "jefe" decidió tirar la tiara, no sin antes hacer alguna amonestación y velado llamado para la unión de la sacrosanta iglesia. ¿Qué nos espera ahora? Pues, las grandes votaciones, en las que participan cardenales de menos de ochenta años, que se reunirán en sínodo y en cónclave ultrasecreto, sobre el cual ya se advirtió que las tecnologías modernas no tienen cabida: quien desde esa secreta reunión deje traslucir algún signo divino quedará automáticamente excomulgado. 115 cardenales votarán iluminados por el Espíritu Santo y en el contexto de una fenomenal campaña política y de proselitismo terrenal con antifaz de divino. ¿Será que en pleno siglo XXI todavía haya quién crea en estas engañifas? Todo es posible, la fe es tan grande y ciega que obnubila cualquier apéndice de razón que pueda surcar la mente de los creyentes. Nos quedará a los profanos la dicha de alquilar balcón en observación de la intriga política, auspiciada por la sagrada paloma, a la que se librarán estos monseñores para quedarse con el trono de san Pedro, o sencillamente votar –para los sacroelectores no papabilis– lo más cerca de sus intereses personales. Así las cosas, en ese cónclave bajo el egida del Espíritu Santo se nombrará al nuevo infalible monarca, tan infalible como el saliente que evitó –por guía de dios, según lo salmodió en su última prédica– que se avanzara en el tema del control de natalidad, de la eutanasia, de la igualdad de género, que fomentó la misoginia, que profundizó la homofobia, el antisemitismo, el antiislamismo, que encubrió la pedofilia eclesiástica, que perduró el hipócrita celibato, que impidió la ordenación de hombres casados, que propagó aún más la Doctrina de la Fe (esa emanada directamente del Santo Oficio: la Sagrada Inquisición) en la cual al desertor se le dice experto, y sí que lo es. Lo simpático, valga el eufemismo, será ver cómo nos torpedearán durante este periodo electoral de mensajes, en los cuales nos explicarán ad nauseum que el Espíritu Santo es el líder e inspirador (¿instigador?) de las decisiones que en ese aquelarre se fragüen. Lo que no dirán, por evidente que sea, es que se trata de una gesta electoral corriente, con candidatos que se batallan por el ascenso a tan alta dignidad: ni más ni menos que dios en tierra, con todos los beneficios de poder que ello implica. Entonces, en esa reunión secreta de carácter político que es un cónclave, se pondrán de acuerdo para ver quien maneja la bicoca de 1200 millones de feligreses y la fortuna vaticana y de la iglesia, representada, entre otros, por ingresos de sus museos, de limosnas a nivel mundial y del corrupto banco vaticano –candidato a entrar en las listas negras bancarias por lavado de capitales, evasión de impuestos y financiación de terroristas. No es criticable que en esta elección se utilice algún tinte democrático para escoger a quien dirija el reino, lo criticable es que no se acepte el carácter claramente político de este procedimiento; que no se asuman las responsabilidades de un voto; que se acuda a seres fantásticos para enredar las cosas y que los contertulios se escuden en inspiraciones divinas para justificar actos humanos, subjetivos. "Tenemos que quitarnos la idea de que el Espíritu Santo les va a tocar la frente [a los cardenales] para que escojan al nuevo Papa. Esto es pura política y pura influencia". Nos aclara Eric Frattini, periodista y escritor especialista de temas vaticanos, autor del ilustrador libro “Los cuervos del Vaticano”. Y mientras tanto en Bizancio discuten el color de la sotana que deberá ahora portar Ratzinger, así como el título con el que se le denominará a la ex Su Santidad; “Papa emérito” dicen unos, mientras otros se inclinan por “Romano Pontífice emérito”, brillante y fundamental discusión, como si llamarlo expapa no fuese más que suficiente. Y en el rumoreo de los mentideros se extrañará a Ratzinger; sí, por los vistosos ropajes, los tocados de armiño que revivió, los emperifollados sombreros, los coloridos zapatos y por todo ese travestismo institucional que el coronado con tiara amplificó para gloria de dios y en cumplimiento de sus votos de pobreza, esa que por siglos ha caracterizado a la iglesia. El rey se ha retirado viva el rey, y ojalá desear –rezar no procede porque eso no sirve para nada– que el nuevo delegado que nombrará la paloma trinitaria, por boca de los longevos purpurados (uno de los cuales, mexicano, ya precisó, en acopio de fraternidad apostólica, que “un papa negro sería como una mosca en leche”), se aproxime más a las necesidades y realidades terrestres. Y ¿por qué los no católicos nos interesamos en este tema? ¿Acaso no es una cuestión que se ventila de motu proprio al interior de una institución privada y en el que solo tienen participación y opinión quienes pertenecen a ella? Pues no, la iglesia con sus impertinentes, pero fructíferos lobbings en las esferas decisorias del Estado logra que las leyes se supediten a Roma. Ejemplos claros son las censuras al divorcio, a las relaciones extraconyugales, al aborto, al control efectivo de la natalidad, a la eutanasia, al homosexualismo, a la igualdad de géneros, a la ciencia y en general a lo que huela a naturaleza humana y a modernización. Entonces, la escogencia papal es un tema que nos concierne a todos, así nuestros países sean constitucionalmente laicos, no confesionales, no adscritos al Vaticano, sin concordato aparente. ¡Qué el Espíritu Santo, el gran político, al que le endosan las decisiones personales de los anacrónicos votantes, los ilumine desde su sagrada inexistencia! Amén.El Espíritu Santo: el gran político
Dom, 03/03/2013 - 01:04
Por estas semanas asistiremos a los comicios papales que permitirán a la iglesia cristiana, católica, apostólica y romana entronizar a su nuevo dirigente