El fenómeno del centro

Lun, 11/11/2013 - 17:10
La política, la verdadera, no la clientelista, se hace con ideas. No importa si las ideas son de centro, derecha o izquierda, lo que importa para ser calificada como política es que mueva tesis, aba
La política, la verdadera, no la clientelista, se hace con ideas. No importa si las ideas son de centro, derecha o izquierda, lo que importa para ser calificada como política es que mueva tesis, abandere ideologías y estructure una tipología de organización social. Para eso se inventó desde los más lejanos tiempos y, sobre todo, para reemplazar las armas. Porque los trogloditas no hablaban, ¡daban garrote! Cuando las ideas no se logran imponer por las vías del diálogo, se hace la guerra. Es decir la guerra es el fracaso de la política. No importa si se trate de una guerra formal entre dos países, una invasión imperial, una rebelión o una simple protesta callejera, todas estas formas violentas reemplazan la oratoria y el consenso, que son piezas claves del quehacer político. En Colombia llevamos medio siglo conviviendo entre la guerra informal y formas políticas inestables, con regulares resultados. Ni la una, la guerra, ha logrado imponer sus tesis, ni la retórica política ha logrado terminar la confrontación y convencer a los adversarios de que es mejor hablar y votar, que matar y matar. Ha sido tan larga esta convivencia que nos hemos ido acostumbrando a ella, hasta llegar a pensar que es posible seguir indefinidamente manteniendo estas dos formas de expresión, las ideas o la intolerancia, sin que pase nada. Pero es imposible que convivan porque se degradan ambas, como nos ha pasado aquí. La guerra ya no lleva a ninguna parte. Ni la guerrilla se toma el poder que sería el triunfo de sus ideas, ni el establecimiento doblega la insurrección para que se consolide la democracia. En cambio, un derrame inútil de sangre se prolonga dolorosamente y se van perdiendo los espacios democráticos. La guerra y la política se deforman, la guerra se convierte en un negocio y la política se corrompe. Es lo que estamos viviendo, las Farc viviendo del narcotráfico y los partidos políticos de la corrupción. En la actual coyuntura aparecen símbolos de que algunas cosas comienzan a cambiar en esa convivencia inestable entre política y guerra: dos sectores radicales involucrados en la guerra están dando prioridad al debate político. La derecha pura y dura, hoy autodenominada Uribe Centro Democratico, se organiza en partido político, busca las mayorías electorales, así sea orientada por el propósito de la guerra total como método para recuperar el monopolio de sus ideas, y la izquierda radical, autodenominada Fuerza Revolucionaria de Colombia, que intenta dejar la guerra para entrar a la vida democrática. Bienvenidas ambas expresiones de una nueva etapa política, en ellas está el principio del fin del conflicto. Que hablen, que dialoguen, que se sienten en el Congreso y se arrebaten el micrófono en vez de arrebatarse las vidas. El centro, ese justo punto medio será donde terminen encontrándose en una forma civilizada de actuar. Solamente en el Centro lograrán consenso, porque en la política no existe la eliminación del contrincante, sino su reconocimiento y aceptación, aunque sea diferente, o precisamente por eso. Las demás expresiones de la política colombiana, compuestas por los otros desdibujados partidos, tienen el reto en esta coyuntura de no dejarse desvanecer más de lo que ya están. Les llegó la hora de presentar claramente sus ideas, de lo contrario seguirán siendo grupúsculos clientelistas con cada vez más escasa representación en el Congreso. Las listas que están conformando esos partidos, que ahora se organizan sobre el único propósito de sobrepasar el umbral sin importan identidades ideológicas o consensos programáticos, no les van a servir para contrarrestar las nuevas fuerzas políticas de izquierda y derecha. O se organizan bajo conceptos ideológicos claros y propuestas reconocibles para el electorado o les van a pasar la cuenta de cobro que no será otra distinta a la pérdida de curules a corto plazo y del poder un poquito después.
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