El mismo cuento

Lun, 26/08/2013 - 01:01
A propósito del proceso de paz con las FARC y del proyecto de referendo constitucional presentado por el Gobierno al Congreso para refrendar los eventuales

A propósito del proceso de paz con las FARC y del proyecto de referendo constitucional presentado por el Gobierno al Congreso para refrendar los eventuales acuerdos a los que se llegue, es necesario rememorar los orígenes de la violencia en Colombia, que, increíblemente, coinciden de manera muy precisa con la coyuntura actual.

La violencia en Colombia se inició en el siglo XIX entre Santanderistas y Bolivarianos, y se tradujo posteriormente en un conflicto entre liberales y conservadores. La exclusión política de la oposición liberal en el Congreso, llegó a tal extremo que en el año 1899 solo había un congresista liberal; los demás eran conservadores. Los liberales, liderados por el general Rafael Uribe Uribe, exigían la aprobación en el Congreso de una ley que garantizara la pureza electoral, disposición que no fue aprobada y constituyó el fundamento o justificación de la Guerra de los Mil Días, que dejó aproximadamente doscientos mil muertos, y que llevó a los liberales a la convicción de que solo por la armas podrían acceder al poder. Los liberales rebeldes recibieron apoyo de Venezuela (presidida en ese entonces por el general Cipriano Castro), país que, según el Presidente colombiano Sanclemente, se había convertido (como lo es actualmente) en santuario de la guerrilla. También contaban con el patrocinio del Ecuador, en cabeza de su Presidente Eloy Alfaro, y de Nicaragua con el Presidente Celaya, quien donó a la guerrilla liberal el barco “Almirarte Padilla”. La guerrilla liberal, en enero del año 1900, al mando del general Ramón, "el Negro", Marín asaltó la población de Honda, se apoderó de la armas almacenadas por el Gobierno y secuestró al Embajador de España, Manuel Guirior, que fue dejado en libertad después del pago de cien pesos oro, que serían utilizados para sostener la guerra en esa región del país. El general Uribe Uribe exigió una participación minoritaria del liberalismo en el Congreso para desmovilizarse. El Presidente Marroquín, que había reemplazado a Sanclemente, lo ridiculizó, tachándolo de traidor y rechazando la propuesta, bajo la premisa de que podían ser derrotados militarmente. Finalmente, después de miles de vidas perdidas, se firmó el pacto de Neerlandia (nombre de una finca situada en la zona bananera, Departamento del Magdalena) entre el general Urbano Castellanos, representante del Gobierno Conservador, y el abogado cordobés, Carlos Adolfo Urueta, miembro del partido Liberal, quien, a su vez, era yerno del general Rafael Uribe Uribe. Posteriormente, se suscribió el pacto del Wisconsin, firmado por el Gobierno de Marroquín y el general Benjamín Herrera, comandante del Ejército Unido Liberal del Cauca y Panamá. Con dichos acuerdos de paz, se dio por terminada la Guerra de los Mil Días. Los generales Uribe y Herrera fueron acusados de crímenes atroces, hoy llamados de Lesa Humanidad. A pesar de ello, fueron indultados y terminaron siendo senadores y ministros. Esos son los “sacrificios” que implica la paz. Partamos de la base de que no habrá paz, si no hay participación política efectiva de los alzados en armas. Esa inclusión política debe traducirse en un ejercicio democrático limpio. Ya se ha dicho que nadie firma la paz para que lo metan preso, para ser asesinado o extraditado, sino para debatir sus ideales civilizadamente en la urnas, en igualdad de condiciones, garantizadas por el Estado. Si como sociedad no estamos preparados para aceptar esa realidad, vayámonos olvidadando de hacer la paz con la guerrilla. La ñapa I: El país se le ha salido de las manos al Gobierno. El paro generalizado es apenas un preludio de los días terribles que se aproximan. La ñapa II: Es urgente que la comunidad internacional intervenga para detener el baño de sangre en Egipto y Siria. La ñapa III: Algún “torcido” entraña el “Descargue en Fondeo” en Barranquilla. ¿Quiénes están detrás?
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