El poder como adicción

Lun, 13/06/2016 - 14:10
Reflexionando sobre la situación de Venezuela hay muchos elementos sorprendentes. Impresiona el deterioro de ese país, uno de los más ricos con las reservas de petróleo más importantes del planet
Reflexionando sobre la situación de Venezuela hay muchos elementos sorprendentes. Impresiona el deterioro de ese país, uno de los más ricos con las reservas de petróleo más importantes del planeta. Las noticias del vecino país son cada día peores. Hambre, saqueos, crisis humanitaria son términos frecuentes para referirse a la cotidianidad de Venezuela. De Venezuela se sabe mucho y no existe duda de la injerencia del narcotráfico en los niveles más altos del poder. También hay evidencia del eficaz modelo de represión que los cubanos han instalado en Venezuela y que, en la actualidad, es el principal instrumento que protege al gobierno del malestar popular creciente. En medio del silencio cómplice de muchos países como Colombia, que no deberían abandonarla, los ciudadanos se debaten en una dramática situación que afecta a todos sin que las instituciones internacionales reaccionen para ponerle fin al régimen madurista. Políticos desprestigiados como Ernesto Samper o el ex -presidente de Gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero buscan darle oxígeno al gobierno de Nicolás Maduro. Se empeñan en defender lo que no tiene defensa y lo hacen porque la Venezuela, desde la época de Chávez, ha financiado a muchos políticos de izquierda que han sido sus aliados a pesar de la evidencia, cada día más clara, del desastre económico, la violación de derechos y la corrupción rampante. Maduro, si no fuese una tragedia para Venezuela, sería un personaje de opereta. Su pobreza intelectual, su ordinariez y ausencia de escrúpulos permiten trazar el perfil humano de un hombre que nunca debió asumir esa responsabilidad, que no tiene la magia de Chávez que lo llevó a la cima del poder. Maduro cree que es un personaje que pasará a la historia pero se ha convertido en una caricatura tropical del capacidad deformante del poder. En el mundo de la Cortina de Hierro existían personajes similares. Nicolás Ceaucescu en Rumania o Enver Hodja en Albania se parecen al hoy dictador venezolano. También el líder libio Muammar Gaddafi. Son figuras que se complacen en el poder hasta considerar que son el único recurso que sus países tienen. Su discurso es desconectado de la realidad y se rodean de áulicos cuya función es la de exaltarlos como si ello compensase su irremediable mediocridad. Mientras el mundo se cae a pedazos a su alrededor, son incapaces de entender que la salida es la única opción que les queda. Están dispuestos a todo pues, en medio de su obsesión por el poder, creen que seguirán contando con la influencia necesaria para mantenerse. En su terquedad están dispuestos a sacrificar a sus pueblos de forma innecesaria e injusta. Porque el poder puede ser también una adicción que destruye.
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