"¿Usted qué les dice a los escépticos, a los pesimistas, a los que dicen que no se ve ningún avance...?”. Esta fue una de las preguntas que le planteó Vladdo al presidente Santos en una entrevista que sigue siendo pertinente a pesar de haber sido formulada hace unos meses. Este caricaturista conoce el arte de detectar mentirosos y, gracias a esa habilidad, hace un tiempo dibujó una de sus más acertadas caricaturas: Juan Manuel Santos con una nariz más larga que la de Pinocho, enroscada porque no se sostiene, como tampoco se sostienen sus mentiras.
Un aparte de la respuesta del presidente es un verdadero galimatías propio de caricaturas: “Nadie cree en las FARC y yo tampoco creo en las FARC; pero estoy ensayando y me estoy cubriendo para que no me vuelvan a engañar.” Esto no se trata de una caricatura pero sí del más crudo cinismo. Si el presidente no cree en las FARC ¿cómo pretende negociar con ellas?; si quiere ensayar por favor no lo haga a nombre del país. Y escuchar a un experto en traiciones diciendo que necesita cubrirse para que no lo vuelvan a engañar (¿las FARC?), es para quedar con los pelos de punta. Mentira tras mentira.
El Síndrome de Pinocho - conocido en psiquiatría como mentira patológica o mitomanía- está haciendo estragos en América Latina. En este lugar del mundo la demagogia se quedó en pañales frente a esta nueva tendencia en la política y en Colombia particularmente las condiciones están dadas para que se propague dicho síndrome: época electoral con un gobierno experto en manipulación, unos partidos políticos podridos por la corrupción estatal, una guerrilla aprovechando su cuarto de hora; unos medios entregados al servicio del engaño y la mentira entre los bombos y platillos de una descarada publicidad.
Con estas condiciones vemos cómo se intenta remplazar la verdad por la mentira. Cuando se hace evidente el engaño vemos surgir nuevas mentiras en el círculo vicioso que caracteriza al Síndrome de Pinocho y que acerca esta patología a las adicciones -drogas, juego o alcohol- yendo en ocasiones de la mano, por lo que no es raro encontrar adictos mitómanos. Una característica que los acerca es que los más perjudicados no son los que sufren del síndrome, como ocurre con la mayoría de las enfermedades, sino sus cercanos. Por otra parte, pareciera que ese mal es transmisible de padre a hijo, de jefe a empleado, de hermano mayor a menor y, lo que es peor, de presidente a ministros, congresistas, magistrados y todos los demás hasta llegar a los ciudadanos del común.
De mentira en mentira vamos perdiendo el norte y empezamos a dudar de cualquier información recibida de unos medios promotores de verdades a medias que les llegan hechas o las inventan con la mayor desfachatez. Es sólo coger un periódico o una revista cualquier domingo para encontrar páginas enteras afirmando que las conversaciones en La Habana no son la mayor farsa de la historia del país, que existen enemigos y amigos de la paz o que la paz está por encima de todo.
Hay mentiras de mentiras y entre ellas están las tergiversaciones como la que enunció en España recientemente Juan Manuel Santos al afirmar que “la justicia no puede ser nunca un obstáculo para lograr un valor supremo de una sociedad como es la paz”. Ante tamaña impostura Fernando Londoño, en uno de esos editoriales que retumban, le dijo: “Sr. Presidente, el más alto de los valores es la justicia y no se le puede sacrificar con el pretexto de que hay que encontrar la paz. No presidente, esa es una profunda demostración de ignorancia. La paz, entendida como la relación tranquila y sin sobresaltos en una sociedad, puede ser una paz donde se sacrifique la justicia y por eso no vale. La justicia es un valor más alto. ¿Sabe dónde había paz plena presidente Santos? En el campo de concentración de Auschwitz.”
Quienes se han acostumbrado a convivir con el Síndrome de Pinocho olvidan que los colombianos, con su aguda perspicacia, terminan desenmascarándolos. “No nos crean tarados”, “¿Nos toman por tontos?”, “Que no nos crean tan pendejos” y otras expresiones como estas son con las que reaccionan ante la mentira y engaño.
Nos creen tarados los congresistas serviles al gobierno que consideran a sus electores borregos que les caminarán el 9 de marzo a darles su voto porque sí. En la Convención Conservadora, con el ejemplo de los convencionistas que rechazaron por una clara mayoría la adhesión a Santos, quedó muy claro que la manera de expresarse libremente el ciudadano es a través del voto libre. Ante esa realidad no hay mentira que la cubra.
Por fortuna todavía no hemos llegado a los abismos de Venezuela y por eso no les ha dado tan buen resultado la estratagema que importaron del país vecino consistente en contratar a expertos en boicotear manifestaciones, teniendo el cuidado de llevar camarógrafos conocedores de trucos para hacer ver cientos donde hay apenas decenas. Nos creen tarados pero no lo somos tanto. ¿No es curioso que después de cientos de municipios visitados por Álvaro Uribe y Óscar Iván Zuluaga de repente, en vísperas de elecciones, comiencen las rechiflas? ¿Esto quién se lo cree? Pero les ha salido el tiro por la culata, miles de simpatizantes han salido a la defensa de sus líderes y opacado a los agitadores.
Me pregunto si el que sufre del Síndrome de Pinocho es cínico por naturaleza o si la costumbre de mentir, resultante de una compulsión hacía la mentira, lo convierte en un cínico. Mienten con plena consciencia de que mienten y lo hacen espontáneamente en una dinámica de farsa y engaños que puede durar años. El mentiroso patológico sabe que miente pero no puede evitarlo y termina creyendo y haciendo creer a sus cercanos sus propias fábulas, como le ha ocurrido al presidente Santos al hacerle creer a su séquito que los colombianos lo reelegirán.
El síndrome de Pinocho
Mié, 29/01/2014 - 06:25
"¿Usted qué les dice a los escépticos, a los pesimistas, a los que dicen que no se ve ningún avance...?”. Esta fue una de las preguntas que le planteó Vladdo al presidente Santos en una entrevi