El tintico de Angelino

Vie, 05/04/2013 - 02:30
Escribo esta columna desde un café en la elegante Avenida El Poblado de Medellín. Luego de visitar la Comuna 8, una zona donde las personas viven en condiciones que se asemejan a un sitio medieval:
Escribo esta columna desde un café en la elegante Avenida El Poblado de Medellín. Luego de visitar la Comuna 8, una zona donde las personas viven en condiciones que se asemejan a un sitio medieval: familias enteras no pueden salir de sus casas durante días porque la situación de seguridad -las balaceras- no lo permiten. Con consecuencias similares a las que hubiera generado el ataque a un castillo europeo en el siglo XI....insalubridad, hambre e irrupción de una vida que de por sí ya es precaria, y que transcurre en empinadas lomas de arquitectura surreal. El Presidente Santos estuvo aquí está semana, visitando la Comuna 13, donde la situación de seguridad ha mejorado un poco. No, como lo anuncian las autoridades, por la súbita mayor presencia de la Fuerza Pública, sino porque ese territorio cayó sólidamente en manos de Los Urabeños, quienes controlan su estratégica ubicación como corredor hacia el Urabá. La pelea ahora es en la Comuna 8, mayoritariamente poblada por desplazados del Pacífico colombiano, al punto que uno de sus barrios es apodado "Chococito". No habrá "paz" hasta que alguien controle del todo los negocios ilegales de narcotráfico, trata de blancas y contrabando en todas las comunas de Medellín. Como sucedió con Pablo Escobar, y luego con Don Berna. Y tiene sentido mirar el dilema que hoy vive el país, desde la capital antioqueña, según el WSJ y The Urban Land Institute la ciudad más innovadora del mundo. Porque refleja precisamente el contraste entre dos visiones: la de Uribe, que representa un porcentaje importante del electorado y que considera que hay ciertas cosas que son inaceptables -como el narcotráfico- con el cual debemos combatir eternamente, y cuya lucha es a su vez creativa. Léase Plan Colombia. Se basa en la profunda convicción de que la modernización, la innovación y el cambio son procesos dolorosos que como todo parto, son por naturaleza violentos. La otra lectura es la que representa el Presidente Santos, una visión mucho más bogotana, que considera que el conflicto puede negociarse, mitigarse, producir acuerdos, darle a cada quién lo suyo, aunque el resultado final pueda ser un Frankenstein. Talvez por eso nunca hubo un Cartel de Bogotá. Esa es sin duda la filosofía que orienta el proceso de paz en La Habana. De las injusticias de una, se nutre la otra, en lo que parece será el espiral de nuestra vida política por muchos años. El problema consiste en que -le guste o no al uribismo- estamos negociando un acuerdo de paz con las FARC. Y Colombia dividida, será vencida. La guerrilla lo sabe. Por eso talvez haya llegado el momento de que Presidente y Ex Presidente dejen a un lado sus respectivos egos, y se sienten a definir cuales son las verdaderas líneas rojas en las cuales no se puede ceder en La Habana sin que se de inicio a un nuevo espiral de violencia. Puede haber llegado el momento de hacerle caso a Angelino, y tomerse un tintico.  Aunque lo hagan en secreto. Así tendremos por todo el país, como en Medellín, menos batidas con show incluído y más Metrocables, bibliotecas populares y escaleras eléctricas. Por el bien del país.
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