No sé si estaríamos ensillando antes de traer la bestia, como decían los abuelos, pero ya hay mucha gente pensando en el posconflicto y eso me gusta.
Las negociaciones de La Habana van por buen camino sin duda. Una prueba de esto es que las Farc hayan reconocido como suyos, con cierta vergüenza, los actos cometidos contra la población civil en Pradera y el ataque a una avioneta en Antioquia.
En otras épocas los habrían negado o los reivindicarían con entusiasmo. Pero ahora no, y eso es bueno porque indica que están recorriendo un camino de revisión de la lucha armada. Por supuesto “nada está acordado, hasta que todo esté acordado”. Es algo que no podemos olvidar; como tampoco podemos olvidar que estamos negociando en medio del conflicto y que el cese de hostilidades de diciembre fue apenas un acto unilateral de la guerrilla.
Sin embargo se vislumbra una cierta lucecita de ese oscuro y largo túnel que hemos recorrido por años sin que se le viera acabadero. Más que túnel parecía un laberinto intrincado, lleno de trampas y salidas falsas.
Entonces, resulta válido preguntarnos si no va siendo hora de que se empiece a preparar la institucionalidad para una etapa posterior. Debido a la lentitud con que opera el Estado colombiano, a lo mamotrético de sus instituciones y lo burocratizada que es esta nación, sería importante ir pensando colectivamente, con las víctimas, la sociedad civil y los organismos internacionales, cómo podría administrarse ese momento de inicio de la paz, que es el posconflicto.
Por supuesto que estamos en una etapa electoral en la que pensar algo distinto a los votos es de alguna manera utópico. También es cierto que un presidente en trance de reelección no puede arriesgar mucho y que las entidades de cooperación se han volcado a apoyar el proceso de negociación actual sin proponer nada todavía para el futuro. Pero hay otras maneras de trabajar en la construcción de ese futuro tan deseado por las gentes de Colombia, un futuro en el que las balas se reemplacen por desarrollo y la inclusión.
Podrían, por ejemplo, establecerse mesas de concertación regionales que piensen y prioricen sus necesidades de cara a esa etapa de inicio de la construcción de la paz. El Pacífico, para no ir más lejos, es una región que necesita una mirada de desarrollo y equidad que tal vez no sea posible mientras el conflicto interno no se resuelva. Las bandas criminales y la guerrilla están allá apoderadas de ese rico territorio y sus gentes serían unas de las más beneficiadas con un acuerdo de paz. También las comunidades indígenas que mil veces han rechazado ser campo de batalla podrían ya reflexionar sobre lo que está por venir.
Desde el punto de vista de la población, no ya del territorio, estarían también las víctimas, las mujeres y los campesinos con quienes se podría avanzar en estudiar alternativas y expectativas, organizar planes de trabajo y procesos para la construcción de un país en paz.
Con esto, no se trataría de reemplazar lo que se está haciendo en Cuba. Solo se estaría construyendo un acuerdo social a lo ancho y largo del país para fortalecer el posconflicto y establecer una plataforma civil de apoyo a las conversaciones con las Farc. Mejor dicho, sería aprovechar el entusiasmo actual para vincular más ciudadanía a un proceso que hasta ahora ha sido hermético y excluyente, lo que no es de por sí criticable, pero si cabría preguntarse si no estamos llegando a la hora de abrirle un resquicio a la sociedad civil en un diálogo de combatientes.
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¿Empezar ya el posconflicto?
Lun, 27/01/2014 - 16:15
No sé si estaríamos ensillando antes de traer la bestia, como decían los abuelos, pero ya hay mucha gente pensando en el posconflicto y eso me gusta.
Las negociaciones de La Habana van por buen
Las negociaciones de La Habana van por buen