En el periodismo no todo se vale, pero…

Dom, 21/02/2016 - 07:14
Con Yamid Amat y Juan Gossaín, pasando por Julio Sánchez Cristo, Darío Arizmendi, Hernán Peláez, Edgar Artunduaga, Claudia Gurisatti, Néstor Morales, Gustavo Gómez, y, más recientemente, Vicky
Con Yamid Amat y Juan Gossaín, pasando por Julio Sánchez Cristo, Darío Arizmendi, Hernán Peláez, Edgar Artunduaga, Claudia Gurisatti, Néstor Morales, Gustavo Gómez, y, más recientemente, Vicky Dávila, Camila Zuluaga y Darcy Quinn -entre otros-, en Colombia ha hecho carrera un periodismo especialmente radial que ha adquirido gran poder e influencia. En los medios impresos y electrónicos son varios los columnistas con similar representatividad, como Daniel Coronell, Mauricio Vargas, Daniel Samper Ospina y Juan Lozano, entre otros. Un país donde es posible opinar y denunciar con una notoria libertad, comparada con la casi inexistente en los países vecinos, indica que Colombia avanza en la dirección correcta en el propósito de lograr la madurez de la tan anhelada democracia y fijar las bases sólidas de una verdadera y duradera convivencia pacífica. Por ello, sin desconocer los aciertos y la necesidad de seguir recorriendo este camino, los últimos acontecimientos invitan a reflexionar sobre los excesos que puedan estarse cometiendo por parte de algunos periodistas. Lo dicho públicamente por el periodista Gustavo Gómez hace unas pocas semanas sobre la gravísima conducta de algunos de sus colegas -que al parecer actúan a sueldo y al servicio de oscuros intereses- son evidencia contundente del extremo de dichos excesos. El mayor enemigo del periodismo libre son algunos de esos mismos periodistas influyentes que obnubilados por el poder acumulado se vuelven soberbios y arrogantes. Ese periodismo distorsionado hace daño al país. No informa sino impulsa verdades a medias como verdades absolutas. No denuncia sino condena a priori y sin rigor. Confunde la irreverencia con la altanería y el abuso. Sustituye la agudeza y rigurosidad con el amarillismo y el afán por lograr más audiencia y reconocimiento. Se ataca personalmente y sin contemplación a cuanto individuo -incluida su familia inocente- es objeto de sus trabajos periodísticos, salvo que sea de sus afectos o de su conveniencia ayudar. Lo más grave de esos excesos es que el escándalo de los mismos termina opacando el contenido de serias investigaciones periodísticas y desviando la atención de la ciudadanía y de las autoridades hacía el fugaz escándalo. Ejemplo de ello, la publicación innecesaria de las fotos íntimas que el Defensor del Pueblo, Jorge Armando Otálora, le enviara a su amiga y subalterna Astrid Cristancho -aún no se sabe si se trató de un romance fallido o un acoso, o de ambos-, y del vídeo íntimo del exviceministro Carlos Ferro y el capitán Ángelo Palacios. Tanto las fotos como el vídeo aisladamente son evidencia únicamente de relaciones y conversaciones íntimas entre parejas, pero sumado a otras evidencias y pruebas pueden ser muy útiles para desenmascarar un muy probable abuso laboral y sexual por parte del Defensor del Pueblo, y una despreciable red de abusos en la Policía Nacional y el Congreso de la República. La Procuraduría y la Fiscalía están en mora de resolver estos y otros casos, que datan de hace varios años. Sin perder la agudeza extrema e independencia propias de un periodismo serio, es importante y urgente recuperar el respeto por las personas que representan las instituciones del Estado y, en general, por todos los individuos. Por ejemplo, no tiene sentido ni justificación alguna los improperios que Gonzalo Guillén efectúa a la Directora del ICBF, Cristina Plazas, para denunciar la crítica y real situación de los niños en la Guajira, como tampoco las desentonadas amenazas que Julio Sánchez Cristo hace al ministro David Luna para tratar de forzarlo a explicar sobre situaciones confusas respecto del proceso de contratación del tercer canal público de televisión. En ambos casos, es suficiente la agudeza, la persistencia, la pluma o el micrófono del periodista. En el periodismo no se vale todo, pero el peor escenario es un periodismo amordazado o acallado. Asalta la duda sobre la causa real que ocasionó el retiro de Vicky Dávila. El comunicado de RCN Radio deja más confusión que claridad. Aún cuando ella cometió un evidente pero aislado error periodístico, el fondo de su investigación sobre favores sexuales y prostitución en la Policía y en el Congreso de la República, tiene especial seriedad y alta vocación de prosperar. Esto no puede terminar con la sospechosa postura de víctimas de los funcionarios obligados a renunciar. Y menos, en la renuncia de la periodista que puso el dedo con sal en la llaga. @RFelipeHerrera
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