Esa bonita gente que te hace sentir ingrato

Jue, 09/07/2015 - 15:20
Estoy sentado frente al doctor, con un bastón en la mano, y él, tras su escritorio, dice sin contemplación:

-“Negro”, usted lo que tiene que hacer es agradecer porque puede caminar. Con ese
Estoy sentado frente al doctor, con un bastón en la mano, y él, tras su escritorio, dice sin contemplación: -“Negro”, usted lo que tiene que hacer es agradecer porque puede caminar. Con ese accidente que le pasó, dé gracias antes a Dios porque está vivo. Ya tenía yo los ojos vidriosos. El doctor, que le dice de cariño “Negro” a todo el mundo, había confirmado temores. ¿El más crudo? Que en el futuro seguramente tendré que someterme a un trasplante de cadera tras un siniestro de tránsito que sufrí hace año y medio. Además, que es factible que deba hacerme una nueva cirugía en la pierna derecha; que era entendible que hubiera perdido sensibilidad en el pie izquierdo; que teníamos que sacar radiografías para validar por qué mi pierna izquierda está ahora un poco más larga que la derecha y que le tenía que decir de una vez por todas adiós al fútbol y a cualquier deporte de impacto. Todo eso lo escuchaba frustrado. Junté las manos y crucé los dedos. Estaba allí para un “control” de una operación más que me acababan de hacer a finales junio y esperaba ingenuamente que me dijeran que todo estaba bien, que no tenía que volver a sufrir el bisturí, las jeringas, las pastillas, la incapacidad, la preocupación ajena. -Ya veremos qué pasa. No se afane, “Negro” –agregó el doctor, en tono tranquilo-. Si un carro tiene el chasis torcido puede que gaste más las llantas de un solo lado. Ahí usted tiene que ver qué tanto anda el carro así, qué tanto quiere desgastar las llantas, si cambia el chasis... Lo mismo pasa con usted. Debe cuidarse. Calma. A ese doctor le debo en gran parte mi vida. Un buen médico es un ángel. En enero de 2014, literalmente, me salvó en Urgencias. Su crudeza ha sido un alivio. Siempre será mejor saber la realidad que ilusionarse con falsas esperanzas. Me despido entonces del doctor Triana, con ese nudo en la garganta que se hace peor cuando uno quiere aguantar las lágrimas. Me vislumbro con el bastón, siento dolor, y no me gusto. Me imagino viejo y cojeando. Salgo de esa imagen mental y veo a mi mamá y mi hermana, que me esperan afuera del consultorio. Paso saliva. Mi mamá ese día está cumpliendo años y lo que uno menos quiere para un ser querido es darle tristeza. Un nuevo amanecer es una nueva vida. Y cada día trae sus lecciones. Hay gente bonita que te hace sentir ingrato. Me encuentro en El Tiempo con la historia de la escritora mexicana Adriana Macías. Nació sin brazos y en la foto sonríe tanto que impregna optimismo. Se cuenta que es capaz de manejar su celular con los pies y enseña, feliz, las fotos de su embarazo. Es capaz de burlarse de sí misma: ‘Solo algo estaba claro en mi adolescencia: que no me iba a casar porque nadie iba a pedir mi mano’, dice. Y ya lleva ocho años casada, trece junto a su pareja. Basta eso, como bastarían otros tantos infortunios, para hacer un mea culpa. En ese tsunami de emociones que traen las adversidades escribí que “Esta es la vida que nos tocó enfrentar”. A lo cual creo que todos deberíamos agregar unas palabras: “Esta es la vida que nos tocó enfrentar. Y disfrutar. Al menos mientras tengamos tiempo”. @javieraborda
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