“Durante más de cien años de vigencia de la Constitución de 1886 se discutió la conveniencia o no de mantener la invocación de “en nombre de Dios, fuente suprema de toda autoridad”.
Cada vez que surgía la controversia, se armaba el obispero. Y así quedó hasta cuando se expidió la Constitución de 1991 que volvió a Colombia un estado laico que lo ha sido tanto que llegó a permitir un procurador que cree que nosotros creemos que él cree. Además con un jefe de la cartera de Salud que se atreve a declarar que es ateo. Lo dice sin ruborizarse, porque es ministro de Santos y no de Dios. Y también que exista un estado laico y liberal (de doctrina) que tiene una militante del liberalismo (el partido) que promueve un referendo para derogar una norma constitucional que atenta como las minorías”.
¡Cómo ha cambiado el país!, complementa Oscar Alarcón Núñez, famoso con sus micro-lingotes de El Espectador (hoy en Semana), que a veces convierte en macro-lingotes, para escribir columnas sobre temas constitucionales y jurídicos, pero siempre con el fino humor político que le caracteriza. Y varios libros: Los segundos a bordo; Panamá siempre fue de Panamá, y Panamá, capital de Colombia, entre otros.
Alarcón parecía hermano de David Sánchez Juliao y los dos se burlaban del asunto, cuando la gente se confundía. El parecido físico era enorme y la relación de ambos con las letras y el mamagallismo los convertía en bomba de tiempo cuando se juntaban, que era a menudo.
Más papistas que el Papa
Sobre los lazos de Colombia con Dios, profundiza Alarcón en “Ambito Jurídico”:
-Colombia es un país laico a partir de la Constitución de 1991. Tanto que ya hasta uno de sus ministros se atreve a decir, sin ponerse colorado, que es ateo. Ni siquiera por los años sesenta se atrevió a declararlo el canciller Germán Zea Hernández, quien era masón, y quien al responder a una pregunta sobre qué opinaba de la encíclica Humanae Vitae del papa Paulo VI, que prohibía la píldora anticonceptiva, declaró que quien menos podía hablar de esos temas era el célibe pontífice. Sus palabras, dichas entre whisky y whisky, le costaron el puesto.
Todas nuestras constituciones del siglo XIX, menos de la de 1863, invocaron a Dios. Desde la de Angostura (1819), que contenía catorce artículos, se expidió “en nombre y bajo los auspicios del Ser Supremo”, La firmaron, un antepasado del ministro Zea, Francisco Antonio Zea, como presidente del Congreso, y el Libertador Simón Bolívar, como jefe del poder ejecutivo.
Igual sucedió con otras constituciones latinoamericanas, como la Argentina (1853) y la peronista; la de Cuba (1840); la de Panamá (1941); la de Paraguay (1940); la de El Salvador (1934) y la de Venezuela (1936). Pero es que somos más papistas que el papa. La misma Constitución vaticana, promulgada por el papa Pio XI el 7 de junio de 1929, dice en el artículo primero que “el soberano Pontífice, soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano, tendrá la plenitud de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial”. No aparece ni Dios, ni el Padre, ni el Hijo, ni el Espirito Santo como invocó nuestra Constitución de 1843.
Estado laico y ministro ateo
Vie, 26/05/2017 - 11:22
“Durante más de cien años de vigencia de la Constitución de 1886 se discutió la conveniencia o no de mantener la invocación de “en nombre de Dios, fuente suprema de toda autoridad”.
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