Gutenberg, Prostitución, Renacimiento

Sáb, 09/11/2013 - 16:42
 
Reseña crítica del libro “ El libro de los placeres prohibidos ”

 

Reseña crítica del libro “ El libro de los placeres prohibidos ” de Federico Andahazi

 

 “No puede concebirse otro libro que el manuscrito.

Cualquier otra forma de producir libros, mediante el artificio que fuere,

no merece ser tenido sino como una falsificación y considerarse obra de Satanás”.

Juicio contra Gutenberg.

F.A.

La Edad Media comenzó a dar signos de agotamiento después de cerca de mil años; una de las épocas más tristes de la humanidad, particularmente porque se desconfió completamente de la facultad humana para manejar su destino, esta fue entregada bajo dogma y opresión a dioses y supersticiones fielmente preservados por la religión occidental que aparte de dogmática fue nefastamente inquisitorial. El despertar de ese horrendo letargo en que cayó nuestra humanidad terminó en el Renacimiento en donde el ser humano retomó confianza en sí mismo, inspirándose de los modelos culturales y científicos grecorromanos por más de diez siglos vituperados y aplastados por la iglesia católica cristiana romana. Gutenberg fue precursor en buena medida de la salida de esa catástrofe, haciendo brillar en el firmamento del obscurantismo una estrella de esperanza y libertad: la Imprenta de tipos móviles, portentosa y revolucionaria invención que cambiaría definitivamente el rumbo de las artes sobre papel y con ello la comunicación y la expansión del saber. El libro del escritor argentino Federico Andahazi, “El libro de los placeres prohibidos” nos introduce en ese mundo medieval en donde con gran minucia y secretismo Johannes Gutenberg inventa, estudia y dedica su vida a una única creencia: plasmar en papel, en serie y automáticamente lo que sólo se podía hacer manualmente de la mano de copistas virtuosos, entrenados y autorizados por la iglesia. Un breve pero sustancioso recorrido por la vida de este ilustre y obcecado alemán nacido en Maguncia en 1398. Hace Andahazi un recuento de carices biográficos utilizando dos vertientes narrativas; de una parte un juicio contra Gutenberg por su diabólica y perversa invención, y de otra parte la exaltación de las “Adoratrices de la Sagrada Canasta”, una antiquísima congregación de prostitutas nacida en los albores de Babilonia y con afincamiento, para efectos de la novela, en un monasterio de Maguncia, en donde se supone era custodiado el arcano libro de los placeres prohibidos y el cual quería la iglesia destruir para impedir cualquier difusión. Desde el primer capítulo se asiste al asesinato en serie de algunas prostitutas, sin que se conozca ni móvil ni autor de tal crueldad que incluye el despellejamiento meticuloso de las víctimas. Se las arregla el escritor, al final de la novela, para hacer converger astuta y agradablemente estas dos disímiles historias. El monasterio de las Adoratrices es un licencioso prostíbulo en donde sus “monjas” se entrenan en el celo y prolijidad de deleites sexuales. Como su función es producir, profesionalmente, el máximo de placer a sus feligreses, estas son consideradas sacerdotisas, y como tal respetadas además de deseadas por la población que atiborra el claustro al amparo de las lobregueces nocturnas: “los hombres que visitaban el burdel no se retiraban con la abrumadora sensación de quien ha pecado; al contrario, tenían la certeza de haber cumplido una elevada misión religiosa... en rigor, se convertían en la pieza fundamental de un rito sagrado y ancestral”. Durante la dominación judeocristiana del medioevo, un libro era un instrumento que tenía por objetivo único difundir lo sagrado y lo religioso; Gutenberg desacralizó este arraigado dogma, abrió la posibilidad de reproducir y publicar temas diferentes de los bíblicos y sus exégesis. Abrió un camino de libertad que arrancaría a la iglesia el monopolio de la escogencia del saber, diversificando la cultura para hacerla multitemática; abrió paso a la Ilustración enciclopédica. En el siglo XV un grupo secreto y no coordinado investigó en Holanda y Alemania sobre las técnicas de elaboración de un método mecánico para acelerar la edición de libros y de esta manera masificar su producción y llevarlos a una más amplia población, a costos menos onerosos que los inherentes a los copistas y calígrafos que utilizaban un procedimiento manual o de origen xilográfico (texto grabado en hueco sobre tablilla de madera). En la producción de una Biblia, el libro preferido y casi único de los editores de la época, se gastaba más de un año y sólo llegaba a una adinerada élite. Para tan monumental trabajo se prefería a los copistas que no sabían leer porque ello garantizaba un calco conforme de la Biblia sin el peligro de que estos pudiesen alterarla guiados por sus personales interpretaciones o deseos. Gutenberg mantuvo en secreto su trabajo por dos razones, primo porque intuía el lucro que podría obtener y aspiraba a hacerse rico evitándose las penurias que atribularon a su padre; y segundo, porque pensaba que su invención era un método de plagiar un libro bellamente caligrafiado, una verdadera máquina falsificadora –lo cual era ilícito–. A pesar de su gran logro nunca fue rico y le fue imposible guardar su secreto pues necesitó acudir a proveedores para obtener papel en gran cantidad y a artesanos para elaborar la aparatosa prensa de madera y metal. Dificultad grande fue también mantener oculto el taller que adecuó en una abadía en ruinas en las afueras de Estrasburgo para trabajar en solitario y libre de las autoridades y posibles espías que pudiesen arrebatarle su idea. Otro obstáculo al secreto fue el transporte de la voluminosa imprenta, que hizo llevar en hombros por un grupo de fornidos muchachos, pero ciegos para que no pudiesen identificar el lugar. Pero, por supuesto, la mayor dificultad para mantener el secreto fue el imperativo económico que lo obligó a asociarse con personas acaudaladas que sufragasen aquella extravagancia. Nada importó más a Gutenberg que esa invención, su vida afectiva y sexual fue casi inexistente; se comprometió en nupcias con la hija de un rico mercader que no había conseguido casarse; jocosos los pasajes en que se describe la fealdad de esta contrahecha muchacha que más parecía carnero que ser humano: “De no haber sido por su aristocrática condición hubiese terminado sus días en un convento. Con una notable ventaja sobre las demás, se disputaba el título de la mujer más fea de la ciudad. No parecía que pudiera conocer un amor diferente del de Cristo ni casarse con otro que no fuera Dios”. ¿Qué diría Gutenberg viendo hoy, cinco siglos y medio después, su invención innovada en digital, mediante la cual se producen más de trescientos libros diarios en el mundo; qué diría de las excelentes obras que se han podido imprimir y difundir; qué diría de la basura que también se produce y que solo aniquila bosques en procura de papel; qué diría viendo que aún se queman libros por causa de ideologías baratas y vetustas que los encuentran peligrosos; qué diría de la actual presidente de Argentina –tierra del escritor del libro analizado– que ha tratado de introducir un nuevo index al intentar prohibir la importación de libros extranjeros dizque porque estos contaminan a los lectores con tintas nocivas para la salud; qué diría al constatar que pese a la gran producción de libros la tasa de lectura permanece baja en el mundo y que su invento parece ser aún desdeñado por muchos? Una agradable novela de trescientas páginas que recomiendo. Escrita en tercera persona, en un léxico impecable, de brillante composición y factura; una amena lectura que el interés del tema y los suspensos al estilo thriller motivan una lectura acelerada.
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