Hace ya 30 años del gran horror

Sáb, 08/08/2015 - 02:33
“Fue un hecho que marcó la vida, tan simple como eso.
Aún me acuerdo de los sentimientos colectivos
de incredulidad, indignación, rabia, negac

“Fue un hecho que marcó la vida, tan simple como eso. Aún me acuerdo de los sentimientos colectivos de incredulidad, indignación, rabia, negación e impotencia”. Mauricio Cuervo - guionista película “Antes del fuego”

El 6 de noviembre de este 2015 se cumplirán 30 años de uno de los hechos más insólitos y vergonzosos de nuestro país: la guerrilla del M19 asaltó el Palacio de Justicia colombiano y tomó como rehenes a 350 personas, entre las que se encontraban magistrados, consejeros de Estado, servidores judiciales, empleados y visitantes. Acción que obligó al Estado colombiano, mediante su fuerza pública, a intervenir para liberar el Palacio y sus secuestrados. Mucha tinta, análisis, investigaciones y detenciones han sido realizados desde entonces, y aún el fatídico caso posee zonas de sombra y controversias. Las nuevas generaciones, infortunadamente, olvidan o desconocen la tragedia que se saldó con la lamentable destrucción del Palacio, 98 muertos y 11 personas desaparecidas en confusos hechos. La película “Antes del fuego”, en cartelera actualmente, dirigida por Laura Mora y protagonizada por Luis Fernando Hoyos y Mónica Lopera, aparece para recordarnos este bochornoso hecho y evitar que pase a los anales de la indiferencia y el olvido. Desconocer la historia conduce a repetir los mismos errores, nos indica la sabiduría popular, y esto sería aún más grave que los nefastos hechos acaecidos. Es, entonces, este filme una buena ocasión para reflexionar sobre el traumático trance y obligarnos a rechazar las actuaciones de lo ocurrido y a analizar la manera como se impartió justicia a los diferentes actores de esta macabra osadía. La película, como bien lo sugiere su título, es la “historia de una toma anunciada” que trata de los antecedentes a la toma del Palacio, mostrando los indicios de que algo grave se estaba gestando. Para ello el guion propuesto hace una cuenta regresiva desde 19 días antes del insuceso. A manera thriller presenta un periodista investigador que olfatea tal acto de terrorismo y que por su descubrimiento es asesinado; no obstante sus dos colegas encarnados por Hoyos y Lopera toman el relevo y descubren lo ya sabido por su colega silenciado de muerte. Termina el filme justo con el día de la toma del Palacio, sin explayarse en ella. La idea es el preludio, que a guisa de indicación muestra lo que se pudo evitar de haberse escuchado los tantos rumores (certezas, más bien), aquí materializados por estos investigadores. Claro, la voluntad de frenar esta catástrofe no existía en las partes involucradas o por el escepticismo frente a la posibilidad real de llevar a cabo tal exabrupto. Tres grandes actores participaron de este brutal acto: la mafia narcotraficante, la guerrilla del M19 y la fuerza pública del Estado. Cada uno con razones suficientes para imponer su supremacía, y cada uno con motivos interesados para actuar doblegando al gobierno del entonces presidente Belisario Betancur. La guerrilla del M19 había cancelado 4 meses antes el acuerdo de paz que había pactado con el gobierno, aduciendo que el Ejército había roto el cese al fuego firmado. El Ejército por su parte veía con malos ojos a la guerrilla y aún más el acuerdo de paz firmado. La mafia narcotraficante estaba desesperada evitando que se aprobara el tratado de extradición de narcotraficantes hacia los EEUU; un proyecto en curso de discusión y aprobación en el Consejo de Estado. Como se ve, los 3 actores estaban descontentos y listos a batirse por los medios que fueran, sin importar consecuencias. Una operación preparada mediante una minuciosa alianza entre la guerrilla y los narcotraficantes, se estima que estos últimos aportaron al menos 2 millones de dólares a tan feroz empresa, en la cual la guerrilla tenía por objetivo obligar al presidente Betancur a presentarse a un juicio presidido por la Corte Suprema de Justicia. Una operación contra la cual la fuerza pública arremetió con todo su poder militar, y según algunos analistas, sin control y sin el esmero de salvaguardar las vidas de los secuestrados. Lo ocurrido ese 6 de noviembre de 1985 fue muy grave, superlativo de acción y consecuencias: el secuestro de la justicia colombiana; nadie ni nunca había osado algo de esta envergadura. Un luctuoso y reprochable “logro” de la guerrilla colombiana asociada con la mafia. La guerrilla que se tildaba de ideóloga de un nuevo y radiante porvenir para nuestro país, se sindicó con bandidos. De estos últimos su proceder no causa sorpresa, es su normal operar, pero de los que se hacían (o hacen, para hablar en presente) pasar por adalides de la pureza ideológica, fue un desenmascarar que los persigue hasta nuestros días: bandidos de la misma calaña, que saben aliarse con quien sea para alcanzar sus siniestros objetivos. ¿Cuáles principios morales tenía (tiene) entonces la guerrilla? Ninguno. Son caimanes del mismo charco. Los mismos asesinos sin ningún principio. Esos mismos que ahora hacen fila mediante turbios procesos de paz para gobernarnos. Lo más insólito del desenlace jurídico y de justicia es que muchos de los miembros de la guerrilla M19ista fueron amnistiados y ahora hacen parte de nuestros políticos encumbrados; la misma justicia que atacaron les fue benévola, los perdonó, los absolvió, un país y unas instituciones generosas. Y, oh paradoja, algunos miembros del Ejército fueron condenados a la deshonra y a las mazmorras carcelarias, en donde aún continúan su triste castigo. Se equiparó sin escrúpulo la guerrilla a los defensores del Estado y además con inequidad: dos pesos, dos raseros diferentes. Gran advertencia para lo que actualmente se pacta (¿trama?) en la Habana; un caso que no debe repetirse, so pena de casar problemas futuros. Que la medicina salvífica preconizada por algunos, no se convierta en peor que la enfermedad belicosa. Hemos de vacunarnos contra la indolencia y el desconocimiento de lo que se acuerde en la isla comunista y que sigue siendo secreto. El horror de hace 30 años, contra el que nos previene la película “Antes del fuego” y que recomiendo por su advertencia tácita, no puede volver a repetirse. Doblegar al Estado, es doblegar la democracia, es conducirnos por caminos peligrosos y despóticos como los que tristemente han florecido en el vecindario bolivariano. Que de colofón nos sirva la muy válida frase de Alessandro Angulo, Productor General de la película: «Y eso fue lo que pasó en esa época y terminó en una masacre que pudo evitarse. Por eso uno relaciona esta película con lo que pasa ahora y piensa: “debemos tener cuidado y pensar las cosas con más calma”».
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