Homofobia criminal

Sáb, 13/09/2014 - 21:15
La homofobia mata no solo los cuerpos como en el caso del joven Sergio Urrego, sino también el alma, marchitándola, haciéndola solitaria, arrugándole la dicha, apagándole el amor, haciéndola ver
La homofobia mata no solo los cuerpos como en el caso del joven Sergio Urrego, sino también el alma, marchitándola, haciéndola solitaria, arrugándole la dicha, apagándole el amor, haciéndola vergonzante, causándole humillaciones y vergüenzas, condenándola al ostracismo, al gueto. Ha corrido mucha tinta sobre el tema, sin embargo, mucha más deberá correr para informar, aclarar y denunciar el triste suceso que empujó a este muchacho de 16 añitos a suicidarse para terminar con el infame acoso de que fue víctima por su condición de homosexual. Los primeros sindicados del insuceso pertenecen a su inmediato entorno, a comenzar por su colegio en donde fue sometido a un cizañoso matoneo auspiciado por las directivas, psicólogos y profesores quienes en lugar de orientar para que su condición de género fuese aceptada, prefirieron ensañarse en considerarlo anormal e intentar cambiar su orientación sexual. El plantel “educativo” negligentemente desacató la implementación del manual de convivencia ordenado por el Ministerio que taxativamente prohíbe tal discriminación. Sobre los detalles de este caso los medios de comunicación han dado amplio parte, dejándonos la triste convicción de incomprensión e intolerancia flagrantes. Infortunadamente este caso no es el único, hay muchos más con hirientes aristas que deben ser remediadas prontamente. Otros actores son también responsables de este incidente, a saber: las familias, las religiones y el Estado. Desde tiempo ha, se han encargado estas instituciones de crear una “cultura” del prejuicio, una idiosincrasia de la culpabilidad, una conducta del pecado y una vergüenza de lo que siente y con lo que se nació. Todo esto, sin duda, influenciado por las creencias religiosas tan fuertemente ancladas y que permean todos los resquicios de la sociedad. Predomina el avasallador influjo judeo-cristiano, que domina las leyes e instituciones gubernamentales, en menoscabo de nuestra Constitución laica, que en la práctica es vapuleada por los lobbyings y prédicas de curas católicos y pastores cristianos. Sergio Urrea se convierte en un mártir; tal vez tristemente necesario para poner sobre el tapete la discusión de la intolerancia y discriminación que en permanencia son objeto quienes pertenecen, por su genética, a los grupos LGBTI. La aflicción de este joven pone de manifiesto este terrible drama, que mirado con detalle es solo la punta del iceberg de una problemática más profunda. El Estado ha dado “ejemplo” al estigmatizar las uniones de parejas del mismo género, cuya promulgación trató en afanes de última hora cuando se acercaba el perentorio plazo que la Corte Constitucional dio al Congreso para legislar el tema. Así surgió el adefesio de “Unión Solemne” que crea un mecanismo legal de discriminación: un “matrimonio” de segunda categoría cuyas consecuencias, sin suficientemente reglamentación, no son claras. Como resultante de sapientes debates el Congreso definió dos clases de casamiento: el matrimonio tradicional heterosexual y la “Unión Solemne” que en principio es lo mismo, pero sin posibilidad de adopción de hijos. Recientemente la Corte Constitucional admitió la adopción de un hijo a una pareja de lesbianas; hecho que claramente creará una jurisprudencia. Quiere esto decir, que cualquier pareja homosexual que decida adoptar evocará esta sentencia para hacer aplicar el mismo principio. En conclusión se tendrá la famosa “Unión Solemne” con posibilidad de adopción. Entonces, ¿en que diferenciará el matrimonio clásico de esta nueva situación? En nada. Este apartheid caerá pronto porque es insostenible a toda lógica, incluyendo la utilizada por la acomodaticia jurídica; esta nueva combinación hará que se imponga, y a pesar de los prejuicios de muchos, un solo matrimonio: el igualitario. Veremos a los “honorables” Gerlein y otros procuradores rasgándose las vestiduras e implorando ayuda a las vírgenes y crucifijos que a diario, cual cruzados del medioevo, portan en la solapa de sus vestimentas. Y el tema promete volverse candente pues las últimas salidas del closet homosexual han sido de grueso calibre, dos mujeres congresistas han declarado ser pareja y dos ministras han hecho lo suyo igualmente. A ver si con estos ejemplos y ojalá con sus mandatos y autoridades logren educar al país y liberarlo de tantos prejuicios impensados y aprendidos por generaciones. ¿Cuántos Sergios habremos de sacrificar para que la sociedad admita que la libertad es un derecho inalienable como rezan la Constitución, las leyes y la lógica básica? Aún no es claro en algunas mentes, instituciones y comunidades que persisten en su nefasto empeño de “eliminar” las tendencias homosexuales y por ende a los individuos concernidos. Poco les importa que la OMS haya aclarado hace lustros que no es una enfermedad, poco importante que se hayan fortalecido legalmente algunos derechos de los homosexuales, poco importan los esfuerzas de pedagogía, es más fuerte esa homofobia irracional cuando no dogmática. Varias layas de homofóbicos son detectables, muchos de sus representantes camuflados detrás de discursos candorosos y con falsos halos de comprensión. En primer lugar está el homofóbico puro y duro, ese que admite y predica su intolerante doctrina: no acepta que haya alguien que se “extravíe” de lo que considera la norma. Es según su parecer una anomalía y como tal debe ser reparada. La ignorancia es la fuente de la que bebe para solidificar su actuación. El homofóbico de caparazón; ese que niega sus deseos ocultos, que no logra asumir su homosexualidad y por eso la combate; prefiere practicarla en la clandestinidad y al amparo del alcohol y la penumbra, jurando al día siguiente olvido de sus actos e inculpando a esos partners con los cuales obtuvo nefando placer. El miedo es la fuente de la que bebe para solidificar su actuación. Está también el homofóbico divino, ese que actúa en función de lo que le dicta infaliblemente su dios. Se guarece detrás de un libro “sagrado”, es el caso de las biblias cristianas, los coranes musulmanes y las toras judías. Este camaleónico homófobo se escuda en anacrónicos versículos de su libro rector con lo cual cree eludir su responsabilidad de pensamiento y negación de la libertad del otro. Para mayor sustento de sus ideas y aplicación de su homofóbica idiosincrasia acude a la moral para considerar su descalabro intolerante como ético. Suelen introducir solapadamente tácticas del estilo “Te quiero, te puede ayudar para que cambies, para que renuncies a tus deseos, a tu naturaleza”, “Ven a mí, confía en mí... para mejor presionarte”. Jaculatorias de flagrante irrespeto. El simplismo intelectual es la fuente de la que bebe para solidificar su actuación. Está el homofóbico indiferente, ese que se dice sin prejuicios, pero que no moverá un dedo para venir en defensa de sus congéneres, y que cuando esa situación controvertida se presenta en su entorno hará mutis por el foro, renunciará a esos amigos engorrosos con los cuales podría –qué horror– ser confundido. El facilismo es la fuente de la que bebe para solidificar su actuación. Podría pasarse uno un tiempo infinito hilando delgado, acudir a las teorías de los psicólogos para lanzarse en la cuadratura de este círculo, pero llegará inexorablemente a la misma conclusión, estos homofóbicos son “caimanes del mismo charco” que han bebido directa o indirectamente de los prejuicios religiosos, la mayor fuente de intolerancia jamás vista. El tema de la segregación homosexual no perderá actualidad, a pesar de que muchos legisladores censores intentan con gotas de agua apagar esa enorme hoguera que arderá tanto tiempo como el problema no se arregle de raíz con educación y leyes adecuadas. Qué el caso de Sergio Urrego no quede impune y que cuestione a nuestra sociedad pacata que se niega a admitir la diferencia, la otredad. Amén.
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