La apropiada revolución venezolana: la extirpación de la cúpula bolivariana

Dom, 10/02/2019 - 01:00
Parecería que nuevamente el proverbio que reza “No hay mal que dure 100 años ni cuerpo que lo resista” vuelve a tomar forma y a iluminar de exactitud; Venezuela, después de casi 20 años de exa
Parecería que nuevamente el proverbio que reza “No hay mal que dure 100 años ni cuerpo que lo resista” vuelve a tomar forma y a iluminar de exactitud; Venezuela, después de casi 20 años de exabrupto gubernativo y de un in crescendo de pisoteo a la democracia sobre cuyas ruinas se edificó una dictadura, está emergiendo para restituir la legalidad y derrocar el despotismo comunista (perdón el pleonasmo); así sus capataces la obliguen a ser republiqueta bolivariana. Todos los intentos de frenar el despropósito han sido vanos, todos han fracasado porque la represión ha sido descomunal con la ayuda bien experimentada de Cuba (60 años de absolutismo la han madurado para producir Maduros y Castros), pero también debido a que la misma oposición a la feroz insensatez no ha estado debidamente soldada, han predominado las pretensiones personales sobre una idea de objetivo general unificador. En este ambiente de opresión y desunión prosperó el avasallador y populista poder chavista que se transformó en madurista, es decir, viró de mal a peor, con apoyos fuertes de los rezagos comunistas de Rusia y China, que ya sólo practican el comunismo en su autoritarismo y en sus emblemas nacionales. Estos países aprovecharon el destartalamiento venezolano para entrar en un espacio geoestratégico al que no tenían acceso, y así despojaron el patrimonio venezolano. Mientras los bolivarianos gritaban no al pretendido imperialismo estadounidense, se entregaban con alma y economía a estos voraces países neocapitalistas a cambio de préstamos usureros y armamentos costosos y sofisticados. Empeñaron la Venezuela opulenta por promesas que se diluyen en las quimeras de la nada, el anacronismo y la desesperanza. Otros países expoliaron arrancando prebendas económicas (petróleo, dólares, empréstitos, subsidios, donaciones,...), que irresponsablemente los bolivarianos entregaron a cambio de votos de sostén –a sus dislates– en los organismos internacionales; estamos hablando de Cuba, Nicaragua y la recua izquierdista que golpeó Latinoamérica a fines del siglo XX y parte del actual. Es la patética historia vivida por Venezuela en la que ahora, oh milagro, cuando toda esperanza había naufragado, aparece por encanto un personaje desconocido: Juan Guaidó, quien consigue dirigir la marginalizada Asamblea Nacional, y desde allí proclamarse Presidente interino del país, justificando su acto en la corruptela que acompañó la entronización del tercer período madurista. Ipso facto aparecen los protectores de Maduro y de su abominable sistema proveyéndoles defensa. No pueden hacerlo directamente porque la evidencia del desastre causado es enorme y demasiado visible, entonces acuden a la noción del diálogo, del entendimiento para lograr la paz; un sonsonete de efectos bien conocidos: alargarse en conversaciones ad eternum y ad nauseum, de manera que el nefasto sistema se oxigene, que la represión se robustezca y el statu quo prevalezca. Una vieja artimaña que riñe con el quehacer necesario y eficaz: apartar al dictador de las riendas de su poder omnímodo y calamitoso. Ese cántico seráfico de sirenas que tanto impulsan el Vaticano y su horda de sotanas; los cortesanos Rodríguez-Zapateros; los Podemos comunistoides; los Petros bolivarianos; los Obradores y Tabarés-Vásquez de comunismo soterrado; las sanguijuelas de la otrora jugosa ubre venezolana: Evo Morales, Daniel Ortega y los ya mencionados grandes saqueadores: Rusia y China. Por fortuna, esta lista aquí esquizada es de inferior volumen que la enorme que se ha ahora consolidado en las Américas (la Latina y la del Norte), en Europa y en otros continentes, para exigir el fin de la tropelía y la convocatoria a elecciones presidenciales transparentes, sin dudosos ni engañosos preámbulos. Sería esta la primera vez que la presión internacional haga partir un déspota de su trono dictatorial, por lo cual los usufructuarios del abuso de 20 años –esos mismos que pregonan insubstanciales diálogos– adoptan como premisa distractora que el cambio sólo se logrará con la única intervención del pueblo venezolano. Premisa errónea y amañada. Es como decir que un cáncer se cura con sólo la voluntad del paciente por recuperar su salud; no, se necesita también de medicinas fuertes que producen agobios colaterales. Hay riesgos inherentes al alcance de la meta y han de ser asumidos, porque, y valga la reiteración, el objetivo primordial es derrocar la dictadura que ha gangrenado el país vecino y que de no extirparla contaminará el nuestro. Así las cosas, sensato es: denunciar el exabrupto bolivariano y su fracaso; apoyar la ayuda humanitaria; evitar la “ideología” soterrada de los colaboradores de ese régimen; convencer a los militares de niveles medio y bajo de unirse al pueblo oprimido; y prestar oído desatento a los preconizadores de diálogos inútiles. El obrar de la comunidad internacional tienes múltiples posibilidades y declinaciones. Algunos creen que basta con declaraciones diplomáticas insípidas, como las que han pululado en el pasado. Otros más aventajados y realistas preconizan que ese proceder debe ir acompañado con el reemplazo de embajadores, es decir que cada país que haya reconocido la Presidencia interina de Guaidó expulse los embajadores de Maduro y permita que los nuevos tomen posesión de las embajadas. Otros, encabezados por EEUU, pretenden que haya invasión militar del territorio venezolano; algo que suena fácil, pero que en nuestra contemporaneidad causaría un trastorno inmanejable, que a la postre uniría países y gente contra la dicha invasión en beneficio del dictador Maduro. Lo claro es que el dictador y su caterva de rufianes, que han defraudado al Estado durante 20 años, no saldrán por las buenas; saben que perderían no sólo el poder, sino el botín acumulado, las prebendas y la libertad, serían juzgados. No abandonarán estos maleantes su lucha, esa que se reclaman en nombre del pueblo, pero que redunda en favorecimiento de sus corruptos bolsillos. Entonces, se necesitará de un empujón, ese que consiste en ahogar el sistema económico, reemplazar los embajadores, poner de manifiesto los innumerables exabruptos, ayudar a que el pueblo venezolano se informe libremente sin la restricción actual a la libre expresión y comunicación. Quiero creer que esta medicina sea capaz de derrocar al sátrapa, no obstante algo me dice que podría no ser suficiente y habría de irse más lejos; en pesadilla me surge la imagen de algunos modernos aviones que súbitamente irrumpen en una operación aérea quirúrgica de objetivo muy preciso: la eliminación de los cabecillas del infecto sistema, Maduro, Diosdado Cabellos, Vladimir Padrino, Tarek William Saab, Delcy Rodríguez, Tareck El Aissami y otros pocos. Mi oráculo de pesadilla me dice que esto bastaría para detonar no una guerra, pero sí el cambio deseado. A colación el dicho francés que atinadamente recuerda: “On ne fait pas d´omelettes sans casser des œufs” (no se hacen tortillas sin romper primero los huevos). Imploro porque mi sueño-pesadilla no sea cierto y que las medicinas citadas anteriormente consigan eliminar este indecente desgobierno. Por último, son también culpables aquellos que con el pretexto de no derramamiento de sangre, la han dejado correr a granel sin contabilizarla; aquella derramada en las manifestaciones, en la violencia diaria, en las hambrunas, en la falta de atención médica. Responsables serán estos laxos a quienes la historia y los Tribunales Internacionales habrán de juzgar tanto como a sus nefastos mentores.
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