“Es que acá no hay tiempo para oler el café”, me dijo Claudia Dreifus, periodista del New York Times y profesora de la Escuela de Asuntos Públicos e Internacionales de la Universidad de Columbia (SIPA) cuando le entregué un trabajo tarde y traté de justificar la embarrada con mi carga académica. Esa semana tenía dos ensayos encima, seis lecturas pendientes y varias reuniones para cuadrar trabajos en grupo, pero eso no justificaba nada y me lo hizo saber tajantemente. Su frase, más que un regaño, fue una advertencia sobre cómo funciona un sistema educativo enfocado en resultados y cómo me tenía que acomodar para entregar las cosas a tiempo.
Inmediatamente, quizás influenciado por ese síntoma latinoamericano de criticar al gringo para afianzar nuestra identidad, encontré la similitud entre el sistema educativo de la universidad y el criticado sistema de vida de los americanos orientado hacia la producción, el consumo y los resultados. Me surgió en especial la duda sobre la calidad de este sistema educativo que deja poco tiempo para la articulación, procesamiento y cuestionamiento de los temas. Sin embargo, es el sistema educativo donde están las mejores universidades del mundo como Harvard, Berkeley, Princeton, Georgetown y Columbia, y donde más jóvenes en todo el mundo deciden estudiar. ¿Qué puede explicar esto?
Una característica particular y paradójica en el sistema educativo estadounidense es su sistema de evaluación. Los estudiantes, en la mayoría de los programas de postgrado y pregrado, son evaluados con cada trabajo que hacen: ensayos, exámenes parciales, trabajos en grupos y hasta participación en clase. Sin embargo, la calificación final se hace usando una curva de distribución normal que sube o baja los resultados acomodándolos al promedio de la clase. Esto quiere decir que por más que usted se esfuerce estudiando o por más que quiera vagar, el efecto de su empeño no refleja exactamente su nota final haciendo que la curva suba o baje las notas independientemente del resultado real del estudiante. Esto puede representar un riesgo importante para la calidad de la educación por que como cuestionan varios estudiantes con los que he hablado, “si de todas maneras la curva me pasa, ¿cuál es el incentivo para esforzarme?”, aunque obviamente a estas alturas el resultado no es lo que más importa.
Los estudiantes se gradúan prácticamente cuando son aceptados a las universidades. Lo difícil es entrar, pasar ese filtro tedioso y demorado de las aplicaciones y los exámenes previos para demostrar el dominio de los temas. Después, de alguna manera u otra el sistema de evaluación hará que usted pase las materias y se gradúe. Esto ocurre en la mayoría de los programas de pregrado y postgrado. Sin embargo este filtro significa gestionar cartas de recomendación, mostrar promedios altos, tener experiencia laboral relevante, escribir ensayos que demuestren su interés en el programa, obtener resultados altos en el GRE, GMAT o el examen que se necesite para su programa y mostrar solvencia económica que permita pagar los altos costos.
En este sentido, si se analizan los costos de matrículas y los costos de vida, Estados Unidos es el país más caro para realizar los estudios de pregrado y postgrado después de Australia. En promedio el costo de matrícula es de 30 mil dólares por año en las universidades privadas (la mayoría de universidades son privadas). Este precio, que puede ser mucho más elevado en las universidades de las grandes ciudades norteamericanas, solo es comparable con las matriculas que pagan los estudiantes de las mejores universidades en Inglaterra, Canadá o China. Lo anterior puede generar un efecto negativo en el desempeño de los estudiantes que, preocupados por encontrar un trabajo y pagar sus deudas, dejan de concentrarse en sus estudios. En consecuencia, se crea un círculo vicioso ya que para encontrar ese buen trabajo hay que estudiar en una buena universidad, y esta premisa permite a las universidades mantener los precios altos dado el exceso en la demanda.
Mucho se especula sobre la oportunidad de venir a estudiar a Estados Unidos. Se habla de la calidad de los profesores, de la vida en el campus y la experiencia personal que esto significa, pero lo que he aprendido tras el tiempo que llevo estudiando acá, es que la calidad y la profundidad de la educación no importa tanto, lo que importa es el resultado, el entregable. La universidad ofrece el nombre y el club de contacto al que se pertenece, y la credencial para aspirar a mejores oportunidades laborales, de ahí para allá es tarea del estudiante capitalizar esa marca.
Para terminar y tratar de encontrarle un hilo a los argumentos anteriores y a mi experiencia en este país, parece haber una conexión clara entre el sistema educativo y el sistema laboral enfocado a resultados. Se filtra la entrada de estudiantes a universidades competitivas, pero después se ejerce un sistema de evaluación que permite al estudiante enfocar su esfuerzo en la búsqueda de un empleo que mejore su nivel de vida sacrificando la calidad de la educación y quizás poniendo en riesgo los mismos resultados.
La “calidad” en la educación gringa
Sáb, 09/11/2013 - 16:14
“Es que acá no hay tiempo para oler el café”, me dijo Claudia Dreifus, periodista del New York Times y profesora de la Escuela de Asuntos Públicos e Internacionales de la Universidad d