Entre 1934 y 1938, López Pumarejo decía que un estadista debía efectuar por medios pacíficos y constitucionales todo lo que haría una revolución. ¡Y eso es lo que viene haciendo la derecha en Colombia! La única diferencia es que los privilegios de los privilegiados no están siendo afectados, la oposición prácticamente desapareció con la unidad nacional y la Iglesia ya no excomulga o persigue a los liberales.
Pero estoy seguro que hoy la mayoría de los colombianos marchamos por distintas razones. Unos contra las Farc, otros contra la guerra, otros por la liberación de los secuestrados y otros simplemente por la inercia de marchar. Aceptemos que cuando los noticieros de las siete de la noche no hablan sobre los últimos sucesos del conflicto, decimos “eso es puro relleno” y cambiamos de canal.
Por lo tanto, marchar no es lo único que debemos hacer como ciudadanos de Colombia, porque entre todos debemos comenzar organizadamente a reconstruir la verdad histórica cuanto antes, aunque conocer toda la verdad nos conduzca a seguir prefiriendo la mentira.
No olvidemos que después de medio siglo de conflicto, dos millones de marchantes como los que hubo en el año 2008, no representan el sentimiento, aunque sea el mismo, de 46 millones de habitantes. Seamos sinceros, el secuestro sigue siendo un delito que sólo les importa a los familiares de los secuestrados.
Por lo tanto, si es cierto que el secuestro degradó el conflicto, ¿por qué el Estado no se comporta como Israel y realiza un canje de secuestrados por algunos guerrilleros presos en las cárceles de Colombia? Además, que la verdad sea dicha, no es posible humanizar un conflicto, cualquiera que sea, porque no hay nada más humano o ´demasiado humano´ que el conflicto en sí mismo.
¿Dónde están las marchas por las ejecuciones extrajudiciales o por las masacres de los paramilitares? Ninguna que yo conozca o que los medios masivos de comunicación y las nuevas tecnologías con tanto auge hayan promovido. Suena repetitivo, pero para el fin del conflicto es necesario que la sociedad civil “se ponga de acuerdo en lo fundamental”, sobre unos mínimos que reglamenten la conducta de los ciudadanos y la conducción de un país.
Porque revisando a Centroamérica, el fin de un conflicto es el comienzo de otro. En otras palabras, la posguerra es más cruel y bárbara que la guerra misma, cuando, por ejemplo, la impunidad sobrepasa el 90% y cuando la cultura del narcotráfico hace que una isla como Roatán, despierte un mayor interés turístico que la antigua ciudad maya de Copán en Honduras.
De todas maneras, en las selvas de Colombia el tiempo y el lenguaje es otro y las Farc, todavía no asimilan que el alcalde de Bogotá sea Gustavo Petro, que un ex guerrillero como José Mujica sea el presidente de Uruguay o que la exguerrillera Dilma Rousseff sea la presidenta de una potencia como Brasil.
Ahora bien, reconocer el conflicto en Colombia no significa reconocer a las Farc como revolucionarios pero para que abandonen las armas, el Estado debe demostrar que las armas ya no son necesarias para llegar al poder y que a cambio de la leishmaniasis no se les va a ofrecer un simple cuadro de gripe.
De todos modos, debemos ser conscientes de que la justicia que se merecen las víctimas del conflicto, no es la misma justicia para que algún día alcancemos la paz y que hay que redistribuir la riqueza, si los colombianos queremos crecer unidos como nación.