A ratos me angustio. Voy a cumplir 36 años en septiembre y aunque ya tuve un gran amor, no considero que haya estado realmente enamorada. ¿Por qué? Esa es otra historia. La última vez que tuve una relación fue hace más de tres años, con una diseñadora gráfica de Filadelfia a quien solo veía los fines de semana cuando viajaba a su ciudad desde Nueva York, pero –al tiempo que descubrí que era adicta a la cocaína- comencé a aburrirme y esa historia se acabó. Desde entonces he tenido una retahíla de amantes con quienes –en la mayoría de los casos- evito amanecer para no confundir un buen polvo con cualquier otra cosa. No me gusta compartir mi cama. No me gusta que me consientan después de follar. No me interesa que se queden a desayunar. No he conocido a la persona con quien hacer cucharita. Me digo a mí misma que no lo estoy buscando, pero la verdad es que con cada nuevo amante que llega a unirse a mi colección, me pregunto si ese sí será.
La gente a mi alrededor, mi hermano, mis primos y mis amigos ya comenzaron a casarse y a tener bebés. Mis amigas de la infancia -en Montevideo- comenzaron hace una década. Esas parecían tener más afán. A ratos me pregunto qué más hay para hacer en Uruguay si no es criar una familia. Durante mis primeros 20 o 25 años yo también quería encontrar un novio para enamorarme, casarme y comenzar a parir, pero esos deseos se disiparon cuando llegué a vivir a Nueva York hace casi 12 años. Allá me reinventé a mí misma, dejando atrás dichos deseos que no eran míos sino de mis viejos, y me relajé.
Pero todo volvió a cambiar cuando volví a Bogotá. Aquí -como todo país tercermundista- abundan los hombres y mujeres que son producto de un molde. Todos marcados como el ganado. Aquí los crían para casarse y tener una familia. Aquí es donde comienzo a cuestionarme si habrá algo malo en mí. ¿Por qué no tengo una pareja? ¿Por qué no me funcionan las historias de amor? ¿Será que me voy a quedar soltera? ¿Eso me convierte en solterona?
La delgada línea entre soltera y solterona. Ahí estoy yo. A mis 35 años me preguntan, ¿por qué no tienes novio? Como si existiera una respuesta. No tengo novio porque el día que Cupido venía a clavarme la flecha me enfermé y no salí de mi apartamento. Por eso estoy soltera. ¿Y Cupido no va a volver por acá? El amor de mi vida viene en burro, o lo dejó el avión y no hay más vuelos. A ratos pienso en mi vejez y me veo sola, postrada en una silla, consumida por la artritis y rodeada de libros. Pero entonces me acuerdo que yo aprendí que el amor no tiene tiempo.
Durante casi 4 años trabajé manejando una oficina que se hacía cargo de un programa académico para personas de la tercera edad en una de las mejores universidades de Manhattan. Allí conocí a muchas personas de entre 60 y 93 años, que era el promedio de edad de los asistentes al programa. Muchos de ellos me contaron sus historias de amor, y me sorprendí al enterarme que muchos de ellos no encontraron al amor de su vida hasta después de los 60 años.
Mi vieja siempre me ha dicho que Dios tiene alguien para mí, pero yo no creo en Dios, lo que anula todos sus planes para mí. Durante toda mi adolescencia y hasta que cumplí 21 años me dijo que -a través de sueños- Dios le había revelado un hombre muy hermoso. Lo había visto iluminado por una luz brillante que caía sobre su cabeza y le cubría el cuerpo. Dijo que era médico, y yo me pregunté si lo sabría porque en su visión este maravilloso hombre llevaba un estetoscopio colgando del cuello.
Una década más tarde, mi vieja ya no tiene visiones esperanzadoras, y –de hecho- parece que hubiera perdido las esperanzas. No volvió a decirme que Dios tiene alguien para mí. Y lo que es peor, a veces se pone triste porque estoy sola. Y yo qué, ¿ya me convertí en una solterona?
Cuando oigo la palabra solterona pienso en mi tía Ana María, una prima de mi papá que todos sospechamos que nunca tuvo la valentía de salir del clóset, y se murió sola y amargada, seca como una uva pasa. Ana María se dedicó al teatro y a la literatura. Llenó su pequeñísimo apartamento en el centro de Montevideo de libros y guiones y se dedicó a leer y a asistir a obras hasta que la mató un cáncer. Ana María estaba brava. Era peleona y se inventaba chismes. Se convirtió en una víctima. Era culpa de todos el hecho de que ella estuviera sola.
Me comparo con ella y me pregunto si también soy una solterona. Pero yo no soy solterona, soy soltera, que no es lo mismo. Una persona solterona es aquella que no cree en el amor, que no lo espera, no sueña con él. Yo sí quiero amor. Me ahogan las ganas de enamorarme. Pero si no llega, no me voy a amargar. ¿Cómo amargarse, habiendo tantos lugares por conocer, tantos libros por leer, tantos cuadros por ver, tantos chocolates y quesos por comer, tantas fiestas por bailar, tantos textos y libros por escribir, tantas películas por ver, tantas canciones por cantar…? No tengo motivos para amargarme. Estar viva es un regalo, es una maravilla. Sola o acompañada.
Tengo esperanzas.
@Virginia_Mayer
La delgada línea entre soltera y solterona
Vie, 24/01/2014 - 04:48
A ratos me angustio. Voy a cumplir 36 años en septiembre y aunque ya tuve un gran amor, no considero que haya estado realmente enamorada. ¿Por qué? Esa es otra historia. La última vez que tuve una