La gran Farcsa

Mar, 16/04/2013 - 09:01
La Marcha Patriótica que se inventaron los amigos de las FARC para que fuera su movimiento, su camino y su destino, no deja de preocupar a quienes quieren la paz y la reconciliación de los colombian
La Marcha Patriótica que se inventaron los amigos de las FARC para que fuera su movimiento, su camino y su destino, no deja de preocupar a quienes quieren la paz y la reconciliación de los colombianos pero no a cualquier precio. A quienes saben que la marcha por la paz del pasado 9 de abril no solo enfrentó a tirios y a troyanos sino que ha producido tantas lecturas como protagonistas en este nuevo episodio de la guerra y de la paz. En primer lugar porque no está muy camuflado el interés de las FARC en que este “remozado” movimiento político sirva para desarrollar su agitación, su propaganda y su movilización con miras a la toma del poder por la vía de las urnas, ya que por la de las armas fracasó. Y en segundo lugar porque no es muy oculto que la guerrilla en proceso de reincorporación pretende conseguir por esta ruta la legitimidad que nunca obtuvo durante medio siglo de acciones armadas, frente a quien dice defender, interpretar y hasta representar, es decir, frente al pueblo colombiano. Por esta razón ha resultado bastante significativo que todos los participantes hayan salido a cantar victoria, tanto los filofarianos como los filogobiernistas. Y que hasta los medios de comunicación filosantistas se dieran a la tarea de magnificar la movilización como una amplia manifestación de los colombianos por la paz, cuando lo que hizo el gobierno fue saltar en paracaídas para contrarrestar el aterrizaje no exento de protagonismo del alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, que pretendía sí no robarle el show a las FARC y sus aliados, al menos compartirlo. La estrategia de Palacio consistió en darle un golpe de mano a los organizadores de la marcha para que no fuera tan patriótica sino más bien mediática y oficialista y con el no muy oculto interés de que sirviera a los fines reeleccionistas del presidente Juan Manuel Santos, ahora que sus acciones vienen a la baja. Los movilizados no fueron los ciudadanos colombianos sino los empleados oficiales del gobierno nacional y del distrito. Y su manifestación tuvo más connotaciones de juego clientelista que de convicción marchante por la paz. Y esa es tal vez la piedra en el zapato de muchos que sin estar en contra el proceso de paz si se oponen a su utilización política. Porque lo que ha sucedido con la iniciativa de Piedad Córdoba y sus aliados en esta marcha- respuesta a la del pasado 15 de febrero en contra del secuestró y del terrorismo, organizada por los uribistas y los enemigos del proceso, demuestra que el gobierno, consciente de que las FARC terminarían robándose el show en la marcha de la Marcha Patriótica y de los marchantes filomamertos, no muy ocultos en la administración progresista en Bogotá, optó por tomársela y apropiarse de la idea de las FARC y de sus aliados para hacer causa común contra el uribismo y sus aliados derechistas antiproceso de paz. Y que en una posición olímpica y facilista decidió buscar la solidaridad forzada de la ciudadanía más por la vía de la presión clientelar que por la de la convocatoria política, la cual implicaría tomar medidas serias para involucrar a la sociedad civil y por supuesto pensar en las soluciones que la pueden seducir, las cuales no pueden ser otras que apertura democrática, participación social y búsqueda de solución a los problemas de exclusión y de desigualdad económica. En cambio, presionado por las encuestas y afectado por el reduccionismo de sus urgencias electorales el gobierno no da muestras de entender mínimamente que su esfuerzo se debe dirigir a comprometerse con el pueblo colombiano a lograr el cese al fuego con los actores armados, lo que los estudiosos llaman la paz negativa, como un derecho ciudadano y un deber del estado, por un lado; y por el otro, a abordar las tareas del postconflicto, las cuales por supuesto no pueden tener ni el más mínimo asomo de cortoplacismo, ya que obligan a asumir sensatamente y con grandeza histórica la responsabilidad con la paz positiva, es decir con la urgente paz social que ha de ocuparse del nunca más en materia de desequilibrios e injusticias, ya que en buena parte son las que han retroalimentado las opciones armadas con sus supuestas búsquedas de equidad y democracia que suplantaron durante medio siglo al pueblo colombiano. La paz negativa, el cese al fuego debe ser una exigencia de la sociedad civil como antesala de la paz positiva, del nuevo pacto social colombaino. El show fue compartido pero la gran prensa se lo regaló a Santos. El presidente Santos y el alcalde Petro sembraron el Árbol de la paz en el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación y la masiva movilización de funcionarios del estado se vendió como una contundente demostración de apoyo popular a la paz y a las conversaciones que se adelantan con las FARC en La Habana. Lo que no vieron los medios de comunicación ni sus analistas lambebotas es que el árbol de la reelección puede no estar dejando ver el bosque de la paz. La foto del desayuno compartido entre Petro, el vicepresidente Angelino Garzón y los miembros del gabinete distrital, con representantes del cuerpo diplomático en Bogotá si puede ser interpretada como un tanque de oxígeno para el proceso de la Habana pero definitivamente no logra evitar que se note la ausencia de la sociedad civil organizada. Entre otras cosas porque no se puede visibilizar a alguien que no se ha invitado. Este olvido no tan involuntario es el que da pie para que tanto la oposición uribista y de derecha como un sector de la izquierda, en el Polo Democrático tengan argumentos para decir que la marcha es una forma artificial de generar apoyo a un proceso de paz en el que no cree la opinión pública. Y la opinión pública, que no la opinión publicada, no creen en el proceso de paz porque el proceso de paz no cree en ella. El gobierno no cree en la sociedad civil y por eso no se compromete con ella. No la involucra, no la respeta, no asume su deber como estado para que la ciudadanía pueda sentir que se comprometió con lograr el cese al fuego como garantía del derecho ciudadano a vivir en paz. Es la sociedad civil la que puede sacar de aprietos al gobierno frente a los que sienten que el proceso de paz es un cheque en blanco a la impunidad. Es la sociedad civil la que puede respaldar y validar las medidas que puedan surgir en La Habana para que los reincorporados tengan garantías de participación electoral. Pero sólo se puede hacer con la sociedad civil si no se ignora su papel en el postconflicto y sus derechos para superar el conflicto. Porque por ahora lo que se nota es una exhibición de poderes. El poder nacional que muestra que es capaz de movilizar a sus empleados, el poder distrital que no duda en poner a sus funcionarios al servicio de aspiraciones futuras y el poder de la Marcha Patriótica que no oculta que a la hora de contratar buses a todos los barrios y traer campesinos de todas las veredas le aparecen importantes recursos para las tareas de logística. Pero el gran derrotado por ahora es el poder de la sociedad civil que aún no aparece en el escenario. Por eso esta marcha recuerda esos primeros de mayo de la izquierda en las que cada organización que se sumaba le colocaba un adjetivo más a las consignas unitarias para terminar gritándose para sí mismas las consignas no unificadas como gran conquista de la marcha. Y así cada grupo creía que el triunfo había sido suyo.
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