El paso que acaba de dar el Presidente Santos al invitar al expresidente Uribe a hablar sobre la paz de Colombia, merece una reflexión serena.
Las circunstancias que rodean esa iniciativa impiden recibirla con el entusiasmo que hubiera sido deseable, pero tampoco puede descalificarse de plano.
Ni aplausos ni vituperios a la invitación, es lo que la prudencia aconseja.
Al fin de cuentas, la utilidad de ese eventual encuentro depende de lo que se busque con su celebración.
En el panorama de la Colombia de hoy hay varias cosas claras.
La primera de ellas es que las conversaciones entre el Gobierno y las Farc , en La Habana, son un proceso en marcha.
Lo que se conoce públicamente muestra que los interlocutores han logrado acuerdos parciales sobre tres puntos de la agenda, que hay discrepancias acerca de si se van a discutir o no las llamadas “salvedades” , y que existe el propósito de continuar avanzando.
En segundo lugar, Álvaro Uribe defiende las conversaciones previo cese de acciones criminales por parte de las Farc , y la paz con justicia y sin participación en política de los culpables de los delitos de mayor gravedad.
Esa es su prédica , la cual le da la vocería de un amplio sector de la población colombiana, que se siente interpretada en esa visión de la búsqueda de la paz con condiciones.
De hecho, siete millones de ciudadanos se pronunciaron en las últimas elecciones presidenciales a favor de la mencionada postura votando por Óscar Iván Zuluaga.
De otro lado, hay una tercera evidencia.
Predomina un ambiente de polarización inconveniente e irreal.
Eso de dividir a los colombianos entre amigos de la guerra y amigos de la paz no tiene asiento en la realidad.
La verdadera división en el país es entre los que respetan la Constitución, la ley y los procedimientos democráticos y quienes buscan imponerse mediante la fuerza del terror.
Por esta razón , no puede permitirse que quienes comparten valores comunes terminen siendo víctimas de una fractura insuperable.
Lo anterior es, en un resumen muy apretado, lo que se conoce.
¿Y lo que se desconoce?
Su magnitud es incalculable para los colombianos.
Las Farc hablan con frecuencia y confunden.
El Gobierno lo hace ocasionalmente pero no consigue dar claridad acerca de lo que está ocurriendo.
En realidad, es imposible dejar de tener dudas acerca de las perspectivas de las conversaciones.
No obstante, sí se sabe que la violencia y la falta de resultados concretos aumentan el escepticismo, que podría transformarse en rechazo, según las lecciones de nuestra historia.
¿Qué pretende, entonces, el Presidente Santos con la invitación pública que le ha hecho a Uribe?
Como el asunto es de confianza, surgen varias preguntas.
¿Dio un paso apenas mediático?
¿Quiere analizar, constructivamente, las diferencias para buscar y encontrar puntos comunes?
¿Está dispuesto a reconocer la necesidad de las condiciones que plantea Uribe?
¿Tiene el propósito de compartir con el expresidente informaciones sobre lo que pasa en Cuba?
La utilidad del hipotético cara a cara Uribe-Santos, como se dijo antes, depende de lo que se busque.
Si hay grandeza sería trascendental para la nación.
En el caso de que se trate apenas de un cálculo coyuntural, sería malo para el país y profundizaría las diferencias.
En resumen, primero hay que tener claro cuál es la intención.
La invitación de Santos
Mar, 21/10/2014 - 16:01
El paso que acaba de dar el Presidente Santos al invitar al expresidente Uribe a hablar sobre la paz de Colombia, merece una reflexión serena.
Las circunstancias que rodean esa iniciativa impiden
Las circunstancias que rodean esa iniciativa impiden