La paz se la tiraron hace rato

Mié, 02/05/2018 - 06:44
Dice Humberto de la Calle que se están tirando la paz. Y lo afirma como si él fuera ajeno a los resultados de un proyecto que nació herido de muerte porque sus protagonistas no jugaron limpio. Lás
Dice Humberto de la Calle que se están tirando la paz. Y lo afirma como si él fuera ajeno a los resultados de un proyecto que nació herido de muerte porque sus protagonistas no jugaron limpio. Lástima que lo viene a decir ahora cuando ya tocó fondo en las encuestas y en el momento en que los desaciertos en materia de haber impulsado una política de paz duradera comienzan a hacer agua. Es una advertencia tardía porque él sí se la jugó por la paz pero al mismo tiempo se hizo el de las gafas y admitió con oportunismo todo lo que atentaba contra la construcción de una paz sostenible. La paz concertada en La Habana nació muerta, o por lo menos con heridas mortales. Sus protagonistas pretendieron hacer engañifas a la ciudadanía y eso es haber concebido la cura con la misma enfermedad mortal.  Se la empezaron a tirar desde el comienzo cuando lograron un acuerdo con unas FARC que no tenían reconocimiento como actor beligerante en un conflicto armado sino que era vista como un grupo armado lumpenizado, que había llegado a extremos de degradación jamás conocidos en una organización guerrillera que decía luchar por un mundo nuevo, por la justicia social o por reconstruir un país a partir de cambiar lo que afectaba a los más débiles. Una guerrilla que a pesar de haber nacido con ideas rebeldes y altruistas y de haber generado una ilusión en un sector rural de la población y en buena parte de la juventud revolucionaria de la década de los setentas, se había convertido en una organización delictiva que no pensaba en los colombianos, ni en los pobres, ni en la vida y había traicionado sus ideales. Se la empezaron a tirar desde el gobierno de Juan Manuel Santos cuando se decidió firmar un acuerdo llevándose por delante el Estado de Derecho, las reglas de la democracia y la voluntad de las mayorías, como ocurrió con los esguinces que se hicieron para burlarse del umbral que requería el plebiscito, como sucedió con el resultado del plebiscito; o como se lograron las mayorías apelando a lo más corrupto del Congreso a punta de mermelada y como se le mintió reiteradamente a los colombianos con el cuento de que los guerrilleros no iban a a tener curules sin haber pasado por la justicia o como se trató de intimidar a la población con la idea de que si no votaban por el Sí en el plebiscito la guerra urbana de Pablo Escobar no iba a ser ni la sombra de lo que les esperaba a los colombianos. Se la empezaron a tirar los politiqueros de los partidos tradicionales que por prebendas burocráticas se prestaron para firmar un acuerdo a las patadas y creyeron que el pueblo se iba a tragar el cuanto de que de la noche a la mañana a la clase política corrupta y clientelista se le había prendido el chip de pacifistas, de humanistas abanderados de la paz y del altruismo y la solidaridad con el futuro del país que centenariamente habían saqueado en su salud, en su educación, en su infraestructura y en sus sueños. Unos politiqueros que con su capacidad camaleónica han hecho desvergonzadamente la fiesta de La Chilindrina en la que les da lo mismo decir una cosa un día que decir otra contraria el día siguiente. Que les da igual ayer ser uribistas triple A que ser mañana furiosos antiuribistas triple A. Se la empezaron a tirar las FARC con sus tácticas trasnochadas de combinar todas las formas de lucha y con su idea soberbia de creer que el pueblo colombiano es tonto. Por pensar que por el hecho de que el pueblo ha sido vulnerable a la manipulación clientelista y al engaño de los politiqueros, sería presa fácil de engatusar por los caminos de la trampa y la mentira. Se la empezaron a tirar los miembros de la cúpula de la guerrilla al decidir no entregar todas las armas y guardarlas para asegurar su posible retorno al monte si no le salían las cosas como pensaban. Se la empezaron a tirar cuando no entregaron el dinero del narcotráfico, ni las rutas de su rentable negocio con el que pretenden competir ahora por lo bajo con la clase política corrupta y su forma de hacer política a punta de chorros de dinero para comprar votos. Se la empezaron a tirar los extremoderechistas que nunca confiaron en la posibilidad de un acuerdo en el que todos ganan si todos ponen y que desde luego debía tener unos mínimos de impunidad para que no fuera una rendición. Su radicalismo y su ignorancia impidieron que luego de haber ganado con el No en el plebiscito se hubieran podido dedicar a impulsar un nuevo acuerdo a partir de reconocer que todos los actores de la política colombiana han puesto su cuota parte en la degradación del conflicto, han atizado las heridas y han ahondado los problemas que impiden pensar en una reconciliación de los colombianos, aún a partir de entender que el estatus de beligerancia se le había podido otorgar a las guerrillas en medio de una negociaciones en las que se les pudiera garantizar la vida a los excombatientes. Se la empezaron a tirar los izquierdistas que le apostaron a sacar dividendos políticos y se olvidaron de la oportunidad histórica que tenían para haber generado un movimiento social alrededor de un acuerdo de paz que reconociera que los guerrilleros no eran justamente unos angelitos pero que en aras de no continuar con el desangre valía la pena negociar su reincorporación a la vida civil y facilitar su integración a dinámicas sociales y productivas. Por conquistar mermelada y ganar popularidad se olvidaron de su tarea humanitaria de haber logrado una pedagogía de la paz a partir de un verdadero arrepentimiento y una auténtica convicción de las FARC de haber errado para que la ciudadanía pudiera perdonarlos y darles una nueva oportunidad, incluso en la actividad política legal. Se la empezaron a tirar todos desde sus mezquindades, desde sus oportunismos y su falta de grandeza. Ni Santos era un pacifista, ni la clase política era una abanderada de la paz, ni la oposición era antipacifista, ni la izquierda era coherente con la paz. Todos a una como en Fuenteovejuna utilizaron burdamente la paz para hacer los que saben hacer, más de lo mismo. La paz es víctima de los oportunismos de todos los pelambres. La paz es la víctima de los enemigos de la paz que llevan adentro los supuesto amigos. La paz en Colombia comenzó mal y lo que mal empieza mal acaba. Comenzó con un Nobel que no responde a un premio a quien se esfuerza por lograr la paz a partir de identificar los orígenes del conflicto para subsanarlos sino por tapar con paños de agua tibia la podredumbre que generó la guerra. Se la tiraron.
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