Las convenciones –antes y ahora- llegan arregladas. La liberal, celebrada el anterior fin de semana en Cartagena, ratificó todo lo que estaba cocinado: el respaldo al presidente Santos (quien se hizo presente), la reelección de Simón Gaviria, y Serpa como cabeza de lista al Senado.
Votar hacía parte del sainete de un partido que no es democrático hace mucho rato.
Juan Manuel Galán, quien ahora se queja por falta de garantías, fue “ungido” cabeza de lista y vocero del partido en las elecciones anteriores, sin más méritos que ser joven y –especialmente- hijo del gran líder –ese sí- Luis Carlos Galán Sarmiento.
La escogencia arbitraria (por parte de Rafael Pardo) ocasionó la incomodidad de Cecilia López Montaño, quien se retiró del partido. Tampoco se sintió halagada Piedad Córdoba, gran luchadora liberal. Y mucho menos otros tantos jefes regionales, desconocidos despóticamente.
Serpa, con muchos méritos, es la cabeza de lista, por decisión omnímoda de Simón, hijo del expresidente César Gaviria y –por hábito y pleitesía política- cabeza de lista a la Cámara, presidente de la corporación, presidente del partido y próximo ministro de Santos (sin desconocerle algunos méritos).
Es posible compartir que con Serpa el liberalismo no se renueva, además de monopolizar –por décadas- las más importantes posiciones a nombre de la colectividad, pero imposible negarle tan formidable trayectoria y luchas.
La actitud asumida por Juan Manuel es soberbia. No tanto por creerse la más grande figura del partido, sino por amenazar –como lo hizo- de asumir la dirección, en el evento de obtener la primera votación. O retirarse, en caso de no lograrlo.
La gratitud y admiración que el país siente por el inmolado Galán se nos convirtió en deuda infinita con sus hijos, que se sienten dueños de la herencia política y, en ocasiones, también de la moral. Y el caso de Juan Manuel desborda los límites, que nadie se atreve a tocar, por miedo a verse ofendiendo al ilustre mártir de la patria.
El temor es tal, que nadie se arriesgó en el Congreso (yo entre ellos, en mis tiempos de Senador) a frenar una propuesta de Juan Manuel que se hizo ley: cambiarle el nombre al aeropuerto por el de Luis Carlos Galán.
Meses después y ante el exceso, el mismo Congreso debió reversar o modificar la ley, pero fue Juan Manuel su impulsor en la sombra.
Pinta bien el joven Galán y seguramente llegará lejos. Pero tanta presunción, echando mano siempre del nombre de su padre, le hace daño a su figura limpia, aunque lampiña en logros propios.
Juan Manuel debería tener aprendida la lección de que la dictadura liberal de turno impone sus condiciones, aunque a mí siempre me resultó ofensivo. Y en las elecciones de 2010, su nombre fue impuesto por la tiránica decisión del director Pardo, hoy ministro.
Todos bajaron la cabeza….
La soberbia de Juan Manuel Galán
Mar, 03/12/2013 - 03:29
Las convenciones –antes y ahora- llegan arregladas. La liberal, celebrada el anterior fin de semana en Cartagena, ratificó todo lo que estaba cocinado: el respaldo al presidente Santos (quien se hi