Reseña crítica del libro “El año de Saeko” de Kyoichi Katayama
“Cuando uno vive decenas de años, va acumulando, de forma espontánea, frenos impuestos por la sociedad y, también, relaciones humanas. Y, en lo más profundo del corazón, se va posando un sedimento parecido a la repugnancia hacia uno mismo. Uno considera todo esto como un gran bulto inútil y sabe lo refrescante que sería abandonarlo todo.” K.K.
“El año de Saeko” del conocido escritor japonés Kyoichi Katayama es una novela de típico estilo literario japonés. Una aparente tranquilidad, una pasividad frente a la vida, mientras en la interioridad de los personajes se desarrolla un drama que desborda la supuesta inacción y apacibilidad. Esta forma de expresión es muy notoria para el lector de pensamiento y arraigamiento occidental, usualmente poco familiarizado con la filosofía, la poesía oriental y el budismo. El relato está encantadoramente rociado de pequeñas frases incisivas cual llamados a la reflexión: “La información exhaustiva destruye la fe”, o esta otra que, aparte de pragmática, es insurgente (particularmente en el laborioso mundo nipón): “Tal vez no haya necesidad de que todo el mundo trabaje como un condenado. Podríamos confiar la tarea de acrecentar la riqueza nacional a una élite y los demás vivir de lo que sobre”. Shun´ichi se enamora de su vecina Saeko, a quien sólo conoce por los permanentes sollozos y lloriqueos nocturnos que traspasan las delgadas paredes de los pequeños apartamentos que habitan. Terminan encontrándose y casándose. Él, dedicado a su oficio de programador informático y ella al negocio de reposición y mantenimiento de tres máquinas distribuidoras de bebidas y cigarrillos. Para la época de los hechos narrados en la novela ya acumula esta pareja cinco años de vida común y un mar de situaciones vividas y no expresadas que cimientan el conflicto al que se enfrentan y que constituye la trama misma de la novela. Saeko prepara todos los días el almuerzo para su marido; cocina con especial esmero un menú variado que adereza con delicadas presentaciones artísticas. El libro está bien salpicado de nombres y brevísimas explicaciones de platillos muy japoneses. La gastronomía está muy presente a lo largo de la narración, es sin duda el elemento comunicador y cohesionador de la pareja. Muy prontamente el lector se enterará de que Saeko está embarazada, mucho más tarde entenderá las condiciones que rodean esa preñez, que por su origen desestabilizan la pareja y conduce a Saeko a estados cercanos de la locura, y a los dos a un replanteamiento de sus rutinarias vidas citadinas. Es este un buen tema de reflexión que confronta al lector y no lo dejará indiferente. Entre estos dos seres, hermanados en matrimonio, predomina el aislamiento, y cuando algún asomo de comunicación se da, esta no sobrepasa lo banal y la precariedad; es la novela una historia de soledad, de dos existencias que se complementan y comparten sus mutuos aislamientos. En ese sentido puede decirse que se trata de una relación pragmática, de necesidad de compañía, de su preservación por inercia, o de afectos escondidos. “Pero, al mismo tiempo, las horas de ausencia de su marido le parecían placenteras. En el miedo y en la soledad, se henchía una sensación de paz”. El desarrollo de una lenta, pausadísima acción mostrará que en lo recóndito, y a pesar de los non dits, bullen ímpetus y sentimientos fuertes y prestos a descontrolarse. Es una novela en donde prima el abatimiento y la monotonía de lo rutinario. El relacionamiento exógeno a la pareja es forzado y practicado por la obligación social derivada de lo laboral. Novela triste, personajes tristes, existencia triste. Hecha de elementos cotidianos de una aparente intrascendencia. El ojo occidental, acostumbrado en general a expresar sus quehaceres y alegrías con contundencia y efusividad, olvida que la existencia humana es, más bien, una secuencia de elementos de nimia importancia y cuyo conjunto es la misma vida. Acostumbrados que estamos a magnificar nuestros aconteceres para enaltecer nuestras vidas carentes de grandes misiones y condenada a escasos heroísmos. Aquí, de manera escueta nos confrontamos a un recorrido de hechos de ninguna singularidad, de aquello de lo que están en efecto constituidas nuestras existencias, ya lo decíamos. “Uno acepta las circunstancias que le han sido asignadas por el karma o por el destino, y va tirando, tal como puede, allá donde se encuentra. ¿No tendríamos que pensar que es en esta reiteración donde se halla entretejida, entre apretados pliegues, una pequeña y humilde felicidad?”. Buena oportunidad para reflexionar también sobre este palpable, pero poco confeso hecho. Es un libro que recomiendo por su temática y porque su trama y desenlace interroga nuestras propias vidas. Su lectura exige, por supuesto, paciencia para avanzar a un ritmo parsimonioso, oriental. Una acción que transcurre sosegada en medio de la tormenta. Una narración marcadamente plana, con pocos sobresaltos. A guisa de colofón una citación que ilustra la desazón de esta pareja, metáfora de nuestros propios andares y modernas situaciones: “En los últimos tiempos, cuando bebía con alguien, Shun´ichi tenía la sensación de estar bebiendo solo. No es que estuviese taciturno o de mal humor. Iba asintiendo ante las explicaciones de los demás, hacia las preguntas pertinentes. Sólo que, en su fuero interno, permanecía siempre aparte, y el bullicio del local, a sus oídos, sonaba muy lejano. De vez en cuando, ante un estallido de carcajadas, se quedaba mirando a su alrededor, atónito, con la impresión de que lo habían arrancado de su sopor”.