Marta Traba, “la argentina que se volvió colombiana”, fue la crítica de arte y la mecenas más importante en la historia cultural de Cali. Marta decía que cualquier organización cultural se apoya sobre una especie de trípode: la colección de arte permanente, unas políticas culturales y las fuentes de financiación o de mantenimiento, porque si alguna de las tres falla, no puede haber o existir un museo.
La colección de arte es el patrimonio estable de cualquier museo, en el caso del Museo de Arte Moderno La Tertulia de Cali, estamos hablando de más de 45 años de recolección de una importante muestra de artistas colombianos y de toda América.
La política cultural es la segunda parte del trípode y en apariencia la más difícil de establecer. Dicha política la da en cierto modo, su primera junta directiva y unos estatutos muy parecidos al refrán de la Universidad de Salamanca, donde trabajó y estudió uno de los tres grandes Migueles de España (Unamuno) y que reza, “lo que natura no da, Salamanca no lo presta”.
En ese entonces, las directivas de La Tertulia comprendieron que la primera función era informar sobre el país (Colombia), después sobre América Latina y si alcanzaba el dinero, la idea era traer exposiciones internacionales.
Un Museo de Arte Moderno debe proponerse las siguientes misiones específicas: ser la conciencia y la memoria histórica de la civilización y ser un agente activo que fomente el debate cultural, a partir de la práctica y en lo posible del trabajo artístico experimental. Es decir, mostrar el arte contemporáneo y realizar actividades didácticas de una manera directa hacia la comunidad que rodea dicho espacio cultural.
La tercera pata del trípode es la más delicada de explicar. Hasta el año de 1990, el Museo La Tertulia de Cali vivió de las donaciones estatales pero a raíz de La Constitución de 1991, se prohibieron los ‘auxilios’ y obligó a las directivas a que visitaran a las empresas privadas con totuma y humildad. Finalmente, medio aprendieron a hacer proyectos para sobrevivir.
Por lo tanto, está claro que ningún museo en el mundo de hoy, puede mantenerse sin los aportes o sin el apoyo de los grupos económicos de la ciudad o de la región. El problema es que un museo es una institución cultural con movimientos propios y no la sucursal de sus empresas patrocinadoras.
Además, por tratarse de una entidad cultural, se gesta y se forma por acumulación, es decir, por la sucesión de muchos años de trabajo y por el afianzamiento del prestigio público nacional e internacional de las artes.
En otras palabras, el Museo La Tertulia sobrevivirá si los artistas concurren en masa como lo hacían antes, demostrando que el Museo son ellos y si se logra que la estupidez de los egos competitivos y excluyentes de quienes manejan la cultura en la ciudad, no ridiculicen una de las estructuras culturales más significativas de Cali.
Lo que vale es lo que no sirve para nada, así lo dice la ‘Vulgata’. La negativa a comunicar es el abecé de las estéticas fuertes, como lo recalcó Paul Valery en su ‘poética’ con fórmulas célebres. “Yo no he querido decir, escribe el poeta, yo he querido hacer” pero, por ejemplo, El Museo de Grau en Cartagena y el museo de Arte Pictórico Colonial en Cali, donado por la familia Arboleda Vega, no han podido ser una realidad, porque entre muchas razones, no existe un líder o unos líderes que los aglutine y los vuelva una realidad…
Por eso, los espacios culturales en Cali generalmente no trascienden y se percibe una enorme desorganización cultural, social y política, que no permite que proyectos culturales de carácter nacional e internacional se realicen como los que hubo durante los años de 1960 y 1980 del siglo pasado.
Pero si revisamos el auge cultural de Cali durante los años 60 y 80 del Siglo XX, encontramos que, aunque fue un periodo culturalmente significativo, no se puede hablar de “boom cultural”, cuando los pocos espacios destinados a desarrollar esa importante tarea, competían y compiten entre ellos y al interior de ellos, en vez de complementarse y de trabajar en equipo.
No se puede hablar de “boom cultural”, cuando Cali le quedó pequeña a una mujer como Fanny Mickey. No se puede hablar de “boom cultural”, cuando Proartes eliminó a Asomúsica y no se puede hablar de “boom cultural”, cuando la “música culta”, que indudablemente estuvo en Cali, no logró que el público llenara los espectáculos y que lamentablemente se hubiera quedado en una iniciativa regional y elitista, en vez de ser un proyecto incluyente y de carácter nacional.
En otras palabras, no se puede hablar de “boom cultural”, cuando la utopía solo le pertenece a una élite y cuando solo llena los vacíos de esa élite, sin lograr consensos incluyentes. Pero indudablemente fue un periodo cultural significativo, gracias a la coalición entre el sector privado, la gestión política, los artistas, los mecenas y la publicidad en radio y prensa. Es decir, para llevar a cabo proyectos culturales es necesario que el capital político, económico y artístico trabaje de la mano.
Pero tampoco se puede hablar de un posterior declive cultural, porque los referentes en realidad son calificativos y las generalizaciones terminan en inexactitudes. De todas maneras, describir el momento histórico del auge cultural, entre los años 60 y 80 del Siglo XX en Cali, es imaginarse a unas mujeres de clase alta y pelo corto, comiendo empanadas y bebiendo aguardiente, mientras las calificaban de prostitutas, drogadictas, lesbianas y guerrilleras.
Es imaginarse a unas mujeres que convocaban a poetas como Rafael Alberti y a próceres de la patria para tumbar a Rojas Pinilla como lo cuenta la leyenda y que poco a poco fueron llamando la atención del mundo entero. Esas mujeres empíricamente hicieron rupturas sociales y de género, construyeron las estructuras físicas con las que sigue contando Cali; dejando más de 3.500 obras de arte, valoradas en más de 15.000 millones de pesos; realizaron las Bienales de Artes Gráficas; los Festivales de Arte; la película extraviada de los Juegos Panamericanos de 1971 (que al parecer está en México) y se metieron al bolsillo a los Anti Festivales de Ciudad Solar, convirtiéndose en amigas cómplices de Gonzalo Arango, Mayolo y al resto de quienes hacían parte de ese combo tan particular.
En síntesis, el papel que cumplieron los actores culturales y/o sociales en ese preciso momento fue el de romper esquemas, paradigmas, dogmas y tabúes, a pesar de las sanciones sociales de la época. Eran unas mujeres de la élite, románticas y descontentas, decididas a llevar a cabo el proyecto utópico de La Tertulia, que fue el punto de partida y el anclaje para posicionar a Cali como un nicho culturalmente significativo en el mundo.
Es decir, que rompieron en cierta medida con el machismo y reivindicaron de una u otra forma a la mujer. Respetaban las distintas inclinaciones sexuales, la droga nunca fue un misterio para ellas, se untaron las manos de valor y buscándole un sentido a sus vidas, le dieron un sentido a Cali, entre los años de 1960 y 1980. Pero el proceso cultural de Cali, cambió de manos y cambió el destino cultural de la ciudad…