Dicen las Farc que están dispuestas al diálogo pero sin mentiras. Desde su pretendido mensaje cristiano el máximo jefe de la organización guerrillera insinúa que ellos actúan con la verdad mientras que el establecimiento lo hace con las mentiras. Tamaña mentira. Es cierto que los gobiernos colombianos desde hace bastantes años han dicho muchas mentiras, y en eso tiene razón Timochenko. Pero de ahí a que alguien crea que las Farc le han dicho la verdad a los colombianos raya en la ilusión.
Al parecer Timochenko ignora que los colombianos también tienen su propia verdad, que si bien no necesariamente coincide con la verdad oficial ni con la verdad mediática, mucho menos con la verdad de las Farc. Por esfuerzos que hagan los comandantes guerrilleros para ocultarla, siempre logra salir a flote, o incluso en ocasiones ellos mismos la sacan dosificadamente en la medida en que son sorprendidos.
Semejante visión obliga a preguntarse si será posible que la guerrilla se crea de verdad ese cuento. Desde el año 1989, cuando trabajaba como reportero de Semana, escribimos un informe de portada que preguntaba:¨¿Son las Farc el tercer cartel?¨, donde se recogían testimonios, indicios y evidencias sobre la forma en que esa guerrilla había ingresado al negocio del narcotráfico. Los comandantes guerrilleros lo negaban y aún lo niegan, para el asombro de sus propios excamaradas.
En esas épocas ya eran famosas las historias de ganaderos secuestrados a los que con mentiras les habían hecho pagar dos y tres rescates sin devolver a la víctima. Y eran comunes las mentiras sobre los campesinos asesinados bajo acusaciones de colaborar con el Ejército por no haberse plegado como lo hicieron otros por temor. Y los relatos de mujeres engañadas en la guerrilla para convertirlas prácticamente en esclavas sexuales de los comandantes.
¿De qué mentiras y de qué verdades habla Timochenko? De su verdad montada sobre la gran falacia de que las Farc representan los intereses de los colombianos. Han hecho algún tipo de medición para enterarse de que nadie se siente hoy representado por ellos. De su verdad que cabalga históricamente en la premisa de que se mantienen en armas porque no hay otra salida diferente para conquistar democracia.
De su verdad según la cual se pueden tomar el poder por la vía armada con acciones terroristas aún contra la población civil. Y que si así fuera, Dios no lo quiera, interpretarían los intereses de los colombianos pobres, cuando la historia está llena de dictaduras y camarillas corruptas empotradas en el poder durante años a nombre de los pobres y a costa del atraso y el hambre donde triunfaron esos proyectos autoritarios.
Es una lástima que Alfonso Cano no le haya mostrado a Timochenko la carta que les envió su excompañero del Partido Comunista, el historiador Medófilo Medina, en la cual les señala con lujo de detalles cómo sus argumentos iniciales y sus razones actuales para justificar la lucha armada han sido rebasadas por la historia, si se trata de la búsqueda de escenarios igualitarios e ideas sensatas para conseguir un mundo mejor.
Les preguntaba el historiador comunista a las Farc si en sus 47 años de existencia podían exhibir beneficios que esa lucha guerrillera le hayan traído a Colombia y ¨¿Cuáles grupos de trabajadores rurales o urbanos han logrado conquistas sociales duraderas por obra de las Farc durante este medio siglo?¨.
Les decía que el balance objetivo de los apoyos sectoriales y regionales al actuar de las FARC no constituye la base sociopolítica que le permita encabezar el vasto movimiento político de las masas urbanas y rurales que se hace necesario para lograr cambios profundos en Colombia.
Y le indicaba con conocimiento de la historia que la potencial transformación que el movimiento armado hubiera podido crear en su larga trayectoria germinaría solo cuando la guerrilla lograra ser parte efectiva y por tanto creíble de un movimiento democrático por la paz. Por supuesto, les decía, la salida negociada del conflicto no significará el cumplimiento automático de los cambios, pero sin duda contribuirá a crear las condiciones para que la gente luche por ellos de manera políticamente más efectiva y humanamente más constructiva.
La verdad del historiador en su carta incluía apartes como que en Colombia con “la guerrilla más antigua del mundo”, tampoco se había logrado disminuir la dependencia del imperialismo. Y respecto a la perorata de Cano según la cual ninguna unidad fariana puede sembrar, procesar, comerciar, vender o consumir droga, le decía que como mínimo considerara que dentro de las Farc, como ocurre en Colombia, la ley se obedece pero no se cumple.
Es bienvenida la intención de diálogo, claro está. Pero si arrancamos diciéndonos mentiras, no va existir la menor posibilidad siquiera de pensarlo. Las Farc desde sus verdades, que parten de la propia justificación de su razón de ser porque de plano niegan la viabilidad a proyectos como el del alcalde Gustavo Petro en Bogotá, el de Marcelo Torres en Magangué, y tantos otros que son reconocidos como de izquierda en el país, no pueden ignorar que para los colombianos esas son sus mentiras.
Y no nos digamos mentiras, Timochenko sabe que ¨en términos de hoy podría decirse que la verdad no es única¨. Y en su apostólica misiva deja ver que entiende que la verdad depende de quién y con qué difusión la afirme. Parece comprender que cuando se cuenta con el monopolio del poder mediático, se refuerza a escala galáctica y se minimiza al opuesto. Pero el cura predica y no aplica porque debe entender que su verdad la impone el poder mediático de las armas y su difusión depende del poder del terror. Y será que esas voces creibles y respetables que le hablan de la urgencia de dialogar no les dicen que es más urgente saber que su verdad no es la verdad de los colombianos.