La verdadera crisis de la universidad colombiana

Mar, 19/03/2019 - 11:44
El año pasado asistimos a una serie de marchas de estudiantes y de maestros, supuestamente organizadas en favor de la educación universitaria, en las que se pedía, como suele suceder, más presupue
El año pasado asistimos a una serie de marchas de estudiantes y de maestros, supuestamente organizadas en favor de la educación universitaria, en las que se pedía, como suele suceder, más presupuesto para la universidad pública —de la misma manera en que los maestros de Fecode exigen más recursos para la educación general—, como si ello resolviera la verdadera crisis que viene afectando a las instituciones universitarias y a la instrucción pública básica y media. Lo más curioso es que el país, comenzando por los formadores de opinión, compró esta idea sin mucho discernimiento, lo que significaría que si se obtuvieran nuevos y mayores recursos financieros automáticamente se resolvería el problema, al menos por unos días. Es ilusorio dar el diagnóstico de una enfermedad por el calor de las sábanas, lo que induciría a tomar decisiones erradas, pues el mal está en el paciente. Eso es lo que está sucediendo con la educación como veremos enseguida: la crisis no es primordialmente financiera, aunque siempre faltarán recursos para pagar mejores sueldos a los profesores; la crisis se encuentra en la sociedad y afecta el entorno de la educación. Lo escrito antes no se puede interpretar como un rechazo a que la universidad pública reciba una financiación justa, correspondiente a su misión y a su esfuerzo; esta ha jugado un papel relevante durante casi dos siglos en el objetivo de alcanzar una cobertura regional conectada con los problemas locales, de mejorar las competencias del país en investigación y de ofrecer programas que favorezcan la inclusión social. Durante el siglo XIX y parte del siguiente la discusión sobre la educación pública estuvo siempre presente en la agenda de los enfrentamientos de los partidos tradicionales; en nuestros días, el debate entre lo oficial y lo privado continúa, pero por fortuna se ha moderado, puesto que se acepta que para el país resulta más provechoso contar con los aportes tanto de la educación pública como de la privada. No puede desconocerse que entre las dificultades de la educación superior el déficit financiero juega un papel preponderante, debido principalmente a que al exigirse estándares más altos de calidad se deben elevar necesariamente las inversiones y gastos de las instituciones, tanto públicas como privadas, con lo cual la educación superior está dejando de ser un negocio fácil y lucrativo para algunas entidades, como ocurría en tiempos pasados. Sin embargo, la crisis actual va mucho más lejos de los asuntos monetarios: involucra cambios en los valores de la sociedad, especialmente de los jóvenes, que obligan a modificar el modelo de trabajo de las universidades, con el fin de poder responder a las aspiraciones y necesidades de los estudiantes y de enfrentar la llamada cuarta revolución industrial. Esta ya tocó nuestras puertas con nuevas modalidades de producción, trabajo y empleo; con la presencia cada vez más fuerte de las aplicaciones de inteligencia artificial en todo tipo de actividad profesional y laboral; y con el aporte de las novedosas tecnologías de la información y la comunicación aplicadas al aprendizaje. Si las universidades no entienden los cambios ya presentes, y no son capaces de adaptarse a ellos, sucumbirán o se debilitarán para dar paso a nuevas modalidades educativas, como está sucediendo. La docencia asistida por las tecnologías de la información —lideradas por la Internet—, las posibilidades de la virtualidad y de la realidad aumentada, los nuevos enfoques pedagógicos, las redes mundiales de conocimiento y los avances de todas las disciplinas están transformando las formas de enseñar y de aprender y modificando los roles tradicionales de los maestros, los estudiantes y las instituciones educativas, tanto en los niveles básicos como en la universidad. El profesor de tiza y tablero es ya una figura arcaica en trance de desaparición y el estudiante cargado de libros, cuadernos y lápices casi no existe; las tabletas y los teléfonos inteligentes son las nuevas herramientas de trabajo, allí cabe todo el conocimiento y con ellas se crea y recrea el nuevo cosmos del saber y del aprender. Pero además de la nueva tecnología educativa se están presentando cambios muy profundos y rápidos en la sociedad, comenzando por los demográficos, el estado de las ciencias y de los desarrollos tecnológicos, los cambios en el núcleo familiar, las estructuras mentales actuales de niños y jóvenes, las posibilidades de emplearse una vez finalizados los estudios y las transformaciones que ocurren a lo largo de la carrera laboral y profesional. El resultado es que los jóvenes han perdido el interés por las carreras tradicionales, quieren estudiar menos años y se enfocan en la posibilidad de obtener buenos ingresos en el corto plazo. Ante estos cambios y desafíos tan profundos, las universidades tradicionales —casi siempre paquidérmicas— no responden oportunamente a la competencia que representan otras modalidades de educación, las cuales llenan espacios que dejan aquellas, lo que hace que el futuro de la mayoría de instituciones educativas sea incierto o muy complicado. Las grandes trasnacionales de la tecnología como Google, Facebook y Amazon están comenzando a incursionar en muchas áreas donde la informática tiene cabida, entre ellas en la educación. De otro lado, los MOOC o cursos universitarios internacionales en línea, como los que ofrece Coursera o edX, han despegado con millones de inscritos, en competencia directa con las entidades educativas presenciales. Para completar el cuadro pululan muchos institutos que ofrecen programas baratos, de baja calidad y de corto plazo, atractivos para los miles de jóvenes que no cuentan con recursos para pagar una carrera en las buenas universidades. Ni el Gobierno ni las mismas instituciones de educación superior están preparados para responder rápidamente a la crisis que se avecina. Modificar los planes de estudio, ofrecer nuevas carreras, bajar precios, desarrollar programas de educación en línea, adoptar nuevas estrategias pedagógicas, adquirir tecnologías de apoyo y cambiar la mentalidad de directivos y de docentes son tareas que toman años y exigen disciplina y rigor. Además, el ambiente laboral es vago, pues si bien los países desarrollados se transforman rápidamente hacia el mundo de la inteligencia artificial, entre nosotros ese futuro es muy incierto.
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